El Gobierno de gestión y el nuevo feudalismo

2

Francisco Serra

Un profesor de Derecho Constitucional, después de dejar a su hija en el colegio, decidió, antes de ir a la Facultad, darse una vuelta por la cuesta de Moyano para rebuscar entre los puestos algún libro antiguo que le deparara una agradable lectura. Allí encontró un ejemplar usado de la reedición que la editorial en la que él publicó, hace ya muchos años, su primer libro había realizado de la obra del polifacético Antonio Espina consagrada a la historia del periodismo durante del siglo XIX y comienzos del siglo XX, hasta el advenimiento de la II República, y que llevaba por título El cuarto poder. Mientras paseaba camino del metro, teniendo cuidado de no resbalar en las húmedas hojas caídas que se amontonaban sobre la acera, fue abriendo el ajado volumen al azar hasta que topó con el capítulo dedicado al artículo de Ortega y Gasset en el que anunciaba el próximo fin de la Restauración y denunciaba el “error Berenguer”, la pretensión del monarca entonces reinante por hallar una fórmula de gobierno que perpetuara su dominio sobre la política española después de aceptar el fin de la Dictadura del general Primo de Rivera. El filósofo había vaticinado la provisionalidad de ese nuevo gobierno, que sería conocido como la “Dictablanda”, y la cercana caída del régimen monárquico.

Ensimismado en la lectura de una obra tan sugestiva no reparó el profesor en que se le hacía tarde para llegar a tiempo a la conferencia que iba a impartir en la Facultad Bauman, el sociólogo más celebrado de la actualidad, el teórico de la “modernidad líquida”, del que él mismo había obtenido inspiración para alguno de sus trabajos. Cuando llegó al salón polivalente en el que iba a tener a lugar el acto era prácticamente imposible entrar en la sala y el profesor, que más que por escucharle tenía curiosidad por conocer el aspecto físico de quien había escrito tan célebres libros, se metió en su despacho y descubrió en Youtube varias entrevistas con el que ahora mismo estaba desglosando sus ideas ante tan numeroso público e incluso en una de ellas le vio, un anciano muy delgado, casi amojamado, caminar con paso ágil por una calle de una ciudad italiana. En la época de la modernidad líquida, cuando hasta muchos de los encuentros amorosos se conciertan a través de la Red, no era raro que proporcionara mayor cercanía un reportaje contemplado en la pantalla del ordenador que la lejana visión de una figura al fondo de una mesa, apenas sobresaliendo de una larga fila de autoridades.

Después de escuchar durante un rato las ajustadas explicaciones del sociólogo, repasó rápidamente los periódicos digitales y descubrió que todavía algunos columnistas seguían refiriéndose al rumor que se había extendido por los mentideros madrileños de que se preparaba un “gobierno de gestión”, tal vez bajo la presidencia de Eduardo Serra. El informe que la fundación presidida por el exministro había enviado al monarca y que habían suscrito un grupo de empresarios y “notables” probablemente había estado en el origen de la reunión que poco después había tenido lugar en el Palacio de La Moncloa y apenas había servido para apaciguar por unos días a los voraces mercados, que sólo se habían calmado aparentemente ante el anuncio de nuevas “reformas”, más “simbólicas” que reales (aunque muy dolorosas para sus destinatarios), entre las que destacaba el fin de la ayuda a los parados que hubieran agotado la prestación por desempleo y la aceleración en la modificación del sistema de pensiones. El profesor, que había vuelto a leer, para sus clases, por esas fechas el Manifiesto de los Persas, que un grupo de diputados le presentaron a Fernando VII cuando regresó del exilio, solicitándole el retorno al Antiguo Régimen y la abolición de la legislación de las Cortes de Cádiz, no dejó de encontrar curiosas similitudes con el “informe de los empresarios”, aunque la apelación al “amor a la Patria” en el texto decimonónico había sido sustituida por la necesidad de revalorizar la “marca España”, como buena muestra de que hoy en día hasta los más sublimes sentimientos se han convertido en “mercancías”.

La semana anterior, cuando la economía española estuvo sometida a fortísimas tensiones, el profesor leyó un artículo en el que se calificaba al capitalismo de los últimos tiempos como una época de “nuevo feudalismo”, ya que quienes más influencia habían tenido en la sociedad habían sido las grandes empresas, en lugar de los políticos, que se habían quedado sin apenas poder. A diferencia del siglo XIX, en el que eran los militares los que protagonizaban las asonadas, parecía lógico que en el presente fueran los nuevos señores feudales, los empresarios, los que demandaran la toma de determinadas “medidas”, que ahora tenían más significación “económica” que política y de hecho en el informe la principal crítica dirigida al Estado de las autonomías no hacía referencia a que pudiera producir un desmembramiento de la nación, sino a que era “ineficiente” y “demasiado costoso”. Al presentar el documento al Rey, los gerifaltes  probablemente no estaban instándole a propiciar un “gobierno de gestión”, como se apresuraron a corear los nuevos vates desde los medios de comunicación afines, sino haciéndole ver al “soberano” quien era el auténtico detentador del poder. En un célebre ensayo, Carl Schmitt afirmó que “soberano es quien decide sobre el estado de excepción” y los empresarios con su informe habían querido decretar la necesidad de tomar “medidas excepcionales” y ponerlo en conocimiento del monarca para que actuara en consecuencia. Pero era dudoso que otro Borbón cometiera  el mismo “error”  que su antepasado y que amparara el establecimiento legal de una forma vagamente autoritaria que llevara a cabo las reforma que demandaban los mercados y que no podría ser propiamente hablando una “dictadura”, ni una “dictablanda”, sino en todo caso una “dictalíquida”, propia de los tiempos de la “modernidad líquida” y que supuestamente sometería a una rigurosa “dieta” de adelgazamiento al ya magro Estado del bienestar.

En todo caso, la “tentación Serra”, si alguna vez existió, parecía haber pasado y el azar o un calculado ejercicio de estrategia política habían llevado a que el Gobierno “legítimo” de la nación tuviera que decretar el “estado de alarma” a consecuencia de la actuación irresponsable de los controladores aéreos, en vísperas precisamente del “Día de la Constitución”, como si el destino hubiera querido poner de relieve la relativa vigencia de los poderes establecidos ante las circunstancias anómalas, aunque fuera dudoso que el constituyente estuviera pensando en una situación como la actual al fijar esa posibilidad. El profesor, algo fatigado después de esas cavilaciones algo aventuradas, bajó a comer al bar de la Facultad y pidió un clásico plato “de cuchara”, unos garbanzos con bacalao, esperando que no le produjeran una indigestión.

2 Comments
  1. EMPECINATUX says

    Felicitaciones por situar como eje al «Manifiesto de los persas». Magnífico

  2. manuel penella says

    El buen profesor habrá tenido suerte si se salvó de la indigestión. Al Manifiesto de los Persas hay que sumar el vomitivo recuerdo de las llamadas a un «gobierno de gestión» que acabaron con Suárez y por poco nos precipitan en un agujero negro de la historia. Yo no quiero oír hablar de un engendro así. Saludos cordiales.

Leave A Reply