Luis María González *
Cuando los sindicatos CCOO y UGT formalizaron su convocatoria de huelga general, la reacción de los medios de comunicación ocupó barricadas bien distintas. Una de ellas, difamación y calumnia en ristre, fue objeto de un primer comentario el pasado viernes. Las otras dos, por medio de soportes de perfil ideológico diverso, podrían clasificarse entre la devoción y la estética de la radicalidad.
Un plural y potente coro de opiniones que afearon la conducta sindical tras la convocatoria de huelga, y que con más o menos entusiasmo apoyó la actitud del Ejecutivo, echaron mano de un recurso de autoridad que progresó mediante la siguiente secuencia: las medidas de ajuste y la reforma laboral se antojaban inevitables en el escenario de crisis internacional; y convocar al Gobierno de Zapatero una huelga en tiempo de crisis es precipitar la alternativa conservadora. Reflexiones y asertos en espacios informativos y tertulias, donde la presencia de portavoces sindicales era simbólica o, sencillamente, inexistente.
Secuencia 1: las medidas de ajuste y la reforma laboral son inevitables. Combatir el déficit público metiendo la mano en el bolsillo de pensionistas, empleados públicos, parados y personas dependientes, y acabar con las políticas públicas penalizando la actividad económica y el empleo, pasan a ser doctrina liberal incuestionable y sus detractores intrépidos izquierdistas o agitadores estúpidos.
Por esta avenida liberal vuelven a circular al defender una reforma laboral que hace más fácil, más rápido y más barato el despido, devalúa la negociación colectiva, da más poder al empresario, renuncia a combatir la temporalidad, precariza el empleo, da luz verde a las agencias privadas de colocación y observa impasible la agonía de los Servicios Públicos de Empleo. Liberalismo en vena que el periodismo devoto considera imprescindible.
Secuencia 2: la huelga general a Zapatero precipita la llegada del PP al Gobierno. Una ecuación que suena a chantaje. El camino más rápido para que la derecha gobierne es el que nos lleva a presentar las políticas conservadoras como progresistas y las defiende con el entusiasmo del converso. No es sospechoso el que combate estas políticas, sino el que las impone levantando la antorcha de los mercados financieros y enterrando la política y la democracia.
Frente a ambas, el movimiento sindical respondió como debía. Tratando de evitar primero que estas medidas viesen la luz; y recurriendo más tarde a un instrumento excepcional de lucha sindical, la huelga general, acorde a la gravedad de la agresión recibida: nunca desde la transición democrática, un Gobierno asestó tan duro golpe al derecho del trabajo, a las conquistas de los trabajadores; si los sindicatos hubieran obviado el giro brusco del Ejecutivo y ‘comprendido’ sus planes de ajuste habrían ganado parabienes del entorno en la misma medida que perdido dignidad, coherencia y sentido de la responsabilidad.
La exigencia radical
Alejadas de las anteriores, asomaron la cabeza otras críticas de acusada estética radical, lo que no ha de asociarse de oficio con izquierda radical. “Los sindicatos son cómplices de la crisis porque compartieron políticas con Zapatero…la huelga general tenía que haber llegado antes”. La primera acusación es también santo y seña de la derecha política y mediática. Y no es verdad. Los sindicatos acordaron, discreparon y se movilizaron con los gobiernos de Zapatero –como con otros- en función de las políticas activadas. Lo demás forma parte de la leyenda, que como todas las leyendas operan a gusto del anatema. Hubo quien censuró la estrategia sindical por la escasa beligerancia ante el crecimiento del paro. Pareciera que sugerían una huelga contra el paro. Pero cabe recordar que nunca antes, ni en España ni en el mundo, un sindicato ha convocado una huelga contra el paro, porque las causas del desempleo no se encuentran, únicamente, en la acción de Gobierno, y sí y sobre todo, en el peso de la economía no productiva, la desregulación de los mercados financieros, la política de ciertas instituciones internacionales, la complicidad de algunos poderes públicos, un modelo de crecimiento severamente vapuleado por los movimientos especulativos y una suerte de capitalismo que establece con el paro un vínculo de supervivencia.
Todas las huelgas generales han tenido objetivos concretos y causas definidas, normalmente producto de una o varias medidas legales. Y esta no ha sido una excepción. Cuando algún comentario sobre el notable seguimiento de la huelga general se desliza por la pendiente del “a pesar de los sindicatos”, la manipulación alcanza el paroxismo. Si supieran las personas que suscriben estas opiniones el esfuerzo que supone organizar una huelga general -más de 25 mil asambleas y reuniones en centros de trabajo de todo el país, millones de hojas informativas, miles de reuniones y encuentros con la militancia sindical…- y el impacto de la misma en las economías personales y familiares, contarían hasta diez antes de frivolizar la participación en la huelga. No dudo que haya movilizaciones e iniciativas al margen de los sindicatos, pero resulta estrambótico que alguien destaque la participación en la huelga general convocada por CCOO y UGT a pesar de los convocantes. Es como decir que “convocamos huelga para que no se haga”.
Por cierto, algún estudioso del sindicalismo ha sentenciado la caducidad de los piquetes informativos. “Con los medios de comunicación que tenemos no hacen falta piquetes”, precisa. Si esta es la razón, sólo me cabe afirmar ¡larga vida a los piquetes!
(*) Luis María González es periodista y coordinador de la secretaría de Comunicación de CCOO.
Retórica a posteriori para que la gente reescriba sus sensaciones al ir a la huelga. La verdad es que la gente que ha secundado el paro pasamos a CCOO y UGT por la izquierda, y hemos hecho huelga a pesar de que la convocaban ellos.
La sensación general de los que hemos participado es que los sindicatos oficiales han sido un obstáculo durante años a que hubiera protestas de calado contra el gobierno. Y esta sensación parte de que dichos sindicatos no tienen ni una alternativa al sistema económico actual ni una visión superadora del mismo. Están atados a las subvenciones y a ser el ala progresista del centro-izquierda. Medianías a las que la gente que se moviliza pasa por la izquierda.