El necesario replanteamiento de la izquierda transformadora

  • En el caso de Podemos, ni Vistalegre I ni Vistalegre II aportan un proyecto político global y con coherencia interna, precisamente por su objetivo explícito de transversalidad
  • El análisis obliga a preguntarse por qué el electorado no respalda el modelo de confluencia con esa finalidad expresa de unidad

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José Antonio García Rubio, miembro de la Colegiada Federal de Izquierda Unida

De los desastres en política suelen surgir oportunidades. Y el golpe electoral que ha sufrido la izquierda transformadora ha sido muy importante. Pero la condición necesaria es que se reconozca el fracaso y se analicen sus causas. Comenzaré por el desastre de las políticas de confluencia, esencialmente con Podemos, impulsadas por el grupo de dirección de Izquierda Unida.

Jaime Aja Valle, sociólogo, profesor de la Universidad de Córdoba, ha publicado en Twitter (@jaimeaja) datos indiscutibles. Al millón de votos que la confluencia UP perdió en las generales de 2016 en comparación con la suma de los resultados por separado de IU y Podemos en 2015, hay que añadir una pérdida del 32,3% en las generales de 2019 con relación a 2016, un retroceso del 44,1% y 5 diputados con relación a las europeas de 2014, y una pérdida en las autonómicas parciales del 66,3%, allí donde se ha ido en confluencia, con relación a las mismas CC.AA. en 2015. Adelante Andalucía perdió el 25,5% en comparación con la suma de IU y Podemos en los anteriores comicios autonómicos.

Dejando por el momento las municipales, los resultados donde se ha ido por separado han sido también malos (aunque algo menos), con una pérdida para IU del 42,4% con relación a los votos obtenidos en esas Comunidades en 2015 (Aragón, Asturias, Canarias, Cantabria, Castilla y León, Murcia y Navarra, a lo que hay que añadir la peculiaridad de Madrid).

Una primera conclusión es fuerte: una parte importante del electorado no reconoce ni respalda con su voto esas confluencias. Y eso se manifiesta elección tras elección desde 2016. La segunda conclusión puede parecer contradictoria porque las candidaturas por separado tampoco son apoyadas. Pero es que el sistema electoral penaliza la división por dos mecanismos: el umbral mínimo y la división en circunscripciones (salvo entre las señaladas, Murcia). Además, IU ha tenido que competir en estas CC.AA., como reconoce Jaime Aja, con su propia marca estatal de 1 mes antes, cuya imagen correspondía predominantemente a Podemos, y ha tenido que abrirse en muy poco tiempo un espacio mediático desaparecido en gran parte.

Ocupándonos ahora de las municipales, hay que considerar que la influencia de la gestión concreta durante el período anterior es crucial y posiblemente es lo que más influye en el resultado. Pero aquí existe otro dato fuerte: la pérdida de todos los llamados por los medios ayuntamientos del cambio (pérdida pendiente de los acuerdos entre partidos que pueda haber ahora), con la excepción de Cádiz, que se escapa un tanto del concepto acuñado.

Donde IU ha ido al margen de las confluencias, los resultados han sido importantes, por ejemplo en Mieres y la cuenca minera asturiana, en Trebujena (Cádiz) o en toda la provincia de Córdoba. El caso de Zamora es ejemplar y más conocido, habiendo obtenido IU la mayoría absoluta (de 8 a 14 concejales) pese a que también se presentaba Podemos y a que Pablo Iglesias hizo campaña en competencia en la ciudad. Pero hay algo más: la lista autonómica de IU obtuvo en Zamora ciudad el 6,12%, mientras que en Valladolid solo tuvo el 4,77%.

Situar por delante estos elementos parece necesario ante las cuestiones de fondo. Alberto Garzón vuelve a plantear la unidad o la fusión orgánica con Podemos. El último argumento es que el espacio electoral de las fuerzas a la izquierda del PSOE se ha estrechado y no hay lugar para dos.

Reducir la intervención política a los términos de marketing de cuotas de mercado creo, modestamente, que es un error. Ni las cuotas de mercado funcionan así, como saben fabricantes y comerciantes. Pero, además, sería una explicación inadecuada para cualquier cambio político. Mucho más para cualquier cambio político protagonizado por una fuerza transformadora, que tiene mayor relación con la movilización y la organización, en nuestro caso, de los trabajadores y otros sectores populares. No es un problema de cuotas, ni de espacios, sino de correlación de fuerzas.

La unidad que no suma

El problema esencial está ya señalado: IU se considera instrumento al servicio de las trabajadoras, los trabajadores y otros sectores populares para “la transformación del actual orden económico y social en un nuevo país socialista, feminista, plural, federal y ecologista…” (Estatutos vigentes, Exposición de motivos. Preámbulo, primer párrafo). La cuestión es que los resultados muestran que el electorado ni reconoce ni respalda el modelo de confluencia que conduce a la unidad propuesta por Garzón. Ese modelo no suma; resta de manera rotunda y sostenida en el tiempo.

Como somos una organización laica, no vale el argumento de que alcanzar el paraíso de la unidad con Podemos justificaría todas las tribulaciones actuales. Eso es una concepción judeo-cristiana.

Tampoco es posible tomar en serio la ensoñación de que en la nueva formación, que se supone que será más numerosa, el PCE logrará la hegemonía para asentar el camino al socialismo. La lucha por la hegemonía es inseparable del debate abierto y democrático y está reñida con la aplicación mecánica del centralismo autoritario. Esto ya está pasando en IU y, en lo inmediato ha producido en Madrid que cada “centro” de dirección haya apoyado la formación de candidaturas distintas, aunque el problema se resolviera en última instancia y con un serio coste electoral.

Ya estamos viviendo la dinámica creada por ese centralismo autoritario. En una organización que comparte el proyecto de sociedad que antes he recogido (y, por tanto, sus órganos no son un Parlamento con intereses de clase enfrentados), la imposición por parte de uno de los partidos que la integran de esa metodología de funcionamiento frente a otros partidos, corrientes, personas independientes (la gran mayoría) y activistas comprometidos en el movimiento obrero y otros movimientos sociales, impide una síntesis más rica y ajustada a la realidad (que también enriquecería al propio partido), conduce a una mecánica parlamentarista de bloques y reduce la participación a contratos de adhesión ratificatorios. La disciplina es la impotencia del argumento, y en el medio plazo significa la implosión en una organización plural como IU.

Esta última reflexión es necesaria porque es la dirección central del PCE quien impulsa a fondo la unidad orgánica con Podemos y respalda a Pablo Iglesias, como una consecuencia lógica de esa estrategia, en la participación en un gobierno de coalición.

La negativa a analizar los resultados electorales y reconocer el retroceso tiene su lógica. El análisis obliga a preguntarse por qué el electorado no respalda el modelo de confluencia con esa finalidad expresa de unidad y el equipo de Garzón huye de ese debate.

Podemos es una organización que representa esencialmente sectores aspiracionales de la sociedad española, frustrados porque la crisis ha limitado sus posibilidades de reproducción e intervención social. Esa aspiración se centra en la gestión de los aparatos del sistema con un enfoque progresista. La frustración contrasta con su fuerte presencia en la Universidad (el caso de las Facultades de Políticas es muy interesante, puesto que fueron creadas para imitar en España el papel de la ENA francesa), en los medios de comunicación, en las ONG, en las asesorías de grupos institucionales, etc. La ciudadanía ha podido comprender bien ese carácter aspiracional en la posición de Podemos, exigiendo la participación en los Gobiernos del PSOE.

Izquierda Unida, por su parte, es una organización con proyecto político, económico, social y cultural global, alternativo, coherente y articulado, aunque obviamente con aciertos, errores e insuficiencias. Y ese proyecto comprende un modelo de país, aspira al socialismo y en lo inmediato combate el neoliberalismo. No es transversal. En el caso de Podemos, ni Vistalegre I ni Vistalegre II aportan un proyecto político global y con coherencia interna, precisamente por su objetivo explícito de transversalidad.

Esta es la diferencia sustancia y el problema central para la unidad orgánica. Independientemente de que en IU haya también sectores meramente aspiracionales la fusión entre dos fuerzas con esas características no puede tener éxito, ni en lo electoral ni, como también estamos viendo, en la movilización y la organización social. En los sectores críticos de IU somos conscientes de que quién está derrotando las posiciones de Garzón es, sobre todo, la realidad.

¿Quiere esto decir que no puede haber acuerdos entre IU y Podemos? Puede haberlos y en determinadas circunstancias pueden ser útiles, reconocidos y respaldados por la ciudadanía. Acuerdos en la movilización y acuerdos de gobierno o de apoyo institucional. Acuerdos que, en lo electoral, requieren la modificación de la Ley Electoral. Pero no pueden ser coartadas de la agenda oculta hacia una fusión orgánica, que se implementó en la reunión del chalet de Ávila hace algunos años, se escenificó en el “pacto de los botellines” y se hizo claramente efectiva en la entrevista negociadora con el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez como resultado de las generales de 2015. IU había propuesto 16 medidas para facilitar la investidura del candidato socialista, que había aceptado lo esencial de 13 de ellas. Pablo Iglesias exigió la participación en el Gobierno. En la negociación IU-PSOE, que debía referirse según el acuerdo de los órganos de IU a la mera investidura y a esas medidas, la delegación de la que formaba parte Alberto Garzón pasó a secundar la petición de Pablo Iglesias sobre el Gobierno.

Replantear la izquierda

Izquierda Unida es ya una expresión de unidad popular, por supuesto débil e inacabada. Varios partidos y corrientes, con un número de personas independientes no afiliadas a ninguna otra formación partidaria tres veces superior al de quienes si lo están. Su proyecto alternativo, emancipador, global y plural sigue siendo vigente porque sigue siendo necesario y su desaparición dejaría al mundo del trabajo y otros sectores populares sin alternativa estratégica. Pero su marca ha sido seriamente dañada. Electoralmente y mediáticamente: por ejemplo, el electorado no militante ni simpatizante no reconocía que en Madrid la candidatura de “Madrid en Pie. Municipalistas” fuera de IU. Organizativamente: la vida política de los órganos es, en muchos casos, reducida, y la participación de la afiliación, incluso en las consultas telemáticas, escasa. También económicamente y en recursos humanos.

Pero no habrá un proceso de debate donde los partidarios del nuevo sujeto político, superador de IU, declararán la disolución de la organización. No lo quieren. No es necesario porque si esta hoja de ruta de la dirección sigue aplicándose, en las próximas convocatorias electorales no seremos identificados nada más que en algunos reductos y posiblemente nos habrán encerrado las siglas en una caja fuerte jurídica.

Como los hechos suelen crear dinámicas (y los hechos electorales, se reconozcan o no, son tozudos), la dirección de IU tendrá ahora que constatar que Podemos quiere la unidad orgánica y está en condiciones de ejecutarla. Y desde sus propias teorías referentes a la superación de IU para llegar a un nuevo sujeto político, deberán valorar si eso se construye con Podemos, con Anticapitalistas (una fracción de Podemos), con Errejón (en la lista que este apoyaba en Rivas-Vaciamadrid cerraba simbólicamente la candidatura Alberto Garzón) o, incluso, con ERC, dónde ha ido a recalar como diputado Nuet, uno de los grandes defensores del nuevo sujeto político.

Frente a todo esto, vuelvo a subrayar la necesidad del proyecto y de una práctica política coherente que busque hacer posible lo necesario.

Necesidad en el marco de una amplia reflexión en la izquierda, incluso entre las fuerzas que se reconocen como meramente progresistas, como la socialdemocracia. Si convenimos que fuerzas progresistas son las que procuran el avance social y político (aunque sea dentro del sistema), frente a fuerzas conservadoras (orientadas a mantener el statu quo) o reaccionarias (que pretenden volver atrás), podemos superar el encajonamiento nominalista de si el PSOE es de izquierdas. Tiene en su contra, ante el progreso, la reforma del art. 135 de la Constitución y las de pensiones y laboral, pero no aparece, hoy por hoy, ningún horizonte temporal en el avance social que pueda hacerse sin contar con el PSOE. Tener en cuenta esto, forma parte del replanteamiento.

En lo que afecta al PSOE, hay que poner sobre el papel un hecho de trascendencia mayor: las políticas de estado de bienestar que han fundamentado la gobernanza socialdemócrata en Europa ya no son posibles. No existe ninguna de las condiciones que tras la II Guerra Mundial las hicieron viables. La derecha no se ve obligada a pactar las políticas de rentas que las financien. En España puede haber aun un pequeño recorrido como consecuencia del retraso determinada por la dictadura, pero ya estamos viendo las propuestas de Gobierno de PP, Cs y Vox.

Esto implica un cambio de paradigma para la socialdemocracia. Creo sinceramente que ahí se juega su supervivencia, y que el camino equivocado les conduce a la situación de Francia o Alemania. Pero esto también implica a la izquierda transformadora: la hoja de ruta puede ser implantar un nuevo modelo productivo sobre la espina dorsal de una Carta Social de derechos sociales conquistados.

En el equipo de dirección de IU, coordinado por Cayo Lara, valoramos en su día que la crisis era una crisis global del sistema capitalista, no una mera crisis financiera. Como consecuencia, construimos, modestamente, una alternativa económica, fiscal y política coherente, de la que se iban deduciendo nuestra posición ante los Presupuestos Generales del Estado y otras iniciativas políticas importantes. Fruto de ello, y de la cercanía de Cayo con las personas, fue que en las anteriores elecciones europeas (2015) multiplicásemos votos y diputados por tres y de que la media acumulada de las encuestas llegara a situar a IU por encima del 15%. Este porcentaje debe encender alguna luz roja de alarma que comienza a preocupar en algunos de los reinos de Juego de Tronos. Es normal. No nos asombra que el capital defienda sus intereses.

Con ese antecedente, muchas personas en Izquierda Unida hemos estado al tanto de las perspectivas de la izquierda en este tiempo, aunque nunca hayan sido recogidas en los órganos de dirección.

Partamos del hecho de que una crisis sistémica de profundidad equivalente a la de 1929 ha tenido consecuencias profundas y cualitativas no sólo sobre la economía, sino sobre el sistema de representación política, la cultura, la organización territorial del Estado, la construcción europea, los medios de comunicación, el terrorismo, los modelos de producción y la organización internacional del capitalismo, entre otros. En el informe alternativo del grupo “IU, sí; con más fuerza”, presentado a debate en la XI Asamblea Federal de IU, y en el documento que acompañó nuestra solicitud para que se reconociera en la organización la actividad del colectivo “Más Izquierda”, hace poco más de un año, situábamos doce cuestiones cuyo debate consideramos necesario en la izquierda, sin cerrar soluciones pero proponiendo elementos de debate.

En la fase en la que el capital ha recuperado en lo fundamental su tasa de ganancia, principalmente mediante el descenso de los salarios y el deterioro de las condiciones laborales, ahora también en los países capitalistas desarrollados, sería un error no enmarcar el análisis de la realidad concreta y las condiciones para el replanteamiento de la izquierda en el contexto de la crisis y de su salida.

Así, la izquierda que se define como transformadora tiene también que hacer sus deberes. Su situación es mala en España y en Europa. Es preciso un gran debate, por decirlo a la francesa, unos Estados Generales de la Izquierda, que permitan ir decantando lo que ha de ser una hoja de ruta para la superación transformadora del sistema neoliberal, tanto mediante las instituciones como mediante la organización, la movilización y la implantación de un modelo productivo basado en la empresa pública y la economía social, partiendo del análisis concreto de la realidad española, de la correlación de fuerzas realmente existente entre sus diferentes clases y sectores sociales. Un análisis crítico de las nuevas formas de producción, con la resurrección de un nuevo taylorismo y que aporte un enfoque serio del cambio climático y de la creciente influencia de los procesos de robotización y uso de la inteligencia artificial. Un proyecto estrechamente vinculado al movimiento obrero organizado, al feminismo de clase y a la defensa del medio ambiente. Con ello, comenzar a elaborar un consenso de izquierdas sobre una propuesta programática básica y concreta, que como hemos dicho vaya haciendo posible lo que ya es necesario.

En definitiva, abandonar el callejón sin salida y salir a las avenidas del futuro.

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