El centenario de Joaquín Costa (1846-1911)

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Julián Sauquillo

Monumento levantado a Joaquín Costa en Zaragoza. / Wikimedia

Cien años de la muerte de uno de los grandes fundadores de las ciencias sociales en España debieran bastar para conocer quién era el “león de Graus”. Pero llevamos retraso. A ningún francés, alemán o italiano se les ocurriría echarle algo fundamental en falta a sus maestros de las ciencias sociales y políticas, por más que se hubieran quedado en las puertas de los totalitarismos del pasado siglo XX o, incluso, rebasaran el umbral. Max Weber, Émile Durkheim, Vilfredo Pareto o Gaetano Mosca vislumbraron el terror que se avecinaba en Europa –las dos grandes guerras- o incluso se abismaron en él. Profirieron improperios contra los polacos y los eslavos, pretendieron restablecer las corporaciones medievales o emprendieron el canto del cisne cuando sus críticas al parlamentarismo abrieron paso al fascismo. Incluso, fueron convictos anti obreristas. Pero ahí les tienen como grandes Maestros. Vivieron tiempos terribles –los mismos que Joaquín Costa- encuadrados en la crisis del liberalismo a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Ni un parlamento dominado por los turnos de liberales y conservadores con intereses espurios, ni las restauraciones monárquicas, ni los ejércitos en la calle, ni las oligarquías políticas pudieron soterrar los conflictos de la mayoría necesitada de todo. Ni el regeneracionismo español ni el alemán llegaron a tiempo y las reformas igualitaristas se volvieron dramáticamente insuficientes. A todos les tocó jugar unas cartas nefastas repartidas por la historia. Costa previó que íbamos a la guerra civil pues no cupieron experimentos educativos fértiles dado el fracaso de la I República. Caminabamos hacia ríos de sangre en España y en Europa por la propia dualidad económica de la sociedad entre muy pocos ricos y una multitud de pobres. Y así se quedaron todos los grandes maestros con un buen diagnóstico y sin ninguna terapia por toda Europa.

El último remedio que se les ocurrió a unos y otros fue una salida personalista a la crisis. Confiaron en la llegada de un “hombre excepcional”, noble y preparado, que limpiara las instituciones carcomidas de la época. El presidencialismo fuerte, que esclareciera al parlamentarismo débil de la época, es semejante en la propuesta de Weber para mejorar la República de Weimar y en la medicina de Costa para superar la Restauración de Cánovas del Castillo. Pero, más allá de las buenas intenciones de ambos, aparecieron los totalitarismos en Rusia, Italia, Polonia, Alemania y, claro está, España. Pero parece que alemanes, italianos y franceses digieren mejor que nosotros que la historia más patética engulle a sus personajes a pesar de su reconocido talento. Aquí, se le ocurrió a Costa decir que había que poner sordina temporal al Parlamento y dotar de fuertes competencias al Presidente –a la manera de Francia y Estados Unidos-, le salió del magín que un “cirujano de hierro” debía limpiar la gangrena del parlamento de su época, y no levanta cabeza todavía. Enrique Tierno le encerró en la jaula de los precedentes del fascismo en su Costa y el regeneracionismo (1961) y ha pasado del olvido al estigma. Es injusto.

Sin embargo, Costa es el gran impulsor de la modernización de España -tan atrasada en comparación con Francia- que nunca llega. También el gran reivindicador de los derechos del campesinado y los trabajadores. A pesar de que no tiene una tradición que le preceda como en los grandes países europeos, con la carga de su posición marginal en la Institución Libre de Enseñanza, pese a la orfandad que comparte con Rafael Altamira, contra Manuel Bescós que pretende llevarle a posiciones declaradamente autoritarias, a remolque de que se le asocia equivocadamente al autoritario Macías Picavea, sin familia, sin notarias, sin entrada en la “corte madrileña” y con una esclerosis muscular, su proyecto de progreso social económico y político no cesa. Hay que implantar una política de “escuela y despensa”, su eco nos recuerda. Pero le urge, además, adoptar medidas drásticas porque el tiempo acucia y el fuego se extiende por toda Europa. Y no íbamos a ser menos. Costa sólo cuenta con su despacho de Graus y la magna biblioteca del Ateneo de Madrid para forjar ideas y hacer propuestas. Pero es tan popular en la población como ignorado entre la clase política y la institución académica de entonces. A pesar de que a Costa le faltan aliados para llevar su proyecto a cabo, quedan dos muestras teóricas de su grandiosidad: Colectivismo agrario en España (1898) y Oligarquía y caciquismo como forma de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla (1901). La primera es un análisis exhaustivo de la estructura latifundista de España y una propuesta de reparto igualitario del uso de la tierra pues su propiedad es colectiva por justicia; la segunda es el diagnóstico de la inanidad del parlamento español por el predominio absoluto de una estructura oligárquico-caciquil en la política. España no se regía, entonces, por los derechos gaditanos –en opinión de Costa- sino por los intereses oligárquicos procurados a nivel central y el poder silenciador del control local del cacique. Entre el cacique y el oligarca, se encuentra el gobernador civil que asegura un poder omnímodo sobre la población. La Encuesta sobre Oligarquía y Caciquismo del Ateneo es el mayor friso de opiniones de notables de la política e intelectuales que podemos encontrar de la crisis del liberalismo español.

Este año, Madrid se ha beneficiado de las investigaciones de Eloy Fernández Clemente, Alfonso Ortí, Alberto Gil Novales y Cristóbal Gómez Benito, y tantos otros, que han impulsado un congreso en mayo pasado –de próxima edición por el Congreso de los Diputados-, una reciente serie de conferencia en el Ateneo y la exposición recién llegada de Zaragoza a la Biblioteca Nacional de Madrid con el título Joaquín Costa. El fabricante de ideas. Ignacio Peiró y Rafael Bardají han reunido una serie de ideas sobre el contexto histórico de Costa, sus ideas, los personajes de su época, primeras ediciones,  fetiches y objetos, a partir de libros, cartas, paneles, fotos, esculturas, videos y cuadros de una calidad única. El catálogo de la exposición así lo atestigua. Se trata de una oportunidad extraordinaria para conocer a Joaquín Costa.

1 Comment
  1. FRANCISCO PLAZA PIERI says

    ¡Qué alejados quedan los mensajes o propuestas de don Joaquín Costa de estas incultas maldades de las ínclitas políticas actuales madrileñas, valencianas, catalanas, etc.,etc.!
    Cuando Costa promulga su sabio «Escuela y Despensa» sabe muy bien lo que necesita el pueblo de su época.
    Cuando la Aguirre -esta escoria- recorta en Cultura, Sanidad, Asistencia Social, etc., también sabe muy bien qué hace: poner en manos privadas unos hospitales costeados con fondos del pueblo, para que se harten cuatro amiguetes…
    Claro que, ¡algo caerá!

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