La idiotización o la política como mercado

  • Elaboración colectiva conlleva generar espacios reales, no virtuales, de discusión amplia y profunda de los problemas y la manera de encontrar soluciones entre todos, escuchando, esperando turno de palabra
  • Para construir el Bloque Histórico antagonista hay que ser y practicar eso: el antagonismo

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José Manuel Mariscal Cifuentes*

Pascual Serrano ha publicado en este medio una reflexión “En defensa de los partidos” a cuya polvareda quisiera contribuir. La más que posible ruptura orgánica de una de las organizaciones de peso en el llamado “Bloque del Cambio”, analizada en el contexto político y social de las crisis (política, económica, social y ecológica) y sus efectos en España, requiere de un debate sereno que la urgencia del calendario electoral sin duda dificulta, si no lo imposibilita. En todo caso, solemos lamentarnos por la distancia, en ocasiones sideral, que separa nuestros análisis ex-ante y ex-post: somos unos brillantes analistas de las derrotas, una vez que estas se han producido. Pero creo que Pascual Serrano ha dado pie a un debate necesario e impostergable sobre el modelo organizativo de quienes reclamamos la ruptura democrática, comenzando por el principio: la necesidad, o no, de la organización política como tal.

El relato de esta crisis en el autodenominado “Bloque del Cambio” más afinado que he tenido ocasión de escuchar se basa en el eje ruptura/reforma; otros, más críticos, lo sitúan en el eje reforma/restauración. Señalo este asunto y no quisiera que alguien se quedase mirando al dedo. Se dé o no este debate, con la profundidad que a mi juicio requiere, conviene en todo caso evitar que argumentos de fondo se utilicen como arma arrojadiza en cuitas internas, sobre todo si, por ahora, no hay tiempo para llegar al fondo. Esto no va de una pelea entre colegas, del drama de una ruptura personal, ni de otros relatos, machistas, casposos, que la prensa facha y acomplejada ha tenido la desvergüenza de publicar, haciendo honor a su doble y baja moral. El problema de estos procesos de ruptura o escisión es que, junto al eje ideológico que los puede definir, se encuentran los legítimos intereses inmediatos de grupos homogéneos que pugnan por mantener o aumentar su representación institucional y esto, con unas elecciones municipales y autonómicas a la vuelta de la esquina, es dinamita. No deberíamos permitir que nadie encienda la mecha. Una cosa es una ruptura o una escisión y otra una explosión.

Pascual Serrano teje sus escritos dejando hilos de los que tirar. En éste ha dejado uno bien a la vista, aunque a la luz de algunas reacciones que ha provocado, se trataba más bien de un anzuelo. Se pregunta Pascual cuál es “el pensamiento y la actitud ciudadana” que da pie a que proyectos políticos no sean más que “estados de ánimo” y que eso lleve a la continua necesidad de “reseteo”, y se responde: “La ciudadanía se ha instalado en una infantilidad que espera que alguien le solucione los problemas, y cuanto antes. Limitan su participación a 'indignarse', sin más sustrato ideológico ni proyecto”. Tiremos del hilo. No es que haya gente infantilizada frente a gente madura, el problema es que estamos insertos en un proceso de idiotización.

Idiotización y posmodernidad

Idiotización, así podríamos llamar al proceso de alienación ideológica en la era de la posmodernidad. Idios, en griego clásico, significa lo privado, lo particular, lo personal. Se llamaba idiotes a quien se mantenía alejado y no mostraba interés por los asuntos públicos, en contraposición al polites, el ciudadano implicado, comprometido y preocupado con la colectividad, un deber moral tan elevado como el actual contenido peyorativo de la palabra idiota. Así, la idiotización es el proceso por el que se empuja a la colectividad a ocuparse prioritariamente de lo que atañe a su yo, como ser individualista y consumista. No como un yo construido en colectivo, como ser social. El papel de las redes sociales en este proceso ha sido crucial, no sólo por la potencia que tienen a la hora de conformar opiniones y opciones de consumo (el big data es hoy uno de los terrenos de batalla estratégica de gobiernos y corporaciones), sino y sobre todo, por su capacidad de individualizar la participación en la vida social.

La posmodernidad arribó a las costas de la política para romperla en mil relatos. El desarrollo de las ya no tan nuevas tecnologías de la información y el individualismo consumista por endeudamiento hicieron el resto, o más bien fijaron un marco dialéctico en el que se negociaban las clausulas de la rendición, una claudicación en la competición ideológica y cultural que consiste en la renuncia a convertir en hegemónicas tus ideas, asumiendo las del contrario como marco conceptual en el que desarrollar la contienda. No hay más que comparar el discurso de Berlinguer de 1977 sobre la austeridad con el uso de esa palabra hoy. La política parece basarse en interpretar los deseos de la población votante para ofrecerle un producto que se adecue a esos deseos. Y esos deseos están basados en el reconocimiento aspiracional. Por eso se puede hablar de que un partido esté o no de moda. La demoscopia se comió a la política.

En este contexto debemos situar algunas expresiones que utilizamos tras unas elecciones que no han dado el resultado deseado. “Hemos hecho una buena campaña” significa que, a pesar de que disputamos un juego con las reglas trucadas, a pesar de que el árbitro va con ellos, a pesar de que jugamos en el campo del adversario, o como decía Juan Ramón Capella, en un campo inclinado hacia nuestra portería, a pesar de todo ello, hemos hecho un buen partido.

Hacer política, ¿proyectos o productos?

"Hacer marca", ha dicho Carmena, imagino que cumpliendo con las leyes del marketing, una ¿ciencia? para la venta de productos en un mercado abierto y competitivo. Hacer marca de un proyecto político implica asumir que el terreno de juego y las reglas de la contienda corresponden a los propios de la mercantilización de la política, transformar un proyecto en un producto.

Un producto es algo que tiene que ser comprado y que, al ser consumido, crea distinción en el consumidor. Votar a un partido parece que ya no está influido por la convicción, la tradición familiar, el compromiso y no digamos por un programa. Ya nadie vota con la nariz tapada. Ahora se vota como quien elige Android a iPhone, Pepsi a Coca-Cola, la PlayStation a la X-Box, Almudena Grandes a Elvira Lindo, Arcade Fire a The Killers... El voto se convierte en la compra de un producto que pasa a formar parte de tu identidad, de tu yo público. Por eso los votantes de VOX, a diferencia de los del PP (a final no conocías nunca a nadie que los hubiera votado), se exhiben orgullosos en la calle y en las redes. Es el gran negocio mundial del mercado de las ideas, acaparado por la “industria del ocio” (el nombre lo dice todo), el que obra el milagro: El artista que pasa de tocar en los garitos de su pueblo al primer puesto en la lista de Spotify; el escritor de nombre impronunciable que de repente todo el mundo tiene que leer, pero cuando lo lee todo el mundo, quien te lo recomendó, echándote la broca por no haberlo leído, ahora te dice que no es para tanto, etc. Esto es lo que ha llegado a la política, negando su raíz etimológica, la preocupación por los asuntos públicos, hasta el punto de poder hablar de “mercado político”. Y en ese mercado, la participación se conjuga en primera persona del singular y las organizaciones políticas son marcas de usar y tirar.

Banalización y envilecimiento

La mercantilización de la política va acompañada de la banalización, la espectacularización y el envilecimiento del debate público. Fijémonos en el formato gallinero de las “tertulias políticas” en los medios: eslóganes, insultos, demagogia, sarcasmo, mensajes cortos, interrupciones constantes. Algo semejante a las discusiones que se dan en las redes sociales, un formato copiado de la prensa rosa en el que la reflexión honda brilla por su ausencia y en el que lo personal no sólo es político sino que ocupa toda la política. Algo que ha contagiado como un virus el debate público, el de las plazas o el de las cenas de navidad, con el “cuñadismo” como cruel ironía del envilecimiento cultural.

Liderazgo, personalismo y personajismo

Otro de los asuntos que viene a colación es el debate en torno al liderazgo y el personalismo. Pero el personalismo ha acompañado multitud de procesos históricos, en la mayoría de ocasiones como elemento de crítica por la deriva del liderazgo de un proceso colectivo en una imposición de caprichos personales alejados del sentir popular y por lo tanto, susceptibles de caer en el error. Se ha acusado de personalismo a grandes líderes cuyas decisiones refulgen como aciertos en la historia y también a otros que en su deriva personalista erraron e hicieron caer todo detrás suya. En la tradición política en que me ubico los liderazgos se decantan, un líder lo es porque se ha bregado, ha escuchado, se ha sacrificado como persona para entregar todo lo mejor de si a un proyecto, ha sido reconocido, ha tenido olfato e inteligencia para conducir a sus liderados a la victoria. Pero también se es líder en la derrota, no echando balones fuera y asumiendo con coherencia los errores propios.

La diferencia actual con otras etapas históricas y que está directamente ligada con la mercantilización de la política es que ahora el líder no se decanta, sino que se diseña. hablariamos, por lo tanto, más que de personalismo de algo a lo que podríamos llamar “personajismo”, en el sentido de que lo que se construye es un “personaje” que funcione en la trama narrativa de la obra y la convierta en best-seller. Esto tiene que ver, y de qué manera, con el modelo aspiracional del que habla Daniel Bernabé en “la trampa de la diversidad”, un yo público construido como producto que, a su vez, depende del consumo de otros productos: qué grupos te gustan, qué exposición has visitado, como vistes, qué comes. A eso se refiere Pascual comparando la política con el Tinder, aunque a mi me parece que Instagram define mejor este modelo. No es más culto ni es más progre quien se hace un selfie con una famosa escritora progre que quien se lo hace con un futbolista, o con un torero, porque ambos actos responden y pertenecen a la misma cultura, al mismo esquema: al narcisismo yoista.

Reforma o ruptura, otra vez

Por todo ello, señalar como eje del enfrentamiento el concepto de “ruptura-con-el-régimen-del-78”, sin que sea utilizado como arma arrojadiza para el enfrentamiento interno, es una abstracción que es necesario concretar. Mientras la derecha vira hacia la materialidad en los discursos, si es que alguna vez su atávica demagogia le permitió abandonarla, en algún momento deberíamos pasar del ensimismamiento con la idea, al desierto de lo real, el que Morfeo le enseña a Neo cuando elige la pastilla roja, tras haber perseguido, como Alicia, al conejo blanco. Si entendemos cómo funciona Matrix, podremos decir que la ruptura comienza denunciando la democracia posmoderna como mecanismo de selección de élites. Le llaman democracia, y está en venta.

Por otra parte, y continuando la argumentación de Pascual Serrano, algo de todo esto no es nuevo. Es posible que el adanismo, y la ausencia de memoria que conlleva, añada cierto dramatismo a la situación. El XIII Congreso del Partido Comunista de España, celebrado en 1991, se enfrentaba a la hipótesis Ochetto, asumir la derrota histórica del comunismo como proyecto y como idea, dar por finiquitado el ciclo de los partidos comunistas en Europa occidental, firmar su certificado de defunción e inventar algo nuevo. En Italia plantaron un arbolito llamado “Partito Democrático de la Sinistra” al que tuvieron la desfachatez de dibujar la hoz y el martillo como raíces. Pronto descubrimos la realidad de aquel símbolo, enterrar al PCI para que los gusanos hicieran el resto, desde D'Alema a Matteo Renzi.

Renovación o demolición ante los “nuevos tiempos”

Las transformaciones sociales que han operado desde los años 90 del pasado siglo exigían una renovación. Pero renovar significa dar nueva energía a algo, y no es lo mismo que eliminar. Hubo quien entendió mal el significado y lo tradujo por “sustitución por demolición”, un marxismo grouchista que te ofrecía nuevas ideas si no te gustaban las viejas. En eso consistía la derrota, porque los análisis, brillantes en muchas ocasiones, de los cambios sociales y económicos eran ex-post, justificatorios de la decisión previamente adoptada de abandonar para siempre la idea de transformación revolucionaria de la sociedad.

Lo de no adecuarse a los nuevos tiempos como discurso no solo no es nuevo sino que es un argumento recurrente de las fracciones y escisiones por la derecha del movimiento obrero y de los movimientos populares en general, en muchos momentos, cruciales todos, de su historia, desde Bernstein a Rosa Aguilar, pasando por Kautsky o por Nicolás Sartorius. Ha habido quien ha explicado, incluso justificado, la aparición de Podemos en función de la incapacidad de IU para renovarse. Para refundarse, decíamos, un debate más centrado en lo que estorbaba el PCE, como idea y como organización, que en la identificación del sujeto político adecuado para la contienda. Sin embargo, lo de Movimiento Político y Social, que Julio Anguita no se cansaba de repetir, creo que sigue siendo una buena idea. Una idea que consistía en asumir la batalla por la hegemonía basándose en tres ejes: elaboración colectiva, movilización social y programa. Todo ello sin que nadie renunciara a su identidad ideológica ni a su tradición política. Elaboración colectiva conlleva generar espacios reales, no virtuales, de discusión amplia y profunda de los problemas y la manera de encontrar soluciones entre todos, escuchando, esperando turno de palabra, mirándonos a los ojos. Esa elaboración debía estar acompañada de la movilización social y, de ambas, debía nacer un programa concreto, entendible, fuerte, que hablara de la solución a los problemas cotidianos del pueblo trabajador y de los límites que el sistema impone para ello.

Hegemonía y Bloque Histórico, la batalla de las ideas

Junto a todo esto, y en consecuencia con lo aquí escrito, la batalla de las ideas se me antoja central, estratégica y necesaria. El único Bloque Histórico que actualmente existe es el dominante, los intelectuales orgánicos del mismo actúan de modo más o menos sutil para garantizar la hegemonía y el consenso, no sólo en torno a ideas concretas sino, y sobre todo, la hegemonía del marco de acción, del terreno de juego político y cultural. Para romper, para poner en marcha una ruptura democrática consecuente, deberíamos, que me perdonen los ecologistas, gastar más gasoil y menos megas. Estar en la calle como militantes y no como avatares. Quizá así podamos practicar una estrategia de resistencia y construcción de conciencia de clase que impida que sectores de la clase trabajadora sean reclutados culturalmente, en las filas del populismo de derecha.

Para construir el Bloque Histórico antagonista hay que ser y practicar eso: el antagonismo. No queremos ya, ni falta que hace, bloque alternativo y, ni mucho menos, “Bloque del Cambio” (eso ya existe, en Andalucía por ejemplo, y acaba de llegar al gobierno de la Junta). Pero sobre todo necesitamos hacer que llenar las plazas para debatir y concretar acciones no sea algo performativo, que se agote en si mismo, sino que cree conciencia política. Montar un club de lectura, hacer un programa de radio, editar un periódico o una página web, estudiar, son cosas que no debemos hacer para, como los sofistas, brillar más en los platós de TV, sino para tejer una propuesta antagonista.

*José Manuel Mariscal Cifuentes es exsecretario general del PCA y director de Mundo Obrero.

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