La izquierda ante el paradigma trumpista: claves políticas de la postpandemia
- "¿Podrá sobrevivir la izquierda si perdura en el centro?, ¿la crisis post-covid-19 agudizará los populismos o acabará con ellos?"
- "La derecha, con Trump en la vanguardia, ha conquistado territorios realmente populares. Y podría hacerse fuerte allí"
- "El centrismo puede ocuparse si se piensa como lo hace la derecha radical de Trump y Bolsonaro, no como voto más o menos de izquierda sino como voto obrero, proletario"
Por la psicóloga social Lorena Fréitez y el sociólogo Ociel López*
Las elecciones de noviembre en Estados Unidos podrían esclarecer el desenlace de las contiendas políticas globales de la última década. Desde los gobiernos más conservadores hasta las grandes corporaciones suscriben, en medio del coronavirus, consensos progresistas no solo en lo económico sino también en asuntos identitarios (antirraciales o de género). La primacía ideológica del neoliberalismo pareciera debilitarse, aunque las relaciones capital-trabajo no dan señas de cambios.
Derrotados Corbyn y Sanders, solo el populismo de derecha parece reaccionar a la imposición del centrismo, aunque el coronavirus también le ha obligado a acercarse a la socialdemocracia económica.
En la década que acaba de culminar, los radicalismos de izquierda y derecha redefinieron todas las formas de construcción política de finales del siglo XX. Ocuparon más y mejores espacios, pero aún así no terminaron de consolidarse. Una vez posicionados, con rostros y marcas visibles, todas las miradas en esta década que comienza se dirigen hacia el centro político. La razón: sólo se podrá imponer hoy quien lo colonice.
Las últimas elecciones de España confirman esa tendencia porque la ubica en un punto medio entre la entronización de los conservadores de Reino Unido y un nuevo ciclo de gobiernos progresistas en Argentina y México mucho más comedidos que en el ciclo de la primera década. No hay en el mundo en este momento un modelo político imperante sino una sucesión de avances y retrocesos. El resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos va a terminar de hacer peso hacia un lado u otro. Pero igual tendrá una respuesta. No es el fin de la historia.
El muñequeo intenso y sin avances contundentes hace que la política se empantane en el centro y pierda su legitimidad como arma de transformación, lo que para la izquierda termina siendo mortal.
La izquierda, incluso sus actores más comprometidos, ha tenido que aceptar el movimiento pendular y desradicalizarse. Mientras que la temeridad de una derecha de raíz thatcheriana tuvo algunos triunfos en América Latina, se ha visto afectada por las protestas del último trimestre de 2019 en Chile y la derrota electoral de Macri. Bolsonaro también parece debilitarse. El covid-19 ha obligado a bajar al terreno de las políticas concretas. Los problemas económicos son muy apremiantes para las mayorías y la situación social es explosiva, las protestas antirracistas en Estados Unidos son una pequeña muestra de lo inflamable de la situación. Aún cuando Trump, Bolsonaro y Jonhson han apostado por apropiarse del discurso de la vuelta a la normalidad, la realidad parece imponerse y no es definitivo que puedan recuperar el control.
El espíritu de la época da para pensar que nadie tomará el cielo por asalto, al menos en los próximos años.
La izquierda no puede perder el centro, pero tampoco extraviarse en él. Los sectores que reclaman cambios profundos no perdonan las marcas y líderes que se extravían en los remolinos ideológicos. El movimiento hacia el centro debe contar con una activación paralela de una agenda de transformación en territorios e identidades, desde donde preparar un contragolpe. La devastación económica que dejará el covid-19 radicalizará identidades y dejará disponibles muchos más sujetos y territorios que, ante el desamparo, buscarán inscribirse en alternativas concretas para su vuelta a la nueva normalidad y la supervivencia económica.
Se agotan las condiciones que devuelvan el péndulo hacia una radicalización política. ¿Podrá sobrevivir la izquierda si perdura en el centro?, ¿la crisis post-covid-19 agudizará los populismos o acabará con ellos?
La clave: volver sobre el sujeto
En este trabajo nos detendremos a analizar cómo la derecha mundial lleva ya tiempo robándose al sujeto tradicional moderno. Un sujeto desde donde actualmente se ancla a un centro político estable. Este hurto, clave para entender la situación actual sobre todo si recordamos la centralidad que el obrero y campesino tuvieron para la izquierda en el siglo XX, está siendo procesado por pensadores de peso como Nancy Frazer, Stuart Hall, Didier Eribon y Thomas Frank, de los que extraemos ideas para repensar la situación política de la izquierda actual.
Los desplazamientos hacia el centro producen una mazamorra que es incómoda por su inmovilismo, pero imprescindible para no terminar en una radicalización minoritaria y rechazada por mayorías sociales. Ganar su confianza es la lucha más importante en la esfera política institucional para apuntalar cualquier proceso de transformación. A su vez, el centro es la principal contención para la avanzada del trumpismo mundial y su derechización salvaje.
Un horizonte de transformación puede sostenerse si se articulan, de manera perdurable, las posiciones que se recogen en el centro con las de izquierda tradicional, y se logra la alianza con sujetos emergentes que están fuera de la dicotomía izquierda y derecha. Esta es la triangulación clave para preparar el fortalecimiento de una alternativa que aún no se divisa con claridad. Lo que se está derechizando con mayor facilidad son los bastiones típicos de la izquierda y sobre todo el sujeto popular obrero donde mantenía su zona de confort.
En Argentina (y probablemente en Brasil ocurra lo mismo) la izquierda esperó el deterioro de la derecha y volvió al Gobierno. En el caso español, la definitiva conformación del gobierno no puede hacernos olvidar el retroceso electoral del 10 de noviembre para la centroizquierda y de los últimos años para la izquierda. En los próximos años se necesitan más que gestos. Una fórmula de izquierda ha hecho gobierno y requiere demostrar que puede gobernar y a su vez proponer una agenda de transformación que supere el trauma de Syriza en Grecia. La izquierda radical en su seno está obligada a generar una propuesta de gestión que logre escapar de las trampas del neoliberalismo progresista[1] que termina imponiéndose en los gobiernos de la izquierda europea.
Recordemos que en Emilia-Romaña la clave de la derrota de Salvini radicó en la combinación del movimiento de “Las Sardinas”, con la impronta del buen gobierno local de izquierdas de Bonaccini (un capitalismo templado en el seno de un gobierno socialdemócrata con una fuerte cultura de izquierdas).
Los nuevos gobiernos progres se enfrentan a la diatriba de cómo avanzar en un doble movimiento: por un lado, ocupar la mayor cantidad de espacios institucionales posibles y afinar su presencia y alcance institucional, y por otro, preservar su ética y empuje anti-sistémico, pero sin ahuyentar a los votantes del centro.
Más allá de lo que ocurre en partidos y personajes, en concreto, es necesario detectar los rasgos de los grandes procesos que nos trajeron a la situación actual e identificar las pistas sobre cómo salir de los callejones sin salida del centrismo. Nos parece que el debate sobre el sujeto tiene una significación de primer orden en la actual coyuntura.
¿Por dónde se coló la derecha?
Hemos tratado de comprender cómo la derecha comió el terreno de la izquierda de una manera tan obvia como desapercibida. De la mano de los autores, se ven los efectos de la avanzada conservadora que no pudimos advertir durante el debate de la modernidad y los logros progresistas e identitarios. La derecha, con Trump en la vanguardia, ha conquistado territorios realmente populares. Y podría hacerse fuerte allí.
Decía Stuart Hall que el thatcherismo nace por circunstancias vinculadas con el “estado mortuorio del laborismo”. La izquierda actual reformuló los patrones de la izquierda convencional. Intentó corregir la ineficacia de las versiones abstractas de la lucha de clases y construyó nuevos relatos de integración. Avanzó en el derecho de las minorías y produjo nuevos sujetos. Esto fue un éxito en muchos terrenos, pero también un factor de descuido político en tanto dejó de representar intereses de sectores populares cuyas demandas se consideraron “arcaicas” o “retrógradas”. Asumió identidades y estéticas que le permitieron fomentar nuevos sujetos, pero también perder influencias en los viejos sujetos obreros y campesinos. Esto trajo como consecuencia, lo que Nancy Fraser califica como una deriva “elitizante” de las banderas de la modernización. Paradójicamente se produjo una pérdida de contacto con el sujeto privilegiado de la modernidad: el proletario.
Lo asombroso del giro estratégico de la nueva derecha (Trump) ha sido que no solo le está robando el electorado a la izquierda, sino que le está robando su sujeto histórico de cambio: el obrero, el pobre, en el sentido que lo veía la izquierda moderna. En Estados Unidos, Francia y Brasil es la movilización popular la que está dando el triunfo a la derecha. En España, la desmovilización electoral en barrios obreros hizo perder importantes votos a las opciones progres en España a nivel municipal.
Lo describe bien el filósofo francés Didier Eribon, en su libro Regreso a Reims, donde narra la vuelta a su pueblo de origen, un sector industrial que cuando salió estaba hegemonizado por el Partido Comunista pero que, 30 años después está tomado por la extrema derecha (Frente Nacional). También lo relata el periodista Thomas Frank, en su libro, ¿Qué pasa con Kansas?, donde analiza cómo McPherson (Nebraska) el condado más pobre de Estados Unidos en los años 30 era un bastión de la izquierda radical, y en los 2000 le da un 80% de sus votos a George Bush.
Hay un proceso hacia la derechización de los bastiones obreros fruto de una nueva estrategia politizadora de la derecha. Y la respuesta de la izquierda ha sido bien apelar a las nuevas identidades o intentar sembrarse en el centro. ¿Serán estas opciones suficientes para parar la furia?
El caso del PSOE en España nos sirve para explicar cómo la izquierda tradicional ha jugado en el centro. Ha sido protagonista de la neoliberalización de la economía (una financiarización profunda en sectores punteros de la economía española). Y al mismo tiempo, se ha retratado con luchas identitarias progresistas clave: feminismo, matrimonio igualitario, agenda de la memoria. Sin embargo, esta alianza, a diferencia de lo ocurrido en EEUU con los demócratas, en España no produjo una elitización de la izquierda. Produjo desafectación política, pero al PSOE no se le percibe como un partido elitezco en su formas retóricas ni estéticas. En términos de guerra cultural, el PSOE ha sabido sobrellevar esta alianza entre neoliberalismo y progresismo, porque preserva un discurso que defiende abiertamente el Estado social, sus liderazgos gozan de una retórica y estilos de vida no se perciben distintos a los estilos de vida mayoritarios de la sociedad española y también logra representar a la diversidad nacional española, es decir, en territorios con presencia del conflicto independentista como Cataluña o el País Vasco logra representación política. Este asunto es determinante. El centrismo del PSOE, en lo cultural y en lo territorial, le convierte en el muro de contención de la ultraderecha (Vox) no sólo porque representa a un partido de Estado con fuerza para sostener los pilares institucionales de una sociedad sociológicamente progresista, sino porque no deja tantos espacios vacíos en la cultura hegemónica dentro de los que Vox pueda parasitar. El PSOE no cuestiona la religión, no cuestiona los toros, no cuestiona la bandera, no cuestiona el turismo y convive con los independentismos. En términos culturales, el PSOE representa la cultura popular española, es capaz de empatizar con todo, se parece a la mayoría cultural del país. Esta dimensión de la fórmula del PSOE hasta el momento ha funcionado para contener el crecimiento de la ultraderecha, pero el embalse se puede derramar si no se supera la crisis neoliberal desde la izquierda. Más aún ante un escenario de crisis acentuada como el que ha legado el covid-19.
Para toda nueva izquierda que se plantee ser la alternativa ante la crisis del neoliberalismo progresista esto es fundamental. Combatir todo signo de elitización real o aparente es una prioridad. La elitización de la izquierda no solo se da porque se desarrollen distinciones económicas e intelectuales cada vez más fuertes entre clases mayoritarias y grupos dirigentes sino también, como sucede en América Latina, porque los proyectos políticos de izquierdas se fueron cerrando para preservarse ante la debilidad institucional de los Estados que intentaron levantar, que terminan funcionando más como grupos de interés que como gobiernos reales para las mayorías.
Por allí también se coló el trumpismo. Generó un discurso que identificó el malestar de las clases tradicionales con esta elitización de la izquierda.
El trumpismo conquista al proletariado
Revisar la estrategia del nuevo republicanismo norteamericano es útil porque ya cristaliza como paradigma de renovación del thatcherismo. La derecha también sabe que el neoliberalismo está en una profunda crisis. La crisis chilena antes del covid-19 era el ejemplo emblemático de esto, pero después del covid-19 ha sido una evidencia generalizada.
Hasta ahora, la estrategia se ha focalizado en la guerra cultural. La discusión programática o más ideológica queda desplazada por una discusión en términos de valores y estilos de vida: no se trata de una lucha de ricos contra pobres, sino de una guerra moral entre buenos y malos. El concepto de élite se resignifica, los buenos (el pueblo) son la “gente corriente”, americanos auténticos, y los malos, las élites impostadas que controlan la burocracia, son “afrancesadas” o demasiado refinadas y, con su “progresismo” y “desviadas” apuestas por el aborto y la homosexualidad, desprecia a la verdadera cultura americana.
Thomas Frank (2008)[2], desarrolla el concepto de “Contragolpe” para definir la estrategia republicana dirigida a conquistar a los sectores populares blancos del medio oeste norteamericano. Esta estrategia: 1) moviliza a votantes de manera coyuntural a partir del uso de asuntos sociales explosivos que causen “pánico cultural” o conmoción en la estructura hegemónica de valores. 2) Otorga más peso a la cultura que a la economía: los valores importan más. La clave es hacer de la sociología progresista un agravio a la moral de la gente sencilla y originaria. 3) Tematiza sobre los estilos de vida de los dirigentes y no sobre sus programas. Los estilos de vida hablan del compromiso con la cultura, con el país y con las mayorías: “son los lugares donde vive la gente y las cosas que beben y comen, los factores críticos, las pistas que nos conducen a la verdad”. 4) Invierte las históricas posiciones morales, las masas obreras excluidas de la Nueva Economía o la Economía del conocimiento (donde los obreros parasitaban a los oficinistas o tecnólogos), son reubicadas simbólicamente: los republicanos redescubren la nobleza y centralidad del trabajador medio -el obrero- reafirmando las definiciones originales de parásito como el burócrata u oficinista: vale es el que trabaja con sus manos (discurso obrerista de los años 40). 5) Reduce el conflicto de clase a un asunto de preferencias y gustos. Plantean que la gente está “satisfecha de tener un ligero sobrepeso y estar un poco mal pagada” porque no es gente ambiciosa como sí lo son los demócratas “hedonistas y petulantes”. Explica la composición de un nuevo sistema de clase no coercitivo, donde la gente puede elegir a qué quiere pertenecer, tal como sucede en una “cafetería de instituto”: “la gente está dividida por grupos según sus gustos: “empollones, deportistas, punks, moteros, friquis de la informática, adictos a las drogas, fanáticos religiosos (…). Las preocupaciones tradicionales de la izquierda sobre los problemas de posición social y acceso económico de los trabajadores quedan reducidas a “otra exageración ingenua de los ricos que viven en los estados demócratas”.
¿Cómo escapar del centro?
Ante el contragolpe de la derecha en el mundo y la brutal crisis económica que se avecina tras la pandemia, los sectores progresistas, de izquierda y anticapitalistas se preguntan qué hacer. Para ello, es fundamental construir dispositivos para estudiar los cambios que se dan en los sujetos nuevos y tradicionales, las formas de entender y participar en la política. Los nuevos movimientos, incluida la nueva ola global de protestas antirracistas, si bien han oxigenado la repolitización del mundo hoy no parecen suficientes para asentar los procesos de cambios.
Después de la pandemia, el desafío político de la izquierda en términos estructurales sigue siendo el mismo desde que el populismo de derecha se posicionó: volver sobre los sujetos tradicionales, el obrero y campesino, y teorizar junto con ellos las formas cómo son afectados por el capitalismo actual, así como las respuestas colectivas que van surgiendo. Todo ello en conexión directa con los imaginarios políticos. La investigación con ellos debe permitir preparar un contragolpe de izquierda que surja más desde el centro ideológico, donde habitan estos sujetos, que desde una sorpresiva insurrección. Estudiar sus miedos y apatías permitirá tener mayor capacidad de diseñar políticas de reagrupamiento.
La nostalgia por las grandes movilizaciones no puede paralizar la movilización en sectores y territorios. Se impone una estrategia de baja intensidad y la recuperación lenta pero sostenida de diversos caladeros electorales, de izquierdas, que hayan girado al centro, a la derecha o a la abstención.
Pero teóricamente se trata de volver al sujeto tradicional de cambio de la modernidad: el proletario, el obrero y el pobre. Es allí donde ocurre el trasvase. Para preparar un contragolpe es imprescindible acercarnos a sus formas actuales de pensar la política.
Para la nueva izquierda, supone jugar a doble banda en una dinámica a veces complementaria y otra paralela. La línea institucional, allí donde se conserven espacios o a los que se haya llegado recientemente, supone una operación de legitimación y penetración hacia el centro. Su valor institucional sin necesariamente asumir un performance institucional, debe denotar capacidad de gobierno llevando las instituciones al límite, sacándolas de sus espacios habituales y construyendo un performance de gobierno abierto, en permanente conexión con las demandas de las mayorías. Algo diferente de la típica gestualidad con minorías y afines ideológicos.
En la otra banda, fuera de los límites del gobierno, no se trata de apostar por una impugnación cuya radicalización sea entendida sólo por minorías, sino de transmitir un mensaje claro de opción por demandas mayoritarias. Lo que estamos viendo en los procesos electorales en el mundo es el reconocimiento del techo de la política hacia las minorías. Se trata de trabajar en potenciar demandas de las mayorías, donde las minorías pueden ser excelentes puentes hacia sectores mayoritarios, pero ya no el objeto único de las conquistas políticas.
El centrismo, el voto del centro, puede ocuparse, atraerse, si se piensa como lo hace la derecha radical de Trump y Bolsonaro, no como voto más o menos de izquierda sino como voto obrero, proletario. Este enfoque lo que hace es posicionar un proyecto integrador que al plantearse resolver la exclusión denota recomposición del todo. Es una manera de escapar al callejón ideológico. Según la lectura que hacemos junto con algunos teóricos mencionados, la radicalización debe obedecer a demandas colectivas democráticas y no a la purificación ideológica.
Preparar un “contragolpe” para una conquista del proletariado desde la izquierda, amerita ubicarlo muy concretamente en los imaginarios culturales de las clases populares de cada país. Hoy lo más importante será afinar el método, cómo se va a mirar y a traducir lo que sucede en las clases mayoritarias de la sociedad.
En nuestra investigación que apenas comienza, queremos dirigir el estudio hacia las transformaciones de los sujetos que ayer fueron pivotes del progresismo y cómo y dónde se ubican hoy con las nuevas propuestas surgidas desde la derecha y la izquierda. El coronavirus ha deshecho muchos mapas ideológicos, la tarea es rehacerlos fuera de cualquier nostalgia.
*Los autores
Lorena Fréitez. Psicóloga Social. Analista Político. Doctoranda en Ciencias Políticas (Universidad Complutense de Madrid). Activista en movimientos sociales juveniles y contraculturales en Venezuela y América Latina.
Ociel López. Sociólogo, profesor de Comunicación Política en la Universidad Central de Venezuela. Analista político y colaborador en diversos medios en Estados Unidos, Europa y América Latina. Ganador del premio Clacso/Asdi a investigadores sociales en 2004 y premio municipal de literatura por su libro Dale más Gasolina en 2015.
[1] Concepto que traduce según Nancy Fraser la alianza que surgió en EEUU entre las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los LGBT), por un lado, y, por el otro, sectores de negocios de gama alta “simbólica” y sectores de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood).
[2] Frank, T. (2008): ¿Qué pasa con Kansas?, Madrid, Ediciones Acuarela y A. Machado Libros.
CUARTOPODER ACTIVA SU CAJA DE RESISTENCIA Tras los acontecimientos de los últimos meses, cuartopoder ha decidido activar una caja de resistencia periodística donde cada uno aportará lo que pueda, desde 3€ hasta 200€. Hasta ahora nos financiábamos solo por publicidad, pero hemos decidido dar un paso hacia delante e ir a un modelo mixto donde el lector también pueda hacer aportaciones. Sin embargo, apostamos por mantener en abierto todos los contenidos porque creemos en la información como derecho de toda la ciudadanía. Puedes colaborar pinchando aquí. |