Legado y figura de Juan Negrín

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Agustín_García_SimónEl anuncio de la vuelta a España del archivo del último presidente del Gobierno de la II República, don Juan Negrín, hecho recientemente por su nieta, Carmen Negrín, quien ha cedido unos 150.000 documentos originales al cabildo de Gran Canaria para abrirlos al público y a la investigación, es una gran noticia como símbolo de recuperación de la memoria de uno de los personajes fundamentales de la República y la Guerra Civil españolas del siglo XX, pero también como aliciente extraordinario para la investigación histórica de ese tiempo, todavía con muchas sombras que iluminar. De las grandes figuras de la época, y más concretamente del socialismo republicano, seguramente sea la de Negrín la que arrastra más interrogantes, acontecimientos más oscuros, comportamientos y decisiones menos esclarecidas. Y, desde luego, la suya sigue siendo una imagen controvertida, polémica, en la que prevalecen visiones y apreciaciones muy enfrentadas y antagónicas, no sólo en lo que sigue siendo el espectro de la derecha política, sino incluso de la propia izquierda, aunque ésta, en la actualidad, poco o nada tenga que ver en cuestiones fundamentales con lo que fue la izquierda española republicana.

El caso es que, pese a la bibliografía vigente, la vida y obra del doctor Negrín siguen esperando la gran biografía que se merece su compleja  y apasionante figura; empresa nada fácil por la sinuosidad del personaje y su trayectoria, la espesa y trágica trama en que tuvo que gobernar y, más que discreción, que le sobraba, por el ocultamiento de muchas de sus decisiones o la falta clamorosa de explicaciones sobre las mismas. Quizá este archivo que ya está en España, cuya apertura está prevista para los primeros meses del año próximo (año en que se cumple el setenta y cinco aniversario del final de la Guerra Civil) sea el estímulo necesario para que los especialistas de la España del siglo XX vuelvan exhaustivamente sobre una personalidad extraordinariamente atractiva desde los aspectos intelectual, político y propiamente humano. Es muy probable que esa necesaria y futura investigación, siempre que sea rigurosa y detallada, confirme las tendencias de recuperación y comprensión que apuntan los estudios y opiniones más documentados de sus biógrafos en los últimos años (Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos, Gabriel Jackson…) o las excelentes aportaciones de autoridades como Ángel Viñas y otros en muchos de los acontecimientos capitales que dependieron del gobierno  de Juan Negrín.

De momento, tendremos que seguir cotejando las dos visiones irreconciliables acerca de su figura y tratar de concluir, e intuir también, las luces más probables que alumbran su terrible experiencia en el momento más difícil de la guerra. Su personalidad, sin embargo, no favorece nada el intento. Negrín fue siempre un político atípico en la España de su tiempo, y para sus propios conmilitones socialistas un completo extraño. Perteneciente a una muy rica familia de la oligarquía burguesa de la isla de Gran Canaria, se formó como fisiólogo a lo largo de ocho años en Alemania. Además de alemán, hablaba perfectamente inglés y francés, y se defendía sin problemas en otros tantos idiomas. Emergió muy pronto como una de las esperanzas más firmes y brillantes de la investigación científica en España, y de entre los alumnos de la escuela de su cátedra de la Universidad de Madrid salió, por ejemplo, Severo Ochoa. La política como pasión, sin embargo, truncó la perspectiva cierta de científico más que probablemente universal y se convirtió en diputado del Partido Socialista en todas las legislaturas republicanas, con la amistad firme de Indalecio Prieto, su mentor político, hasta su traumática ruptura en los años de guerra. Pero también con el odio en ciernes del símbolo moral del partido, Besteiro, y la muy desaforada enemiga del otro símbolo de la coherencia obrera, Largo Caballero.

No fue Negrín una persona fácil. A su gran inteligencia y rigor en el trabajo, a los planteamientos serios, firmes, minuciosos en cuanto tocaba, se adosaban unas no menos sólidas tendencias licenciosas. Fue un auténtico sibarita, exquisito gastrónomo, mujeriego consumado hasta la disolución. Huía de la publicidad, odiaba ser fotografiado; unía radicalidad y firmeza en sus convicciones, de modo que podía ser duro y resistente en las situaciones más difíciles, con ese punto de austeridad que da todo convencimiento político o moral verdaderos; y como toda gran inteligencia era profunda e irasciblemente alérgico a la estupidez: “Nunca soportó a los estúpidos sin alterarse, ni como catedrático ni como ministro”, escribe Gabriel Jackson. En el ideario político, pese a su circunstancial e inevitable deriva prosoviética, Negrín era bastante más templado de cómo lo han pintado. Parece más exacta la idea de que no era partidario de la violencia como instrumento político, ni del salto revolucionario, sino de procedimientos graduales, moderados y controlados; por eso consideró un grave error el nombramiento como jefe del Gobierno de Largo Caballero que, en su opinión, alejaría del gobierno republicano a los sectores más democráticos con toda su influencia, fundamentales para mantener la guerra y la República.

Carmen Negrín, nieta del que fuera presidente de la II República, el pasado 13 de diciembre en la Fundación Juan Negrín de Las Palmas, durante el acto de entrega de 135.000 documentos del archivo. / Efe
Carmen Negrín, nieta del último presidente de la II República, el pasado 13 de diciembre en la Fundación Juan Negrín de Las Palmas, durante el acto de entrega de 153.000 documentos y objetos del archivo de su abuelo. / Efe

Cuando en mayo de 1937 fue nombrado Presidente del Consejo de Ministros de la República por decisión expresa de Manuel Azaña, el consentimiento de Prieto, del Partido Comunista y, en general, de un gran consenso entre las fuerzas republicanas, Juan Negrín entró en ese tiempo amargo, declinante y desastroso en que las democracias europeas, con Inglaterra a la cabeza, abandonaron a su suerte a la República española, invocando la doctrina del Comité de No Intervención. En la práctica, las naciones democráticas impidieron el suministro de armas a la República, mientras hacían la vista gorda a la llegada de armas nazifascistas de Alemania e Italia al ejército rebelde del general Franco. A la República no le dejaron otra opción que la Unión Soviética de Stalin, cuyo designio sobre España no difería apenas del de la Inglaterra de Chamberlain: había que apaciguar a la bestia, Hitler, sacrificando la República. Negrín, con una intuición lucidísima y bastante sólo, entendió que la resistencia era la victoria, es decir, había que unir la suerte de la República a las democracias europeas que, inevitable e inminentemente entrarían en guerra contra Hitler. Y a ello dedicó todas las fuerzas y recursos, incluido el oro del Banco de España y su silencio  ante el asesinato espantoso de Andreu Nin, como de toda la represión comunista en el frente y la retaguardia republicanos. Sin duda fue el monstruoso precio que hubo de pagar para conseguir su objetivo. Sólo le separaron de él unos pocos meses. De haberle sonreído la fortuna, hoy estaríamos hablando de uno de los  más grandes hombres del siglo XX. Así se escribe la Historia.

(*) Agustín García Simón es escritor y editor.
1 Comment
  1. j riopoza vega says

    me absoluto desacuerdo con el texto , y la historia parece que le juzgó y ni siquiera ridículos panegíricos , o pseudopropaganda , pueden arreglar a uno de los peores políticos , si no el peor

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