El lado oscuro de los mandarines

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Agustín_García_SimónLa pedestre censura que la editorial Planeta aplicó al último libro de Gregorio Morán, El cura y los mandarines. Historia no oficial del Bosque de los Letrados. Cultura y política en España, 1962-1996, final y felizmente publicado por la editorial Akal hace ahora escasamente un mes, proporcionó al autor y la obra una campaña de publicidad espléndida, por lo demás merecida, aunque con un toque de escándalo tan eficaz para la vida comercial del libro, como falso e injusto para el trabajo inmenso que encierra y el rigor paradigmático que acompaña su escritura. Porque, entiéndanlo bien los lectores interesados, no se trata de un libro que con alguna frivolidad haya escrito su autor para éste o aquel otro ajuste de cuentas, en absoluto, sino de lo que hace años ya se conocía con la expresión de “un trabajo bien hecho”, una obra destilada a lo largo de diez años, con una rara exigencia documental, con el peso de las lecturas más selectas, y la experiencia de una vida curtida en mil batallas de la postguerra y el lento, interminable desgaste del régimen del general Franco, hasta la Transición política que alumbró, entre otras muchas cosas, el actual presente que sufrimos. Una investigación modélica de lo que se conocía como periodismo de investigación y, en los dos últimos decenios, como verdadera Historia del Presente, la que nos concierne en mayor o menor medida, la que, sencillamente, protagonizamos más o menos activamente, padecimos con pasividad o gozamos a la busca de una ilusión que entonces se nos antojaba definitiva, más allá de la larga noche del franquismo; el largo devenir, en fin, que política y culturalmente nos conformó como somos y no de otra manera.

Esa es la historia que nos cuenta este libro, la de una generación que despertó a la vida política y cultural como un todo inextricable, como una necesidad existencial, de supervivencia ante la asfixia de una de las dictaduras más crueles y rancias del siglo xx europeo, sólo extinguida, para vergüenza de nuestra historia reciente, cuando el tirano se resecó hasta el último aliento en su cama, envuelto en una balumba de cables y tubos que no pudieron impedir el alargamiento (¡todavía más!) de su hálito siniestro. Pero la sombra de cuarenta años de dictadura, fundamentalmente sostenida por una guerra civil que trató de exterminar -en gran parte con éxito- a la otra mitad de España, dejó un terreno abrasado para la cultura, para la política y la vida misma; un paisaje yermo, con una estela de desolación que sólo permitió con los años el hábitat del erial, y su aspereza; y la mediocridad rala de su flora, y su fauna agazapada, sumisa y temerosa, acojonada. En ese erial despiadado hubo de emprender la generación que traería la Transición el largo camino de un sueño alternativo y, al final, desencantado. Porque lo que lo hizo realmente efectivo fue un pacto de regreso al olvido, sin purga, siquiera simbólica, de la justicia; y lo más grave, de la memoria, con un corolario dolorosísimo e irreparable: la ruptura traumática entre la España interior y el exilio de los vencidos, sin escatimar un desdén obsceno para con su precioso acervo cultural y su ejemplo emocionante de generosidad humana, extinguida lejos de su patria, y en gran medida ignorada y preterida por sus propios compatriotas del interior.

En el tiempo que va de los primeros años sesenta hasta la pérdida del poder socialista y la ascensión de José María Aznar, Gregorio Morán ha buscado en la generación hacedora de la Transición el ciclo completo de su nacimiento, desarrollo y fin de la aventura. Pero fiel a su obsesiva e implacable busca de la verdad, no ha ido al haz de la trama convencional, sino a su envés, a la cuadrícula empastada y sinuosa donde se esconden las verdaderas razones de unos hombres y mujeres de la cultura española que, sin poder separarse de la política y metiéndose en ella medularmente, trazaron una parábola, ambiciosa y, en parte no pequeña, radical hasta el delirio marxista-leninista-estalinista-maoísta de los años setenta, para volver finalmente a la base firme de lo recto y convencional; la que va del Nacional-Catolicismo, firmemente asentado frente al cadáver falangista del Régimen, que se revuelve impotente ante la opción inexorable del Caudillo a favor del integrismo católico, hasta el pacto propiamente de la Transición y la traca final de la conquista del poder por el PSOE, y su deslumbramiento alucinante y pronta degradación.

Si tenemos en cuenta que buena parte de los futuros “Mandarines”, es decir, aquellos que procedentes de la radicalidad antifranquista protagonizaron la Transición y se auparon al poder y el dinero con una falta de escrúpulos más propia de la reacción y la infamia políticas, ya sólo nos quedan dos elementos para cerrar el marco general de este libro capital: la aventura exitosa e imprescindible del diario El País, nacido con el intento fallido de crear un “intelectual colectivo”, pronto apartado, sin embargo, por el impulso de su propia naturaleza: el negocio puro y duro; y el cura Jesús Aguirre, prototipo y maestro de estos mandarines y leitmotiv del libro, con la más brillante trayectoria del impostor hispano de ese tiempo: desde el más pobre de los seminarios de Santander hasta el título de duque de Alba, pasando por los diálogos cristiano-marxistas, la editorial Taurus y la suprema venganza de un advenedizo inteligente: el poder y su representación en su cumbre.

Cubierta_El_cura_y_los_mandarines
Cubierta del libro de Gregorio Morán.

En el quién es quién de esta obra de casi ochocientas páginas, de lectura exigente y muchas, muchas horas de atención concentrada, de la que no pocos hablarán sin haber leído; en la iluminación soberbia de algunos capítulos extraordinarios, como los dedicados a Camilo José Cela, Martín Santos, Juan Benet, Max Aub, el propio cura Aguirre, el análisis de los XXV años de paz, etc., Morán nos ofrece en su conocido estilo (rigor, contundencia argumental, crítica implacable, acerada o deletérea; agudeza, ironía y algunos sarcasmos que, por naturaleza, no puede evitar y que tanto juego dan a sus odiadores, como algunos errores pueriles, que uno no termina de saber si no los dejará a propósito, de modo que susciten la saña ingenua y engreída de los académicos y catedráticos…) razones y datos muy difícilmente refutables del lado oscuro de la cultura del franquismo, de su naturaleza, de su devenir inconfesable, de la vanidad y la ambición, colegas íntimas de la miseria moral y sus estragos; pero, en su conjunto, nos muestra con autoridad, a veces con brillantez, el porqué de nuestro presente, que tanto debe a la traición e infamia de esos “Mandarines”, que en la punta de la cucaña han excrementado su viscosa ascensión, impregnando con su estiércol otra fallida oportunidad de un país que sigue haciendo de la cultura el cursus honorum de unas gentes que siguen soñando pasar, como sea, de lacayos a cortesanos. Ni siquiera el PSOE triunfante absoluto del 82 supo muy bien lo que es ser un ciudadano en términos de la Ilustración; de haberlo sabido es más que probable que no hubiéramos terminado en esta ciénaga.

Obra de referencia ineludible ya para entender la segunda mitad del siglo xx español y, seguramente, con los libros que ha dedicado al PCE (Miseria y grandeza del Partido Comunista de España) y a Ortega y Gasset (El maestro en el erial), su más excelsa trilogía.

(*) Agustín García Simón. Escritor y editor. Su última obra publicada es Cuestión de palabras (Textos para un futuro incierto), Gatón editores, 2014.

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