Un viejo país ineficiente (Una fábula)

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 Francisco Serra

Cuenta Luis Buñuel en sus memorias, Mi último suspiro, cómo le gustaría, después de muerto, poder levantarse de la tumba cada diez años, acercarse al quiosco, comprar varios periódicos y luego, satisfecho al leer la crónica de los desastres del mundo, retornar a su refugio en la fosa. Hace unos años, un profesor de Derecho Constitucional, deambulando por el Rastro, descubrió un extraño artefacto cuya misión, según el chamarilero que se lo vendió, era permitir viajes en el tiempo. Había llegado a sus manos a resultas de la liquidación de una asociación cultural formada por republicanos españoles exiliados en Londres, que lo habían recibido en herencia de un escritor inglés, un tal H. G. Wells. Aun sabiendo que con toda seguridad se trataba de un engaño la adquirió por una cantidad demasiado elevada y, de vuelta en casa, se introdujo en la máquina, se sentó en la algo incómoda silla y, siguiendo unas sucintas instrucciones escritas en un inglés apenas comprensible, se entretuvo en programarla para viajar a una fecha relativamente próxima. Acababa de aprobarse el Estatuto catalán y el constitucionalista sentía curiosidad por saber en qué medida el Tribunal Constitucional había aceptado la conformidad del texto con la Carta Magna.

Para su sorpresa, al girar la manivela, la máquina empezó a vibrar y tras un accidentado viaje, fue cesando paulatinamente en su aceleración hasta llegar a detenerse por completo. Aún algo azorado, salió al exterior y comprobó cómo una espesa capa de polvo cubría los muebles. Aunque no creía realmente que hubiera podido trasladarse en el tiempo, se acercó al ordenador y lo enchufó. Efectivamente, se encontraba en el año 2010 e inició la búsqueda para indagar qué cambios se habían producido en esos años. En un primer momento se dejó llevar azarosamente por la lectura de los periódicos más conocidos y no le extrañó que Rodríguez Zapatero siguiera siendo Presidente del Gobierno ni que el Barcelona fuera nuevamente campeón de Europa ni que no se hubiera aprobado una nueva Constitución europea, al parecer sustituida por un farragoso tratado. Algo más le sorprendió que Rajoy siguiera siendo el líder de la oposición y que la selección nacional hubiera triunfado en la Eurocopa. El Presidente de Estados Unidos era un político para él ignoto y que, por las fotografías, parecía ser negro.

Dejó para otro momento continuar su pesquisa de los aspectos más novedosos de la actualidad y trató de averiguar los detalles de la sentencia del Alto Tribunal sobre la constitucionalidad del Estatuto catalán, pero no consiguió dar con ella. Pensó que debía haberse equivocado y buscó todas las noticias recientes que hicieran referencia al Constitucional. Lo que más le llamó la atención fue que se hablaba de una división en dos bloques, progresista y conservador, a cada uno de los cuales se le adjudicaba cinco votos. Pensó que tal vez se habría producido al fin una reforma de la Constitución, por acuerdo de los dos partidos mayoritarios, modificando el número de componentes del Tribunal y tal vez se habría alterado, de paso, el orden de sucesión en la Corona, asunto respecto al cual todos parecían estar de acuerdo. Incluso quizás se hubiera llevado a cabo la tan anunciada reforma del Senado o incluso una revisión del sistema electoral. Pero no. El texto era absolutamente idéntico al que él había conocido y explicaba habitualmente en sus clases.

Lo que había sucedido era que había fallecido un miembro del Tribunal y no se había procedido a la provisión de la vacante. En las noticias se hablaba de una grave crisis económica y por un instante pensó que razones de austeridad habían llevado a no cubrir la plaza, pero en seguida advirtió que los partidos mayoritarios no querían romper el “equilibrio” de fuerzas antes de que se emitiera la sentencia sobre el Estatuto catalán. Le extrañó que entre los miembros de esos dos bloques no apareciera Pablo Pérez Tremps, a quien trató en tiempos, y temió que le hubiera ocurrido algún percance, pero afortunadamente, aunque parecía haber tenido un problema de salud, estaba restablecido y si no participaba en las deliberaciones era tan sólo porque había tomado parte en un trabajo sobre el Estatuto catalán y había sido recusado. Era raro que hubiera prosperado la argumentación, porque casi todos los profesores de Derecho Constitucional en algún momento habían expresado su opinión sobre el Estatuto.

También le llamó la atención que no se hubiera producido la preceptiva renovación de algunos de los magistrados y que Mª Emilia Casas siguiera siendo la Presidenta del Tribunal, cuando ya hacía tiempo que debía haber cesado en sus funciones. Caviló que poca confianza se puede tener en una Constitución que se incumple de forma tan notoria y en unos partidos mayoritarios que sólo se ponen de acuerdo en vulnerarla, no tomando las medidas necesarias para garantizar su buen funcionamiento. Cuando volviera a sus clases, ¿cómo explicaría que el Tribunal Constitucional se compone de doce miembros si hace casi dos años que sólo son once y que se renueva periódicamente cuando eso en la práctica no se ha producido y pronto tendría que procederse a una nueva renovación que muy probablemente tampoco tendría lugar en el plazo fijado?

Por lo demás, encontró una entrevista con Mª Emilia del año anterior en la que ésta afirmaba que en el Tribunal se trabajaba a buen ritmo en la redacción de la sentencia y, con todo, no acababa de llegarse a un acuerdo definitivo. Sabía que Mª Emilia para la realización de sus trabajos académicos era exhaustiva, pero tanto tiempo le pareció excesivo. En los últimos comentarios, se venía a decir que, en el caso de no pronunciarse el Constitucional de forma inmediata sobre el recurso, no sería legítimo que lo hiciera en los próximos meses, ante la cercanía de las elecciones catalanas, porque podría influir en la voluntad popular. Pero si atendemos a ese razonamiento, meditó él, poco después vendrán las elecciones municipales y las demás autonómicas y unos meses después otra vez las elecciones generales, ¿cuándo sería un buen momento para sacar adelante la sentencia y zanjar definitivamente esa cuestión?

El profesor de Derecho Constitucional recordó que había leído una vez en un voto particular a una controvertida decisión del Tribunal Constitucional cómo un magistrado se quejaba de que la mayoría se había dejado llevar por consideraciones éticas y no políticas, cuando la única fuerza que podía tener derivaba de que constituía un Tribunal que tenía que juzgar con arreglo a criterios puramente jurídicos. Cúan lejos se encontraba este Tribunal Constitucional de aquel probablemente previsto en la Constitución, formado por prestigiosos juristas independientes, al margen de los partidos políticos, que debía examinar la conformidad de las leyes con el texto constitucional antes de entrar en vigor, sin tener en cuenta criterios políticos o de cualquier clase que fueran ajenos al Derecho. Primero se aprovechó que no existiera una descripción detallada del procedimiento que debían seguir los recursos para eliminar la necesidad de que se fallara sobre ellos antes de la entrada en vigor de la ley, después dejó de tomarse en consideración la independencia “real” de los magistrados y, más tarde, se dejó de respetar los plazos señalados para su renovación y no se cubrieron las vacantes producidas.

Todas estas cosas me contó hace unos días en un “emilio” el profesor de Derecho Constitucional, así como su intención de volver a introducirse en la máquina y viajar a una fecha algo más alejada, el año 2025, aun teniendo ya la íntima convicción de que para entonces aún no habría sentencia del Estatuto catalán, que Mª Emilia seguiría siendo, como siempre, Presidenta de un Tribunal Constitucional languideciente con apenas tres o cuatro miembros, por renuncia o fallecimiento de los demás, sin que se hubiera producido ninguna renovación por falta de acuerdo, sin que hubiera tenido lugar ninguna nueva reforma de la Constitución… y el Barcelona, campeón de Europa.

3 Comments
  1. Treparriscos says

    Nuestra sociedad la están hundiendo los políticos en nombre de la soberanía del pueblo español. Que cojones de soberanía, que cojones de políticos. La soberanía dura una campaña electoral dando jabón a los electores (pobres ilusos o vendidos), no una legislatura. Los políticos son la verruga de un carcinoma con metástasis a las repúblicas bananeras (miniespañas reconvertidas) y latifundios (municipios). Malditos bastardos.

  2. jonathan says

    Impulsada por el verso de Gil de Biedma, me he lanzado a leer su fábula. ¡Cuánta vigencia la del poema! Y qué bonito era cuando los asuntos de leyes no andaban en las primeras páginas de los diarios, profesor. Gracias.

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