Antes que las trilogías galácticas, las pelis de Indiana Jones (una evidente lectura del personaje de Bond) o las inanes sagas adolescentes con las que nos machacan los grandes estudios en la actualidad, siempre estuvo Bond, personaje creado por Ian Fleming y que no ha evolucionando demasiado década tras década. Aunque en apariencia 007 se ha adaptado a las modas y cambios sociales de su momento, siempre ha sido un personaje bastante retrógrado. Y a pesar de que sus guionistas y productores hayan querido darle un barniz de modernidad y hasta de profundidad psicológica, Bond siempre ha sido un tipo frío, rancio y bastante machista.
En Spectre un mensaje del pasado manda a Bond a una misión secreta a México D.F. En Roma se cepilla a la hermosa viuda de un criminal, cuyo rastro le lleva a una reunión secreta de la organización SPECTRE. Pero Bond también se tendrá que enfrentar a problemas burocráticos: el nuevo director del Centro para la Seguridad Nacional cuestiona su trabajo y el de todo el MI6. También 007 puede sufrir un ERE.
La película comienza con un fabuloso plano secuencia en México D.F., puede que estemos ante el más espectacular y seguramente más caro inicio de toda la saga Bond. La de dólares que se han debido de gastar solo en ese arranque los productores (MGM, Columbia y Albert R. Broccoli) debe ser parecido al PIB del dos países tercermundistas. De hecho, se rumorea que esta película Bond ha llegado a costar la friolera de 300 millones de dólares. Sí, han leído bien: 300. ¿Se imaginan la cantidad de películas decentes que se pueden hacer con esa cifra? Es para llorar.
Pero bueno, esto es business, una franquicia industrial, como un coche o un reloj, todos esos objetos y marcas que se publicitan en los largos spots que son las películas de 007. Lo peor es que no te enganchen, no te entretengan, no te mantengan despierto en la butaca. Tengo que reconocer que casi me quedo sopa en su pase de prensa matutino.
Por muchas piruetas visuales que hagas, por mucho dinero que te gastes y por muchos lugares exóticos que visites (aquí Londres, Austria, México, Roma y Marruecos), si no tienes unos personajes definidos y construidos, mal lo llevamos.
Y aquí el malo es un mero dibujo (qué manera de desaprovechar a un tío con la presencia de Christoph Waltz). Y a diferencia de otros, este Bond sigue siendo un trozo de carne con ojos y encima con un trauma familiar bastante mal escrito.
Daniel Craig es uno de los peores Bond de todos los tiempos, si no el peor. Carece de la elegancia y la clase que necesita el personaje. Afortunadamente, esta película parece su despedida.
A todo esto sumemos el habitual uso decorativo de las mujeres (Monica Belluci y Léa Sedoux son dos bonitos floreros), un Ralph Fiennes muy desaprovechado y una duración excesiva para un film con un contenido narrativo tan primario.
Estoy seguro de que su director, Sam Mendes, no está de acuerdo con eso, claro. Para él esta película “habla sobre envejecer y sobre la mediana edad, pero también medita acerca de la muerte”. En fin, a uno le entra la risa floja cuando lee cómo justifica su sueldazo el autor de películas “de autor” tan sobrevaloradas como American Beauty.
Lo que no se puede perdonar a los nuevos Bond es que hayan perdido completamente el humor de los viejos tiempos. Las películas de Sean Connery, y sobre todo las de Roger Mooren, eran un choteo constante, con ingeniosas frases y gags dentro de la acción que tan bien imitó y mejoró Lawrence Kasdan en el guión de la primera de Indiana Jones. En estos nuevos Bond los (demasiados) guionistas se ponen serios, ¡shakespearianos! Un auténtico dislate.
Y atención porque este Bond falla hasta en uno de los elementos más reconocibles de la saga: la canción para sus inconfundibles créditos. Writing's on the Wall, cantada por un tal Sam Smith, un ganso desplumado, es de un relamido de morirse.
En fin, otra más de 007, floja y con un contrincante (SPECTRE) muy desaprovechado. Demasiada testosterona, muy poco humor, excesivas acciones inverosímiles y un larguísimo metraje del todo inapropiado.
No sé si Spectre es, como ha escrito Scott Mendelson, la peor de Bond en los últimos 30 años, pero desde luego debería ser la última. La saga no da para más y todo (el Martini agitado pero no revuelto, el esmoquin, las chicas Bond, Moneypenny, los gadgets, los cochazos...) resulta agónico.
¿Cómo no va a tener humor si por momentos parece que estás viendo «Superagente 86»? O «Austin Powers». Con lo bien que habría cerrado el chiringuito 007 con la freudiana «Skyfall»…