Oráculos, analistas y anticipadores de la Gran Crisis

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Julián Sauquillo

Fotograma de 'Saló o los 120 días de Sodoma', de Pier Paolo Pasolini.

Es imposible saber qué diría hoy Pasolini de una Italia con una media de dos suicidios diarios –tan proporcionalmente repartidos entre un trabajador sin trabajo y un pequeño empresario sin crédito–. Sí podemos recordar, en cambio, qué predijo sobre todo esto. Lo presagió hace más de treinta y cinco años y con alaridos. Porque llegó al cine después de ser poeta, novelista, crítico, pintor, dramaturgo y periodista. Hizo cine para ser masivamente escuchado. Mi amigo Mariano Maresca se quedó tan  estupefacto con el pronóstico de Pasolini que editó su guión de la película Saló (1975) con todo lujo de aparato crítico (Saló o el infierno según Pasolini, 1993, Filmoteca de Andalucía). No era para menos pues, según él, descenderíamos a profundidades abisales y soportaríamos toneladas de agua sin adaptación de nuestra presión interna a la externa, con una osamenta demasiado rígida para regatear los elementos hostiles, plena visión de las circunstancias monstruosas de nuestros contemporáneos y sin salida al exterior. Como para suicidarse, entonces.

Si oráculos hay muy pocos y son muy prestigiosos, no han faltado, al menos,  modestos e informados tecnócratas que nos noticiaran el abismo de aguas profundas hacia el que nos asomábamos. Recuerdo que, hace más de diez años, un periódico vespertino culto daba cuenta de la visita de un sociólogo americano. Era uno de esos sobrios investigadores que, amén de su asignatura, pueden conocer bien el Cuatrocento italiano, la arquitectura de Gaudí o los avatares de la historia del pueblo polaco. Era uno de esos profesores que es avisado por sus colegas de que quizás ya debiera ir menos por la Facultad y quedarse más en casa descansando dada su provecta edad. Un hombre con un suéter gastado, la cartera cuarteada, un “cuatrolatas” aparcado en su pequeña casa ajardinada y cargado de talento y honestidad. Ya dijo que España tenía un modelo productivo viejo –la construcción– y una mano de obra muy poco cualificada. Vaticinó que, si no cambiábamos de modelo económico, “España iba a sufrir mucho”. Ahora, en su memoria, escribo mendigando si hay quien pueda recordarme su nombre. Más aún si alguien guardó una hoja amarillenta –casi seguro por la celulosa– con su foto de cuerpo cortado por las piernas. ¿Hay alguien ahí con un recorte de periódico, por favor? Incluso una bróker pulcrísima de la bolsa española –muy profesional, acabó derecho y estudiaba literatura en una vieja biblioteca– auguraba que dos años después del derrumbe de Lehman Brothers, todos los bancos españoles quebrarían en cascada. ¿Sabe alguien algo de esta sabia y sincera mujer apurando la noche de estudio tras su dura jornada en la Bolsa? ¿Qué es de aquella mujer con esqueleto económico y alma sensible? Seguro que no hiberna. Me intereso por ellos porque nos faltan mensajeros con antorcha que sigan alumbrándonos la catástrofe. Y nos sobran quienes metan las cascarillas y pelusas debajo de la alfombra persa.

Hoy he visto la desazón por la profundidad inadvertida de esta caída. Un hombre atusando la cabellera de su pequeña hija a la espera del semáforo. Clase media apostada en la esquina de Príncipe de Vergara con República Dominicana. El padre no esperaba el verde del paso sino alguna esperanza para el futuro de su hija. Y la hija algo se maliciaba triste. El mismo desaliento, aunque menos agitado, que en los trenes de cercanías. La hija podía ser la Giennariella napolitana que tanto apreciaba Pasolini. Una niña que destaca entre los compañeros de la clase porque las enseñanzas del profesor no se quedan en el empedrado y germinan en ella. Alta y delgada, colige de los ojos de su padre que estamos en una sociedad de ordeno y mando, de experimento acerca de cuáles son los límites de resistencia del más débil, de hipnotización del subalterno por el mandatario,… Por supuesto que esta niña no llega hasta donde Pasolini. No sabe qué es la sociedad autoritaria. Palpa que hay paro y miseria en la calle. Pero es un ser intuitivo y demasiado pequeño. Su padre, en cambio, podría ser un especialista en teoría política. Masculla el mal porvenir de los nacidos: una sociedad sin luciérnagas, con abuso del cuerpo de la mujer, con una televisión embrutecedora, con partidos políticos radicales de los que tampoco puedes fiarte, con una clase intelectual muy domesticada, con una Iglesia hegemónica y una cadena de explotaciones sin límite. Vislumbra tiempos sin derechos y con pleno predominio de la naturaleza del más fuerte. Llegó a la mediana edad acompañado de Pasolini. A esta pareja, algo triste, le conviene un comic reciente: el Pasolini de Davide Toffolo (451 Editores, 2012). Una inmersión con dibujos amables en el mundo abismal del intelectual italiano a través del joven Toffolo. Un reportero nervioso por la cita en la habitación 317 del Hotel Santín. Aquí se desentraña, para todos los públicos, el secreto del poeta asesinado. ¿Están ahí para escucharme el consejo?

Llamamos actualidad al trepidante acaecimiento de sucesos que suscitan nuestra alarma y espanto. La actualidad es una amalgama de noticias imprevistas, necesitadas de interpretación. Los analistas suelen acudir con posterioridad. Sólo los oráculos se anticipan a lo noticiable. Son los adivinadores de los resultados de los juegos olímpicos, la salud o el resultado de las guerras. Oyentes de la palabra divina o del camino indefectible de la historia como Pasolini. Intérpretes de largo aliento. Los gobiernos pagarían sumas ingentes para que les adivinaran el futuro. Los mandatarios son como el convaleciente que desea saber si sanará o como el jubiloso enamorado que desea conocer cuándo se tornará su suerte. Pero el gobierno no tiene más que a la menos científica de las ciencias –la ciencia política– para orientarse sobre las oscilaciones  de la economía o del comportamiento social con apenas dos semanas de antelación. Los más descalificadores llaman a estos predictivos “los sube y baja”. Y mucho me temo que los responsables políticos hojearían superficialmente sus presagios económicos. Hasta espantarse de los más tenebrosos y horrendos resultados.

3 Comments
  1. Don Incómodo says

    Ya no hay otra moneda de cambio que el miedo en las relaciones personales. Vivimos espantados. No podemos seguir así. Hay que echarle valor a esta crisis que recae injustamente en los más necesitados

  2. Susana says

    Me maree profesor con una película tan espantosa. Fui al hospital de la Princesa, cielo, junto al cine donde vi su estreno. El cine ha cambiado mucho desde entonces

  3. Daniel says

    Hay miedo en los trabajos y aprovechan a estrujar a los precarizados. ¡¡Vaya panorama!!

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