El «experimento» España: De la «Democracia» a la «Dictadura»

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Francisco Serra

Una tarde de lluvia un profesor de Derecho Constitucional acudió a visitar una exposición en una galería, cercana al Reina Sofía. Con el título algo misterioso de Los encargados se mostraban unos retratos gigantescos del rey y los presidentes de Gobierno que han regido en España desde la Transición. Sin embargo, la parte fundamental de la obra de arte que ahora se ofrecía al público era un vídeo [ver arriba] que se programaba de modo ininterrumpido en una pequeña sala de proyección, casi disimulada al fondo de la habitación, y en el que se veía avanzar por la Gran Vía, al son de la Varsoviana, una procesión de Mercedes portando, cabeza abajo, esas imágenes que representaban a los principales cargos públicos de la España “democrática”.

Al profesor, mientras contemplaba en la pantalla lo que parecía casi una fúnebre comitiva, le venían a la memoria todos esos años de esperanzas, en los que se creía que al fin en nuestro país iba a establecerse una sociedad más libre e igualitaria, para trocarse luego en amargo desencanto. Del mismo modo que en la performance artística que ahora tenía ante sus ojos se reflejaba una efímera denuncia de la “estafa de la transición” (al hacer desfilar esos ostentosos vehículos con las efigies de los rostros de los hombres, en teoría, más poderosos de nuestra historia reciente, en posición invertida), la democracia que se había establecido en España había demostrado ser, ante todo, “representativa”, es decir, pura “representación”, performance política en la que nada se esperaba de los ciudadanos (en el fondo, unos “espectadores”) más que de forma regular depositaran su voto en las recién estrenadas urnas.

El poder “real” hace tiempo que ya no está en manos de los reyes y gobiernos, sino en otra parte, en fuerzas económicas, no siempre identificables, que operan en la sombra y mueven, como si se tratara de un teatro de marionetas, los hilos de los “encargados” de ejecutar sus decisiones.

Algo triste por estas cavilaciones, el profesor salió del recinto y se metió en un Metro atestado a causa de una nueva jornada de huelga en los transportes públicos madrileños. Había leído en el periódico que en una librería de la capital tenía lugar otra performance del mismo artista, Santiago Sierra [ver vídeo], y en la que treinta desempleados, contratados por el salario mínimo, debían escribir durante ocho horas al día en un libro en blanco la frase El trabajo es la dictadura hasta llegar a completar las mil copias de la edición del último volumen de la colección de libros de artista creada por una prestigiosa firma.

El profesor llegó al establecimiento y curioseó entre los anaqueles y cuando ya iba a decidirse a penetrar en el cuarto de al lado, donde presumía que se debían estar confeccionando los ejemplares de tan singular obra, escuchó una voz imperiosa, procedente de ese lugar, que preguntaba a los forzados amanuenses si querían hacer alguna observación, después de haber completado una caja, y se sintió incapaz de cruzar el umbral para observar la forma en que efectuaban esa labor tan absolutamente carente de sentido.

Sin duda, en el mundo actual el trabajo ha dejado de ser, en la mayoría de las ocasiones, una vía para el desarrollo de la personalidad y, despojado de su máscara, se ha convertido en actividad rutinaria en la que debemos emplear nuestra jornada para atender a nuestras necesidades. En tiempos todavía se pudo pensar que era posible crear una “sociedad del trabajo”, en la que este alcanzara tal dignidad que pudiera servirnos para alcanzar una existencia más feliz e, incluso, si debíamos dedicar algunas horas a tareas poco gratas, podríamos en el tiempo libre dedicarnos a ocupaciones más provechosas que alegraran nuestro ánimo.

Esas promesas han quedado incumplidas: la sociedad industrial acabó con los artesanos, capaces de utilizar todo el tiempo que fuera preciso para elaborar el producto perfecto, y la sociedad postindustrial también ha terminado con los obreros especializados que, aun sin conocimiento del conjunto, podían llegar a dominar su diminuto ámbito de actuación. Todos, como nuestros políticos, nos hemos convertido en títeres, movidos por otros.

Un amigo le había comentado al profesor que el continuo recorte de derechos sociales que está teniendo lugar en España obedecía a un plan preconcebido, pues se trataba de un “experimento”, ideado por poderosas fuerzas económicas, para saber hasta donde se podía llegar en la eliminación de los servicios esenciales, sin que eso afectara al “equilibrio” del sistema. Pero eso sería, pensó el profesor, confiar en que existe una “racionalidad”, aunque sea perversa, cuando no hay más que movimientos ciegos en la perpetua búsqueda del máximo beneficio.

No hay ningún “artista” (ni demiurgo) al que podamos identificar como autor de las absurdas medidas económicas y sociales que se están tomando en el presente, sino solo una forma de entender la existencia colectiva que se devora a sí misma, del mismo modo que hoy la obra de arte se agota en el momento de su creación y de ella no queda más que un desvaído reflejo.

Al profesor, en ese momento, le pareció obsceno pasar a la otra habitación y contemplar el rostro de aquellos hombres y mujeres, de cuyas frágiles condiciones de vida ya había tenido noticia por el artículo del diario, y salió del local, desengañado de la “democracia”, como había entrado, pero sin querer traspasar el dintel que lo llevaba a “la dictadura”.

4 Comments
  1. felipin says

    Ahora se comprenden las lagrimas de aquel ministro de franco cuando anunció por tv que habia muerto.
    La corrupción y el saqueo empezó con los socialistas (rumasa), sino empezó antes.

  2. sorgo rojo says

    Sólo una reflexión marxista pone sentido a la lucha contra la explotación económica y la dominación política vulgares

  3. Emiliano says

    A ver su vamos a oscilar de la esperanza abulica a la laceracion complaciente del trágico no tenemos remedio. España y su efecto pendular. Ojo al parche!!!

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