El fin del bipartidismo

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Imagen difundida en la red por seguidores del Atleti.

Debería comenzar esta crónica, la de una victoria histórica del Atlético de Madrid, como es habitual cuando se escribe, en un día tan especial, de un equipo de fútbol arrebatado y visceral como éste. Es decir, desde la nostalgia y la épica. Me gustaría contarle cómo mi abuelo me llevaba, cogido de la mano, al estadio Metropolitano, donde me contagió la fiebre rojiblanca entre cánticos conmovedores y bocadillos de panceta. O cómo más tarde el Calderón fue mi segunda casa: recorría el Paseo de los Melancólicos para ir al colegio, me bañaba en las playas del Manzanares, soñaba con levantar algún día los brazos junto a Neptuno. Me gustaría hablarle de derrotas heroicas, de una fatalidad desbocada, de la historia de un club cenizo capaz de robar los corazones más fogosos.

Pero lo cierto es que mi abuelo era del Palencia, equipo que nunca ha estado en Primera División. Y que cuando mi padre me llevaba al fútbol era porque su jefe le regalaba entradas para el Bernabéu. Para colmo de males vivíamos en Cuatro Caminos, a dos pasos del estadio del Real Madrid, lejos, muy lejos,  de un Calderón que se me antojaba en las antípodas. Yo era del Atleti porque sí, consciente de que se trataba  de un equipo resignado en su malasombra, capaz de aguar la fiesta más animada, orgulloso incluso de su mal fario. ¿El pupas? Sí, pero no tanto. En mi memoria rojiblanca se ha sustituido de manera natural aquella final del 15 de mayo de 1974 en el estadio Heysel de Bruselas, cuando acariciamos la gloria continental frente al Bayer de Munich, por la memorable victoria del pasado 17 de mayo del 2013 en la Copa del Rey, frente al Real Madrid y en el mismísimo Santiago Bernabéu.

Hoy me siento seguidor de un equipo ganador. Pero no siempre fue así… Mi primer recuerdo futbolístico tiene que ver con el miedo. Era un niño de seis o siete años y salía del estadio junto a  mi tío, rodeado de gente mayor, aterrorizado, agobiado por la posibilidad de perderme en semejante tumulto, temiendo ser aplastado por la marabunta. Con el tiempo, el niño creció, y los estadios modificaron los accesos. Solo se mantuvo firme la fe, que es la base del fútbol en general y de los colchoneros en particular. La fe auténtica, que es la fe en ese Dios redondo del que hablaba el escritor mexicano Juan Villoro. La fe que hizo posible que el Atlético ganase este sábado la Liga ante rivales como el Madrid y el Barcelonas, dueños de un engreimiento y una arrogancia solo comparables a sus presupuestos.

Algo está cambiando en España. Y lamentablemente no es ni la miserable situación económica, ni la impunidad de la Iglesia, ni la corrupción rampante, ni la debacle cultural. Es algo que suena a política, pero que no tiene nada que ver con política al ser cuestión de vísceras, de sentimientos primitivos, de pasiones atávicas. Es el fin del bipartidismo, una lacra que ha tocado fondo al menos en su versión futbolística. Se acabó la dictadura de los millonarios, finalizó el reinado de los todopoderos, terminó el duopolio Real Madrid-Barcelona. El culpable de semejante gesta, capaz de convertir la Liga española en, ahora sí, la mejor del mundo, es este Atlético de Madrid, que ha ganado su décimo título en el último partido, en el Nou Camp, ante 96.000 seguidores del Barça, dieciocho años después.

La fe no es un don de dios, es un regalo del Cholo, de Luis Aragonés, de Paolo Futre, de Gárate, Adelardo y Collar. Nos vemos el sábado que viene, otra vez en Neptuno.

8 Comments
  1. celine says

    ¡Viva l’ aletí!

  2. celine says

    ¡Aúpa Aleti! quise decir, claro está…

  3. qq says

    Lo primero, felicidades a los atléticos. Sin embargo, estaría bien no olvidarse de que el Atlético es uno de los protagonistas principales de otra de las burbujas que en España se inflan indefinidamente, hasta que revientan y nos llenan a todos de basura: la del fútbol profesional. Hay que recordar que esta sociedad (porque hace mucho que dejó de ser un club) debe a Hacienda y a la Seguridad Social (es decir, a todos nosotros) cientos de millones de euros, que parece que nadie le reclama, como no se le reclaman a los bancos y demás chorizos rescatados, mientras los demás tenemos que seguir soportando recortes de derechos y prestaciones.

    Es cierto que las emociones van por un lado y el bolsillo por otro, y que no solo se trata de exigir a las SADs que se pague su deuda, sino en general de limpiar el apestoso mundo de fútbol profesional, empezando por la opacidad, por no decir cenagosa negrura, con la que se gestionan tanto los contratos de las figuras (como Diego Costa, Arda Turan o David Villa, por decir tres atléticas) como los de los derechos televisivos. Pero estaría bien que los árboles de un Neptuno lleno no nos taparan el bosque, ni las vergüenzas, que el Atlético y los demás perpetradores de esta otra burbuja llevan años ocultando.

  4. Selito says

    Vaya por delante mi enhorabuena, pero siento aguarte la fiesta: Este bipartidismo tampoco se ha acabado, aunque es menos dañino que el otro. En este, al menos, 1 vez cada un puñado más o menos grandes de ligas, un ‘pequeño’ es capaz de sacarle los colores a los 2 arrogantes.
    En el otro bipartidismo, hasta la fecha, sigue siendo un acto de fe el que sucederá algún dia.

    PD: Y no nos olvidemos de la mucha pasta que nos deben a todos los españoles los clubes de fútbol, por muchísimo menos de lo cual hay gente que se queda sin techo todos los dias.

  5. Selito says

    qq, que te piso… 😉

  6. juanjo says

    Yo también estoy muy contento. Tras 20 años perdiendo al ajedrez con mi tío Coliges, acabo de ganarlo hace diez minutos, y, como vivo en Madrid, en los alrededores de Atocha, me gustaría colgar mi bufanda aljedreada en la corona de Neptuno.
    ..
    Espero que no se me ponga objeción alguna, porque ¡ppor qué voy a tener yo menos derecho a pisotear las estatuas madrileñas que un jugaor del atlético o del real Madird

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