Ana María Matute: La inocencia a su pesar

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Juna Ángel Juristo *

Estoy entre los que piensan que Ana Maria Matute debería haber recibido este premio hace tiempo y no sólo por la excelencia de su obra sino, incluso, por lo que ella representa: premiándola a ella se premia de igual modo la increíble generación de escritoras de posguerra, eran pocas pero poseían una intensidad vivificante para los tiempos que corrían, que iluminaron un poco lo que semejaba ser un remedo brutal y un tanto estúpido de la larga noche del alma en que se habían convertido aquellos años.

Siempre me llamó la atención la superioridad literaria, y la modernidad que respiraban, de las escritoras de posguerra sobre las de la época republicana, entre las que florecieron otras profesiones como la política, la jurisprudencia, el periodismo, y esa superioridad la achaqué a varios motivos, desde luego la imposibilidad de que la generación de Ana María se dedicara a tareas mas públicas, y ello siempre produce una catarsis, una suerte de instinto de superación, pero también a que las más de las veces el florecimiento del arte se produce en momentos aciagos, terribles. Ana María Matute, la representante más acendrada de aquella generación de mujeres escritoras, es, además, una narradora de un espectro tan amplio como raro y, sobre todo, de una intensidad literaria poco común, resultado de una tensión entre la vocación lírica más pura y la brutalidad de la experiencia que otorga la realidad. Toda la obra de Ana María Matute ha basculado en esa ambigüedad, en la constatación de la cara horrible de las cosas y su transfiguración, no su consuelo, mediante la consecución del arte. Sólo así cabe entender la supuesta diferencia que embarga a obras tan dispares en apariencia y tan alejadas en el tiempo como Primera memoria, que muchos consideran su mejor obra y Olvidado rey Gudú, novela con que Ana María volvió al ruedo literario después de años de relativa oscuridad y que supuso un cambio de perspectiva, de tiempo, de lugar, aunque los más incondicionales de su obra sabíamos de ello antes, de los tiempos en que publicó La torre vigía, un libro de extraña belleza.

En cualquier semblanza literaria debe primar la exposición de la excelencia de la obra y de la figura sobre el anecdotario personal. Sin embargo, hoy, el día en que por fin a Ana María Matute le han concedido este galardón tan justo y justificado, no puedo por menos que rememorar para mi uso y disfrute algunas veladas, en Madrid, en La Coruña, donde protagonizó una maravillosa intervención junto a Alfredo Bryce Echenique, en que siempre se encontraba su nuera, discreta, casi invisible, pero al lado, siempre al lado, veladas en que Ana María nos daba lo mejor de sí misma, su espléndida vitalidad, su brillante conversación, y por encima de todo, su mirada inocente que sabe de tantas cosas. Esa mirada que resume en gran parte la desdicha de muchas de sus experiencias personales, desde la guerra civil y la posguerra hasta la pérdida de la custodia de su hijo y otros avatares personales, esa mirada que no es sólo testimonio de ese sufrimiento sino que es, sobre todo, la mirada de alguien que sigue viendo con ojos de inocente, la única manera de redimir el mundo, la vida.

(*) Juan Ángel Juristo es crítico literario y escritor.
1 Comment
  1. celine says

    Muy bonito.

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