“Tocar una sola piedra debería ser pecado”

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Imagen de la destrucción en la Ciudad Vieja de Alepo, que está siendo escenario de terribles batallas. / Reportaje gráfico: MÓNICA G. PRIETO

ALEPO (SIRIA).- Umm Sara y su familia, compuesta por su madre, su hermana y sus dos hijas, están completamente convencidas de que fue un milagro lo que sucedió en su vivienda.

Situada en pleno centro de la Ciudad Vieja de Alepo, en un suntuoso edificio de unos 700 años de antigüedad con un patio interior donde las higueras filtran delicadamente el sol, la belleza del enclave contrasta violentamente con los destrozos de la calle que conduce a Bab al Nashel, a una decena de metros, donde los rebeldes han instalado una de las múltiples líneas de frente.

“Esperábamos que nos afectase la violencia, porque en una guerra todo puede ocurrir”, explica la joven mientras atraviesa con parsimonia el cruce controlado por francotiradores donde los combatientes han instalado un toldo para dificultar la visión de los francotiradores, haciendo caso omiso de las voces que le instan a correr. Su porte orgulloso y sus ropas, perfectamente adecentadas, permiten adivinar que la joven no se deja intimidar fácilmente. “Nunca nos planteamos abandonar la casa, donde llevamos 13 años, porque no tenemos otro sitio a dónde ir, pero desde anteayer no vemos las cosas igual”.

Umm Sara, de camino a su vivienda, situada en la Ciudad Vieja. / M. G. P.

Erigida en el tejado del edificio, la modesta casa de Umm Sara está compuesta por una cocina, un dormitorio, un baño y un amplio salón, donde hace dos días impactó un misil de aviación que nunca explotó. “Yo escuché un enorme estruendo y todos los cristales se rompieron”, explica su madre, Aziza, de 70 años. “Ese día se habían producido muchos ataques en esta zona, pero como no hubo explosión confiamos en que sólo fueran restos de metralla”, añade su otra hija, Sandra, que señala el boquete abierto por el proyectil en el techo. El olor a quemado les llevó a entrar en el diwan y así descubrieron el regalo de la aviación siria.

“El salón era mi lugar de juegos. Ahora no quiero salir del dormitorio”, dice enfurruñada Sara, una vivaz y asustada niña de 11 años. “Nos horroriza cada día que pasamos”, prosigue la cría. “Cuando oigo los aviones me agarro a la cintura de mi madre, los escuchamos tan cerca que pensamos que ha llegado el momento de nuestra muerte. A veces creo que todo es una pesadilla de la que voy a despertar para recuperar mi vida normal”.

La existencia misma de la Ciudad Vieja de Aleppo, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1986, está en peligro por los bombardeos y los combates que, desde finales de julio, desangran la principal ciudad comercial de Siria. La mayor parte de los civiles ha abandonado el lugar a los hombres armados, que se disputan el territorio metro a metro. En el castillo, la Gran Mezquita y algunos edificios de altura como el hotel Sheraton, los francotiradores del régimen abaten a cualquiera que se aventure en las grandes avenidas, pero las laberínticas calles son territorio de los grupos armados que se agrupan bajo el nombre de Ejército Libre de Siria (ELS).

Ayman muestra los proyectiles y trozos de metralla que han recogido en su casa. / M. G. P.

La aviación y la artillería hacen estragos sin distinción. Ayman se encontraba rezando hace cinco semanas en la mezquita/madrasa de al Osbaniyah, situada frente a su casa, en la calle Nur al Din al Zaki, cuando un proyectil cayó sobre la misma. “Murió una persona y nueve resultaron heridas”, explica el joven, pálido y ojeroso, en el interior de su vivienda, un edificio de unos 700 años de antigüedad que su familia ocupa desde hace 200 años, según su testimonio. Un sofá bloquea la entrada desde el tejado, revelando el temor a que los combatientes ocupen el lugar. “Aquí estamos al alcance de los tiradores del Ejército y tan expuestos a la aviación como el resto del país”, añade mientras apura un cigarrillo tras otro.

Ayman vive con su padre, su madrastra y un hermano. Asegura que simpatiza con la revolución pacífica, con el objetivo de derribar la dictadura, pero es tan crítico con el ELS como con las fuerzas del régimen. “Me enfada que entren en casas de gente modesta y las conviertan en posiciones militares, las exponen y las destruyen. El ELS está cometiendo muchos errores. Ellos no pierden combatientes, los que mueren son civiles. Ver cómo está quedando la Ciudad Vieja, cómo el régimen bombardea lugares centenarios, es muy doloroso. Tocar una sola de las piedras de este lugar debería ser pecado, y eso vale para el régimen y para los rebeldes”, lamenta mientras niega con la cabeza.

La Ciudad Vieja ha quedado secuestrada por la violencia. En el antiguo souk, algunos comerciantes se han aventurado a recuperar las existencias de sus tiendas antes de que sea demasiado tarde. Algunos sólo han encontrado cenizas, como los dueños de los comercios situados cerca de las grandes avenidas, escenario de las principales batallas, pero quienes tenían sus negocios en zonas más apartadas, como el pequeño souk o los múltiples khan, (mercados especializados dentro del gran mercado) han sido más afortunados, como es el caso de Mohamed, un joven de 25 años. “No hemos podido venir en los últimos tres meses y medio”, dice sudando copiosamente y mirando con recelo a los combatientes del ELS, que examinan divertidos la mercancía que el joven y dos de sus familiares acumulan en cajas de cartón. “No sabíamos si quedaba algo en pie, y nos ha sorprendido encontrar todo en su lugar. Hemos tenido mucha suerte al no haber perdido nada, mucha gente ha dilapidado una fortuna aquí”, dice mientras prosigue apilando bultos a la espera de una camioneta que les lleve a “algún barrio controlado por el régimen”.

Un grupo de comerciantes recupera sus mercancías huyendo de los combates. / M. G. P.

“Hemos avisado a los mercaderes para que acudan a llevárselo todo, porque se esperan operaciones militares para los próximos días. Hoy es su última oportunidad para salvar el contenido de sus tiendas”, explica Neemati, comandante de Liwaa al Omawien, a cargo de las posiciones de la calle Sabaa al Bahrat, que separa la zona comercial de la residencial. Afirma tener a 200 hombres repartidos por la Ciudad Vieja, y admite haber perdido a una quincena de hombres. En cuanto a los civiles, dice haber visto morir a 10 en las dos últimas semanas. “Son las principales víctimas, porque los francotiradores no distinguen·.

Acompañado de Abu Fadi, un combatiente de Homs que combatió como voluntario en la revolución libia, los rebeldes sirven de improvisados guías por el souk, pero la ruta que siguen es poco turística. Las madrasas o escuelas coránicas, los palacetes, los caravasares y los hammam resultan prácticamente irreconocibles. Con la gran mezquita, del siglo XII, y la ciudadela medieval en manos de las fuerzas del régimen y, por tanto, fuera del alcance, los nuevos destinos que llaman la atención son los destrozos de la artillería y la aviación siria, los lugares clave para el combate y los edificios de este complejo monumental reducidos a escombros.

La magnífica arquitectura medieval es irreconocible. Muchos balcones de madera que sobresalían de algunos edificios han ardido, los proyectiles han abatido buen número de techos y la única forma de circular hoy por el zoco es sortear montañas de vidrios, escombros, hierros retorcidos y mercancías arruinadas. Algunos negocios, los más próximos a la línea de frente, que se encuentra solo a 20 metros de distancia, siguen ardiendo dos días después de haber sido bombardeados. “Las tiendas de textiles son como una hoguera”, lamenta Abu Abdo, otro combatiente de la provincia de Idlib. “Aquí los incendios tardan varios días en extinguirse”.

Un combatiente se desliza por un boquete horarado en el zoco de Alepo. / M. G. P.

Los rebeldes no han dudado en horadar muros centenarios para facilitar el tránsito entre las callejuelas. Los escombros bloquean los accesos a muchas calles, en otras han instalado espejos e incluso las cabezas de las farolas acristaladas para poder controlar todos los ángulos. En algunas posiciones hay  sacos terreros, y en muchos callejones rústicos colchones revelan la presencia de más combatientes.

Han trazado un nuevo y complejo mapa de la ciudad vieja donde resulta imposible moverse sin su guía. En la esquina del restaurante Beroea, se erige un suntuoso palacio agujereado por los disparos de mortero y de carros de combate. “Ha recibido 25 impactos”, explica Abu Aaref, el responsable de zona, mientras envía a un rebelde a chequear si hay actividad en el castillo medieval, desde donde la calle es atacada. En la calle perpendicular, lujosos restaurantes han quedado destrozados, y la mezquita Al Islaimiya -datada por una placa en la puerta en el año 820- presenta un enorme boquete de aviación. En el mausoleo que alberga el centro de culto sufi Al Nosaimi, con vistas al castillo, los rebeldes han instalado sacos terreros convirtiendo la tumba en posición militar.

Un rebelde vigila las posiciones del castillo en la calle Hawl al-Qalaa. / M. G. P.

Un hombre pide a gritos que se hagan fotos: afirma que lo que ocurre es pecado. El joven y ojeroso Ayman, comerciante de 24 años, dice haber perdido a cinco amigos en esta guerra. Hace meses que no puede acudir a su trabajo, y denuncia que aventurarse al mercado para aprovisionarse es una peligrosa misión de la que no sabe si saldrá con vida. “Nos sentimos atrapados entre el régimen y el ELS. El primer mes de ofensiva, hace ya casi cuatro, el 20% de la gente que vivía en esta zona se marchó. Hace dos meses, cuando el primer proyectil cayó en nuestro área, a 700 metros de aquí, el 40% de los que quedaban se fue. Y hace un mes, tras el bombardeo de la mezquita, otro 20% dejó sus casas. Sólo quedamos los que no tenemos a dónde ir”.

La madre de Umm Sara tampoco aprecia a ninguno de los bandos en liza. “Yo ya no estoy ni con unos ni con otros, estoy con la estabilidad de Siria”. Las explosiones interrumpen a la anciana, que se lleva la mano al pecho y recita una oración. “Quiero que mis nietas puedan jugar en la calle sin miedo, que puedan ir al colegio y tener un futuro. ¿Qué futuro nos ofrecen Assad o los miembros del Ejército Libre?”

Sharia al Siyann, la calle de la prisión, que comunica el antiguo castillo con la citadela. / M. G. P

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