Mi vida siendo “blanca, pero…”
- "Mi piel es blanca, pero según la mayoría de los estadounidenses, no soy blanca. Y no es que quiera serlo, es que esas cosas tienen mucha importancia en los EEUU"
- "Fue muy sencillo ser la hija de un inmigrante en California hasta que llegó el 11S. En las escuelas escuchaba comentarios islamófobos y los profesores no hacían nada"
Melis Amber, escritora estadounidense que vive actualmente en Estambul
En las últimas semanas hemos conocido las horribles condiciones que sufren los migrantes en la frontera entre los EEUU y México. Zonas bautizadas por la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez, como "campos de concentración". No sorprende escuchar las voces que denuncian que la gente allí bebe agua de los inodoros o que los niños y niñas son arrancados de los brazos de sus progenitores. Nunca compararía mi cómoda vida con lo que están sufriendo estas personas, es sólo que, desafortunadamente, no es nada nuevo para mí que en EEUU, al menos en algunas partes, los inmigrantes no sean bienvenidos y mucho menos tratados como cualquier otro ciudadano estadounidense, independientemente del estado de sus visados. Esto lo sé porque lo he vivido.
Cuando eres la hija de un inmigrante tienes una perspectiva filtrada de tu país. Puedes verlo más objetivamente; ves los grises, lo bueno y lo malo. Si decides amar a tu país, es una decisión tomada racionalmente, con todos los datos, nada de patriotismo ciego. No hay ninguna duda: soy estadounidense, pero siempre con un asterisco. Soy turca-americana, la hija de un inmigrante: blanca, pero…
Mi piel es blanca, pero según la mayoría de los estadounidenses, no soy "blanca". Y no es que quiera serlo, es que esas cosas tienen mucha importancia en los Estados Unidos. No es el color de tu piel, sino tu origen, lo que decide tu raza. Es decir, soy blanca hasta que la gente descubre que mi padre es turco.
No me malinterpretéis. No ser "blanca" no me da vergüenza. Estoy orgullosa de ser considerada una persona racializada. Es que tengo privilegios que otras personas de color no tienen. A veces me siento una impostora al considerarme a mí misma una mujer de color porque de hecho, tampoco es cierto. Sin embargo, si lo que yo he afrontado no se puede llamar racismo, al menos podemos llamarlo xenofobia e ignorancia.
Aunque no soy musulmana, la religión existe en mis raíces. Mis abuelos, los padres de mi padre, son religiosos. Cuando era niña, mi padre ayunaba durante el Ramadán. Por otro lado, mi madre era cristiana, y como su familia es protestante, siempre quisieron que se casara en una iglesia. Mis padres vivían en Louisiana, al sur de los EEUU. Allí decidieron casarse en una iglesia, según los planes que mi madre siempre había tenido, pero el pastor de la iglesia donde mis padres quisieron casarse le dijo a mi madre que no, le dijo que era un error casarse con mi padre, con un musulmán, un inmigrante, y ese hombre ni siquiera tuvo las agallas para hablar con mi padre directamente. Mi padre me ha contado varias veces que mi madre lloró tras su conversación con el pastor, que la hizo sentir intimidada, y la impotencia que él sintió al no poder hacer nada ante esta situación. Al final mis padres se casaron en el jardín de una tía de mi madre.
Mi hermano y yo nacimos en Louisiana. Cuando tenía cinco años nos trasladamos a California para vivir en un sitio más liberal, más abierto. Fue muy sencillo ser la hija de un inmigrante en California, cerca de San Francisco, hasta que llegó el 11S. En los bares, algunas personas borrachas le gritaban a mi padre: "¡vete a tu país!". En las escuelas escuchaba comentarios islamófobos y los profesores no hacían nada al respecto. Recuerdo que un día el hermano de una compañera vino para contarnos que fue atacado por ser musulmán a pesar de que era sij. Había venido a nuestra clase para describir la diferencia entre los sijs y los musulmanes, y en ningún momento la profesora explicó que atacar a un musulmán no es correcto. El mundo cambió ese 11 de septiembre, especialmente, para los musulmanes.