Luces y sombras de las elecciones primarias

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Antonio García Santesmases *

Tras las elecciones primarias celebradas el pasado 3 de octubre se ha suscitado un debate acerca de las ventajas y los inconvenientes de este método de selección de líderes en las organizaciones políticas. Muy brevemente quisiera aportar algunos elementos de reflexión, por si pueden ayudar al lector a entender las cuestiones que se dirimen en un tema, aparentemente simple, pero lleno de recovecos

A mi condición de profesor uno la de  militante en un partido político (el Partido Socialista) desde hace muchos años. Por azares de la vida, tras el correspondiente sorteo, fui elegido  presidente de la mesa electoral de mi agrupación, la  Agrupación Socialista de Chamberí, en las pasadas elecciones primarias. Fue una experiencia realmente apasionante la que tuve la oportunidad de vivir.

Durante más de doce horas pude observar el trasiego de militantes, las pasiones encontradas, las aspiraciones de una y otra candidatura. En mi agrupación votaron 396 personas, sobre un censo de unas 530. Pregunté al secretario general cuál era el número máximo de votos en una votación de comité; me informó que no pasaban de 140.

La movilización  pues había sido impresionante; especialmente entre los jóvenes.  A la luz de esta experiencia, he podido constatar que para implicar a los jóvenes en la vida de los partidos, y para que los militantes se sientan participes de las  grandes decisiones, las primarias son un modelo muy deseable. No obstante, hay que añadir, que para que se dé una implicación emocional, como la que hemos vivido en Madrid, es imprescindible que haya incertidumbre y que los dos candidatos tengan posibilidades parejas de triunfar. En este caso el resultado final mostró lo igualado de la contienda.

Tras el resultado viene el problema de gestionar la victoria y la derrota. Si de cara a la incertidumbre es muy deseable una competencia muy grande entre los candidatos, no podemos olvidar que de cara a la integración posterior, es imprescindible partir del hecho de que hay vencedores y derrotados y  que la organización está partida en dos. En el caso de Madrid, al haber triunfado el actual secretario general, no se plantea ningún problema de bicefalia, pero es lógico demandar al que ha triunfado inteligencia,  habilidad, y  capacidad para integrar a la candidatura derrotada.

Ello plantea el gran problema de las primarias: magníficas para incentivar la participación y para lograr la implicación emocional de los jóvenes en una organización política, pero difíciles de conciliar con una democracia de partidos. Los partidos eligen candidatos, pero tienen a la par que elaborar programas, que mantener un aparato burocrático permanente y que seleccionar a muchos cargos públicos. Y todo esto lo hacen a través de congresos  donde no participan directamente los militantes, sino los delegados elegidos en las distintas agrupaciones. En una democracia donde se prima sólo la elección del líder, basta con elegir al candidato y esperar que éste seleccione a su sequito. El peligro de este modelo se cifra en reducir la organización colectiva a una masa cuya única tarea es el seguidismo del líder.

Si queremos evitar ese peligro es imprescindible dar voz a los militantes a la hora de elegir a su candidato, pero es imprescindible también  crear cauces para que ese entusiasmo no se diluya en el tiempo. Las primarias han mostrado una gran capacidad de crear plataformas, grupos de apoyo, interés por la política; todo ese entusiasmo es difícil de mantener en la vida política normal de una organización pero ahí está el reto: en encontrar algún cauce para que esa ilusión no se pierda y esa implicación no desaparezca. Al menos es imprescindible hacerlo en el período que va entre las elecciones primarias del 3 de octubre y las elecciones autonómicas del próximo 22 de mayo.

Dicho esto, si de la experiencia vivida pasamos a la reflexión teórica, hay que decir que si queremos que la democracia sea algo más que la elección del líder es imprescindible articular colectivamente la voluntad política; para ello es deseable aunar la democracia competitiva por el liderazgo, con la deliberación colectiva acerca de las propuestas ideológicas, es decir aunar el entusiasmo por la personalización con el juego interno del debate entre  las distintas sensibilidades ideológicas.

Me gustaría que me permitieran en este punto decir algo como profesor que tiene que explicar a sus alumnos las paradojas de la democracia representativa en el mundo actual. Donde los partidos son débiles las elecciones primarias funcionan bien porque la personalización política es máxima. De ahí la  referencia al modelo norteamericano, y a  la importancia de las primarias para elegir los candidatos a Presidente de los Estados Unidos. En el modelo europeo no prima el presidencialismo (con la excepción consabida del modelo francés) y lo básico es la democracia parlamentaria. Nosotros no elegimos a un presidente del gobierno, elegimos diputados que a su vez, en el parlamento, otorgan la investidura a un candidato para que sea presidente del gobierno.

A pesar de ello hemos ido entrando en una deriva, desde las primeras elecciones democráticas en 1.977, donde se tiende a centrar en las cualidades del líder lo esencial del debate político. Ocurrió con Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Esta personalización va  unida a unas listas electorales cerradas y bloqueadas y a una vida parlamentaria conformada por la disciplina de voto de los diputados y el monopolio de la voz por parte de los portavoces de los grupos parlamentarios. Todo ello crea un sistema político donde se asegura la gobernabilidad pero se incentiva muy poco el pluralismo ideológico interno dentro de los partidos. Son democracias donde los partidos se reducen a ser maquinas electorales al servicio de los líderes.

Ello va en contra de otras funciones que deberían desarrollar los partidos políticos. De cara a agregar las preferencias de los ciudadanos es imprescindible realizar lecturas ideológicas de la realidad que son necesariamente plurales. Los grandes partidos agrupan tal cantidad de perspectivas que lo ideal sería que pudiéramos conocer las diferencias que separan a los  neoliberales y  a los socialcristianos en la derecha y  a los  social-liberales y socialdemócratas en la izquierda. Sería lo ideal pero, al haber renunciado a esta función pedagógica, la tarea de elaboración ideológica se desplaza a los medios de comunicación donde imperan tertulianos y columnistas a los que se les concede toda la voz que se niega a los diputados en el parlamento.

Por ello las elecciones primarias me producen un sentimiento ambivalente. Si recuerdo lo ocurrido el pasado 3 de octubre veo el entusiasmo de los  militantes, el  entusiasmo en los triunfadores y la tristeza en los derrotados es  difícil de olvidar. Si pienso como profesor no puedo sino manifestar mi temor a que nos deslicemos todavía más a algo que siempre me ha parecido muy negativo: la personalización excesiva de la vida política en detrimento de la elaboración colectiva de la voluntad política, de la auténtica deliberación racional.

Hay algo, sin embargo, que me  parece claro. Cuando se produce un entusiasmo, como el que hemos vivido, es difícil pensar que las elecciones futuras se puedan realizar sin contar con la voz de los militantes del partido socialista. Estos días se discute acerca de la conveniencia de volver a presentar a Zapatero como candidato del partido socialista. Tiempo habrá para  poder analizar los pros y los contras de una decisión de este tipo. Lo que parece claro es que cuando haya que elegir al sucesor será muy difícil olvidar lo ocurrido el pasado 3 de octubre. ¿Tiene sentido elegir al candidato a una comunidad autónoma por el sistema de primarias y decidir el candidato a unas elecciones generales mediante una votación del comité federal del partido?

No parece posible. Se podría buscar un camino intermedio que sería encomendar la decisión a los delegados a un congreso que pudieran elegir entre distintos candidatos.  Pero los problemas no acabarían  aquí porque habría que decidir si se elige un candidato a la presidencia del gobierno o un secretario general para el partido.

Dado el resultado producido en las elecciones primarias de Madrid no se han reproducido  los problemas vinculados a la  experiencia de la bicefalia que vivimos en la época de Almunia y Borrell. En esta ocasión el liderazgo orgánico coincide con el electoral. Pero si hubiera sido otro el resultado es fácil imaginar todos los problemas que se hubieran suscitado: ¿primacía del candidato?; ¿primacía del partido?

Todo esto, querido lector, lo iba pensando durante aquellas horas, en que como presidente de una mesa electoral, podía percibir toda la pasión que puede suscitar la vida política cuando las grandes decisiones se toman desde abajo. Pero no podía dejar de pensar el  gran problema que se nos plantea  de cara al futuro, un gran problema para los militantes de los partidos y para los teóricos de la democracia: ¿cómo hacer compatibles la democracia de los partidos( que exige pluralismo, respeto a las minoría, debate ideológico) y la elección de los líderes (que tiende a la personalización del mensaje y a reducir el debate al éxito electoral)?

La luz de las primarias está en el entusiasmo militante, la sombra en reducir la democracia a la competencia por el liderazgo político.

(*) Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la Uned.
3 Comments
  1. pepinfernandez says

    Buen analisis, ahora solo falta que algunos lo tengan en cuenta

  2. Lucas says

    Fórmula matemática: altura por base sin partir por dos. Igual: imposible.

  3. Rafael says

    En Canarias el elegido en las primarias fue el Secretario General que, inmediatamente, ha expulsado de los organos del partido a los que no lo votaron o fueron sus contrincantes. Entiendo que elegido un candidato TODOS CON ÉL, pero si el elegido expulsa a sus contrincantes, TODOS CONTRA EL. Saludos.

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