En Camp Bucca mataban iraquíes

5

Cuando llegamos a Umm Qasr hacía varios días que la reportera Letizia Ortiz se había adelantado con un equipo de TVE para contar en directo las minúsculas operaciones humanitarias que realizaban los soldados españoles en la retaguardia de la invasión angloamericana de Irak. El buque Galicia, atracado en la entrada del viejo puerto iraquí, servía de base de operaciones. El barco llegó el mismo día que los estadounidenses ocuparon Bagdad matando a los testigos incómodos, entre ellos, el reportero español José Couso. Los españoles repartían agua potable con un camión cisterna en unas barriadas de Umm Qasr e intentaban ganar el afecto de la población suministrando medicamentos a un hospital cercano y ayudando a los médicos locales.

La gente del lugar estaba angustiada. En un parque del centro del pueblo donde esperaban sentados sobre sus bombonas metálicas la incierta llegada de un camión con gas relataban sus desventuras. Muchos daban por muertos a sus hijos y hermanos, de los que no sabían nada desde hacía un mes. Los maestros y funcionarios llevaban tres meses sin cobrar. La estructura administrativa había quedado destruida y los policías habían muerto combatiendo a los invasores o se habían escondido para evitar que les apresaran.

Los reporteros que habían navegado río arriba o llegado por carretera a Najat, regresaban con imágenes del lujoso palacio, con grifos de oro, que el malvado Sadam Husein poseía en aquella ciudad. Por la noche transmitían las crónicas desde el barco español y departían en la cubierta con los oficiales. El Ejércio y la Guardia Nacional habían sido barridos y Husein carecía de fuerza naval y de aviación, por lo que el barco era un lugar seguro. Unos centinelas controlaban y alejaban a las contadas embarcaciones de pesca que salían hacia el Golfo Pérsico o que regresaban de la faena. En el hospital del buque, algunas mujeres y varios niños se reponían de las operaciones quirúrgicas que los médicos españoles les habían practicado.

Esto era casi todo lo que se podía contar de la testimonial presencia de los militares españoles en aquella guerra que no era nuestra, pero a la que el jefe del Gobierno José María Aznar se había apuntado con Bush y Blair en las Azores para obtener los grandes beneficios de la rapiña del petróleo. Entonces nos enteramos de que un equipo médico con un hospital de campaña se había desplegado en el interior, en una zona del desierto cerca de Al Basrah.

Convenía darse una vuelta por allí y emprendimos viaje hacia aquel lugar sin señalizar que los estadounidenses llamaban Camp Bucca. El nombre correspondía al jefe de los bomberos de Nueva York, que había muerto en las Torres Gemelas. Se trataba de un enorme campo de prisioneros iraquíes, con compartimentos de alambradas, rodeados con más alambradas. Lo custodiaban soldados con ametralladoras plantadas sobre sus vehículos Hummer. Los mandos eran reservistas estadounidenses que se habían alistado a la lucha contra el terrorismo.

El campamento era tan extenso que no se podía abarcar con la vista. Trepamos hasta la techumbre de una caseta de ladrillo que servía de refugio al mando y obtuvimos unas vistas y una visión inquietante. Dentro de aquellos compartimentos de alambradas había decenas de individuos en cuclillas, de pie o tumbados, cubiertos de harapos o con blusones azules tostándose al sol. Todos andaban descalzos. Algunos habían puesto unos tenderetes para tener sombra. Era el mes de abril de 2002 y la temperatura superaba los 35 grados a las diez de la mañana. Una o dos veces al día pasaba un camión con una manguera y les lanzaba un chorro de agua.

Con frecuencia se oían gritos de dolor. Los centinelas se acercaban, sacaban al hombre que gritaba y lo trasladaban al hospital de campaña. ¿Qué le ha pasado? “Otra picadura de alacrán; en cuanto se duermen les pican los alacranes; hay miles de alacranes; hoy llevo siete operaciones y estamos empezando”, nos dijo un capitán médico, un sevillano que sudaba la gota gorda bajo aquellas lonas y trabajaba de sol a sol realizando operaciones.

La situación de los prisioneros era tan dura que algunos no podían más y lanzaban gritos de protesta. Cuando ocurría esto, cuando “se insurreccionaban”, según el lenguaje los norteamericanos, los centinelas tenían orden de disparar. ¿Han matado a alguno?, preguntamos a unos soldados que habían escrito a tiza “ford sale” en el capó del Hummer. Se rieron y dijeron: “Esta semana han muerto dos; se insurreccionaron y nos atacaron con un palo…, no, no con una barra de hierro”.

Nos despedimos del teniente y del capitán médico, que estaba quemado y repetía: “Nosotros no deberíamos estar aquí”, y en el momento en que abandonábamos el desventurado lugar, un jefazo estadounidense nos alcanzó. Quería revisar el material gráfico. “Ni hablar del peluquín, amigo”. Las presiones llegaron a Madrid antes que las fotografías. Las autoridades españolas entendieron que la imagen de aquellos iraquíes estaba protegida por la Convención de Ginebra e hicieron lo posible para que no se publicaran. Lo que no estaba protegido era la vida, como ahora el mundo ha podido comprobar gracias a Wikileaks. Llamamos al Ministerio de Defensa para verificar la existencia de presiones y un portavoz oficial nos contestó que al ministro Trillo sólo le preocupaba “la delgadez de Letizia”.

5 Comments
  1. Marita says

    Aznar insolto gravemente a los españoles y debe ser juzgado como cómplice del asesinato de miles de iraquís inocentes. ¿A qué espera la justicia internacional para detener a esos cuatreros?

  2. reportero says

    Las instalaciones que se ven en el video se construyeron después. Los médicos militares españoles se preguntaban también si los norteamericanos no tenían médicos y sanitarios para asistir a los presos, a los que mantenían bajo la solanera a cuarenta grados en condiciones deplorables durante semanas hasta que decidían identificarlos y clasificarlos y dejar libres a los civiles que les parecían inofensivos. Los médicos españoles pueden ofrecer muchos testimonios al respecto.

  3. celine says

    Por desgracia, cuando los imperios se desmoronan, como cuando las ballenas van a morir, dan coletazos de muerte. Lo que cuenta, Luis, es terrible, sobre todo, por lo bien contado que está. Supongo que con los testimonios de los militares españoles podríamos enterarnos de espantosos episodios. Callan porque no les queda otra. Con Aznar o con Zapatero; con Bush o con Obama. La historia de los hombres es también la historia de la infamia, desdichadamente.

  4. Zaratustra says

    Los crímenes de guerra, una guerra criminal, injusta, ilegal, deber ser investigados y castigados. O acaso los países llamados civilizados creen que se puede eliminar el olor a muerto con Chanel número cinco, como hiceron los obispos???

Leave A Reply