El Papa Francisco, portador de una vieja y moderna novedad

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Benjamín Forcano *

Benjamín ForcanoNo sé si los lectores la compartirán, pero es posible que muchos de ellos abrigaran la certeza de que el Papa Francisco, en su viaje a Brasil, -a la cristiandad, a la humanidad- iba a repetir lo de siempre, lo que otros Papas anteriores: doctrinas y normas, preceptos y  leyes , dogmas  y , a la par, reproches y anatemas contra el abandono e  infidelidades de los cristianos.

Llevábamos mucho tiempo escuchando en tono casi obsesivo la voz de muchos dirigentes  eclesiásticos, que no cesaban de repetir: no a la ausencia de la práctica religiosa, no a la secularización, no al Estado aconfesional, no al relativismo moral, no a la politización izquierdosa de la fe, no a la autonomía de la ciencia y de la libertad, no al aborto, no a la homosexualidad, no a la igualdad de la mujer, no a la aceptación intraeclesial  de los divorciados, no…

De repente, y confirmando los gestos y palabras que en su breve recorrido de Obispo de Roma había ido proyectando, el Papa Francisco se muestra con una frescura y libertad, con una cercanía y comprensión del pueblo, con un enseñar nuevo, limpio y simple que penetra y cautiva, y asombra a muchos doctos y fariseos de nuestro tiempo. Dice:

“La barca de la Iglesia  no tiene la potencia  de los grandes transatlánticos que surcan los océanos.  Y, sin embargo, Dios quiere manifestarse  precisamente a través de nuestros medios,  medios pobres, porque siempre es él quien actúa. -La Iglesia no puede  alejarse de la sencillez.  Sin la garantía de la simplicidad la Iglesia se ve privada  de las  condiciones  que hacen posible “pescar” a Dios en las aguas profundas de su misterio-. Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana  de las necesidades de los que la han abandonado, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una  reliquia del pasado, insuficiente  para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía repuesta para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta”.

El Papa Francisco no parece hablar muy preocupado por la doctrina de la Iglesia ni se afana por defenderla, sino que sus palabras mencionan una y otra vez, ante todos los públicos, una realidad nueva, frente a la cual, como ocurriera en otro tiempo, la gente queda encandilada y se llena de gozo y entusiasmo. Parecía que ya no era un obispo mal encarado, sino un descubridor de la sublime figura de Jesús de Nazaret. Dice:

“Como Pablo y Bernabé anunciamos  el Evangelio a nuestros jóvenes para que encuentren a Cristo, luz para el camino, y se conviertan en constructores de un mundo más fraterno. En  realidad, nuestro vivir en Cristo  marca todo los que somos y lo que hacemos. La eficacia y fecundidad de nuestro servicio apostólico quedan garantizadas por nuestro ser fieles a Jesús. Permanecer con Cristo no es aislarse, sino permanecer para ir al encuentro  de los otros. Es en las favelas, en los cantegriles, en las villas miseria, donde hay que buscar y servir a Cristo. Debemos ir a ellos como el sacerdote se acerca al altar: con alegría. Jesús, el buen Pastor,  es nuestro verdadero tesoro, tratemos de fijar cada vez más nuestro corazón en él (Cf.  Lucas 12,34)”. (Catedral de San Sebastián, Río de Janeiro, 27 de julio de 2013).

Ya no era el superconocido, y prohibido por nuestros obispos, teólogo José Antonio Pagola (por su libro Jesús, una aproximación histórica, que en poco tiempo ha vendido más de 140.000 ejemplares) quien despertaba admiración y aplausos, sino él, un Papa directo, popular,  no controlado, que venía poseído por la  misma pasión: anunciar  la gran novedad de Jesús de Nazaret, -descuidada, dejada en la penumbra y hasta secuestrada-.

Novedad la de este hombre Jesús de Nazaret que, según José Antonio Pagola, “ha marcado decisivamente  la religión, la cultura y el arte de Occidente hasta imponer incluso calendario, que ha tenido como nadie un poder grande sobre los corazones, que ha expresado como nadie las inquietudes e interrogantes del ser humano, que ha despertado ingentes esperanzas y que todavía hoy, frente a la crisis de ideologías y de religiones, sigue alimentando la fe de millones y millones de hombres y mujeres”.

Y el Papa Francisco proseguía en su  principal empeño:

“Quisiera que hoy nos preguntáramos todos:  ¿Somos una Iglesia que vuelva a  nuestras fuentes  de modo que ellas despierten la fascinación por su belleza? Se requiere una Iglesia con una pastoral que no es otra cosa  que el ejercicio de la maternidad de la Iglesia.  Sin la misericordia , poco se puede hacer hoy  para insertarse en un mundo de “heridos” que necesitan  comprensión, perdón y amor. En el ámbito social, la Iglesia sostiene el derecho  de servir al hombre en su totalidad, diciéndole lo que Dios  ha revelado sobre el hombre  y su realización y ella quiere hacer presente ese patrimonio inmaterial sin  el cual la sociedad se desmorona, las ciudades se verían arrasadas por sus propios muros, barrancos y barreras.  La Iglesia tiene  el derecho de mantener  encendida  la llama de la libertad  y de la unidad del hombre” (A los obispos del Brasil, 27 de julio de 2013)

Yo he quedado sorprendido: el Papa no ha hablado de prohibiciones eclesiales, no ha reclamado el absolutismo de la verdad católica, no ha hablado ni una sola vez del aborto, ha mirado a todos, a todos les ha  invitado a compartir y convivir en respeto y fraternidad, desde la defensa de los grandes valores, que nos enriquecen mutuamente. Y ha hablado con fuerza, eso sí, de los ídolos y falsas ilusiones sembradas por doquier por el depredador y homicida neoliberalismo.

No Occidente, sino ciertas ideologías devastan la conciencia y los hábitos éticos que más profundamente tejen nuestra humanidad. Y el Nazareno, recuperado de nuevo, sin tantas cosas que lo oscurecen y lo han traicionado, ha sido el anuncio central, la enseñanza atractiva y más conmovedora que ha estado en los labios del Papa Francisco:

“Ayudemos a los jóvenes a darse cuenta de que ser discípulos misioneros es  parte esencial del ser cristiano,  y que el primer lugar que se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la familia y  los amigos. No podemos  quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. No es un simple abrir la puerta para acoger, sino salir por ella para buscar y encontrar. Pensemos con decisión en la pastoral  desde la periferia, comenzando por los que están más alejados… Tengan el valor de ir contra corriente, en sus manos tienen los elementos  para que nuestra civilización sea verdaderamente humana: el encuentro , la acogida de todos, la solidaridad y la fraternidad”(En la catedral de San Sebastián, Río de Janeiro, en la Misa con obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas, 27 de julio de 2013)”.

Me he acordado de que algo nuevo estaba aconteciendo, que se estaban cumpliendo las palabras de otro gran teólogo mal visto en nuestra larga restauración:

“Siempre que la Iglesia  ha pasado por momentos de crisis, relajación o desorientación, los cristianos más lúcidos (…) han vuelto al seguimiento de Jesús para encontrar orientación, identidad, relevancia y gozo en la vida cristiana”. (Jon Sobrino, Seguimiento, en Conceptos Fundamentales de Pastoral, Madrid, 1983, p. 936).

Me he acordado también, de por qué los grandes de nuestro tiempo, civiles o religiosos, no han podido o querido comprender las palabras del gran exegeta Joachim  Jeremías:

“Jesús invita a su mesa a los publicanos, a los pecadores, a los marginados, a los reprobados; él llama al gran banquete a las gentes “de los caminos y las lindes” (Lucas 14,16-24). Cada página del Evangelio nos habla de escándalo, de la agitación , de la inversión de valores que Jesús provoca llamando precisamente a los pecadores.  Continuamente se le pidieron  las razones de esta actitud incomprensible y, continuamente, sobre todo por medio de sus parábolas, Jesús dio la misma respuesta: Dios es así. Dios es el Padre que abre la puerta de la casa al hijo pródigo; Dios es el pastor que se llena de alegría cuando encuentra la oveja perdida; es el rey que invita a la mesa a los pobres y mendigos”.

Y he seguido acordándome, cómo no,  de tantos  exegetas y teólogos –censurados y proscritos– que con rigor y gran amor a la Iglesia, han tratado de presentar y recuperar la imagen histórica y liberadora del Nazareno (Käsemann, Ellacuría, Gutiérrez, Schillebeeckx, Fraijó, Casaldáliga).

No sé si Francisco, el nuevo obispo de Roma,  ha vuelto con toda su fuerza a Jesús, consciente de que la crisis de la Iglesia y de la llamada sociedad cristiana está en que se han apilado normas y normas, fardos enteros, para regular y oprimir la vida de los cristianos dejando en la trastienda el anuncio que el apóstol Pedro hizo ante los jefes y senadores de su pueblo:

“Quede bien claro para vosotros y para todo Israel que ha sido por obra de Jesús Mesías, el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis  y a quien Dios resucitó de la muerte, por quien hemos sanado a este enfermo.  Jesús es la piedra que desechasteis vosotros los constructores y que se ha convertido en piedra angular. La salvación no está en ningún otro, es decir, que bajo el cielo no tenemos los hombres otro diferente al que  debamos invocar para salvarnos”.

Me resulta normal poder concluir con estas palabras del Papa Francisco:

Si la Iglesia como Institución  se funcionaliza,  entonces pretende tener luz propia  -la gran tentación de  la Iglesia es tener luz propia-  y deja de ser ese ‘mysterium lunae’ del que nos hablan los Santos Padre. El misterio de la luna. Se vuelve cada vez más autrorreferencial y se debilita  su necesidad de ser misionera, de ‘Institución’ fundada por Jesucrsito, se transforma en ‘Obra’. Deja de ser Esposa para terminar siendo Administradora: de Servidora se transforma en Controladora”. Aparecida quiere una Iglesia Esposa, Madre, Servidora, facilitadora de la fe y no tanto controladora de la fe” (Al Comité de Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe –CELAM-. Río de Janeiro, 28 de julio de 2013) .

“El mandato de anunciar el evangelio para toda la Iglesia  no nace de la voluntad  de dominio o de poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido a nosotros y nos ha dado, no algo de sí, sino todo él, ha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios.  Jesús no nos trata como a esclavos, sino como a hombres libres, amigos, hermanos; y  no sólo nos envía , sino que nos acompaña, está siempre a nuestro lado en esta misión de amor” (Vigilia de Oración con los jóvenes en el Paseo Marítimo de Copacabana 27 de julio de 2013).

(*) Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo claretiano.

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