Segundo desencanto: angustia y desamparo en España

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Julián Sauquillo

Poco después del año 1975, momento de gran significación histórica para los españoles, Jaime Chávarri estrenaba la película El Desencanto (1976). La muerte del dictador coincidía con una recapacitación fílmica sobre las consecuencias familiares del fallecimiento del poeta Leopoldo Panero, bien relacionado con el franquismo. Desahogados, sin asomo de pena alguna, y a la vez exhaustos, aparecían tres hijos poetas revisando un futuro frustrado por la fuerza castrante del pasado. La madre, Felicidad Blanc –novelista-, no podía, tampoco quería, contener la desazón profunda de sus aún jóvenes hijos. Unos jóvenes que no habían cumplido los cuarenta y manifestaban su impotencia para reproducirse por tantos y tantos hectólitros de alcohol bebidos. También, expresaban su desesperanza para concebir cualquier horizonte provechoso como artistas y personas. Aunque ciertamente, Leopoldo María Panero, el segundo, tenía todas las cartas en la mano como artista maldito, no pudimos entrar a beber algo en el desaparecido bar Juanelo –junto a la Plaza de Iglesia- porque debía dinero, cuando le conocí y traté bastante, tres años después de la película. Aunque este filme ya calificó como “desencantada” a la sociedad española de la época, no dejaba de poseer una desesperanza algo infatuada. Fernado Savater dijo que los Panero se creían “los hijos de Goethe”. Al verla hoy, la película parece diagnosticar un Desencanto social y político precipitado con la muerte del Padre.

Sin embargo, un pasaje de la conversación de Michi Panero con su madre advierte del desastre acuciado por las meras buenas intenciones. El hijo le pregunta a su madre por qué hizo unos agujeros “salvíficos” en una caja de zapatos donde encerró a unos gatitos para abandonarlos en el cauce del río. La filantropía en sí misma no lograría más que precipitar el fin de los pequeños felinos. El agua anegaría más rápido la precaria embarcación. El pronóstico sobre estos animales afectaba a los tres hijos y a su fría y ensimismada madre. Tras veinte años de drama familiar, Ricardo Franco rodó Después de tantos años (1994), obra maestra que confirmaba el derrumbe de la familia Panero. Juan Luis vivía recluido en el Ampurdán, Leopoldo María aparecía como un Marqués de Sade en el psiquiátrico de Mondragón y Michi deambulaba por el hogar materno –ya sin madre- en la calle Ibiza de Madrid sirviéndose de unas muletas. La decadencia se había ahondado.

Tanto pesimismo, confirmado por el paso del tiempo, me hace pensar en qué relación guardan ambos filmes con la sociedad española y si cabe remontar tanto escepticismo acerca de que la muerte del Padre, de todos los padres, metafóricos y carnales, no llevara a una sana liberación. ¿Estamos ahora en un colapso respiratorio como el de aquellos gatillos? Indudablemente, la transición política fue saludada por mi generación y las dos anteriores como un avance político que había que seguir profundizando. Pero está cundiendo la desmoralización ciudadana más que su vivencia más audaz. Y este desencanto está más fundado, en el tiempo transcurrido, que el de la familia Panero. La recientemente aparecida encuesta de Metroscopia –dirigida por José Juan Toharia y José Pablo Ferrándiz- refleja la desazón masiva de los ciudadanos con el papel de las instituciones ante la crisis. Una amplia mayoría se pronuncia contra la imagen dada por la administración de justicia y las actuaciones del Tribunal Constitucional; la falta de acuerdo político para renovar al Tribunal Constitucional, al Defensor del Pueblo y al Tribunal de Cuentas; y la falta de visibilidad del parlamento. Nada menos que el 79% de los ciudadanos encuestados desaprueban la actuación de los políticos en circunstancias tan especiales como las que atravesamos. Los directores de la encuesta resumen el estado de ánimo actual de los españoles entre la angustia y el desamparo. Lo más alarmante de la situación actual de la opinión pública es la masiva desconfianza de los ciudadanos socialmente deprimidos en la eficacia de las instituciones públicas. Así las cosas, la exdirectora del CIS, Belén Barreiro, en El País, hacía una llamada a la revitalización de las instituciones antes de que un amplio frente populista (un supuesto Partido Radical) acabe sustituyendo de facto a los partidos políticos.

De una parte, los Panero hacían una sublimación artística del vacío enorme que el Padre muerto había dejado –llámese Leopoldo o Francisco-. Su pose lamentaba que no  había  un espacio poético capaz de una gran política (el poeta desea trasformar la actualidad con otro Mundo). De otra parte, los ciudadanos comienzan a hastiarse de la falta de protección social respecto de fuerzas económicas incontrolables. Fuerzas que las instituciones públicas, a veces, muy débiles no logran domesticar. Desde luego, no veo a los ciudadanos escribiendo poesías para embellecer el mundo actual. Tampoco considero que vayamos a adoptar la faz trágica del artista para superar el paro y el hambre. O las instituciones públicas mejoran sus niveles de funcionamiento, dan ejemplo y apoyan a los ciudadanos o la deslegitimación del Estado está servida.

3 Comments
  1. Susana says

    Pasé algún rato con Leopoldo en el Pentagrama de Malasaña. Nos leía a poetas franceses y me pareció que le gustaban las muy jóvenes como yo. ¡¡Venga la poesía!!

  2. Indalecio says

    De poesía sé poco (Celaya, Alberti, Hernández, Vallejo…) para valorar a estos estetas pero el desencanto existe ahora tan grande como un pino, como un pinar mejor.

  3. Fredi says

    En los barrios de Madrid, fuera del centro rico, estamos encerrados, no nos podemos mover, no tenemos ni para el metro

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