Parados sin fronteras

Yo pensaba que cuando uno/una cobraba el subsidio de desempleo lo hacía porque había cotizado lo suficiente para pagarse ese derecho durante un periodo de tiempo determinado. Se me antojaba que la prestación de cada cual dependía de cuánto y durante cuánto tiempo hubiera cotizado. Me había parecido que los que no cotizaban no tenían derecho a la prestación e incluso llegué a pensar que el tal subsidio era un derecho generado por lo que te habían descontado de la nómina mientras tenías trabajo y no una gracia administrativa. No sé por qué me había hecho a la idea de que un/una parado/a era alguien que atravesaba una mala racha y no un/una sinvergüenza que se pasa la vida rechazando empleos y tocándose las pelotas/ovarios a las puertas del bar del barrio. Pero debía de estar terriblemente equivocado.

Ahora sé que hay parados porque la gente no busca en Google el prefijo de Laponia o porque cuando les ofrecen un curro a cinco paradas de autobús de la puerta de su casa casi siempre lo rechazan. Un señor que es presidente de la Comisión de Economía y Política Financiera de CEOE y que se llama José Luis Feito Higueruela me ha abierto los ojos cuando ha dicho que lo que habría que hacer con esa ¿banda? es quitarles la prestación en cuanto junten una 'n' con una 'o'. Este señor, que tiene un currículum que quita el hipo y una fe ciega en nuestra estupidez, no dice estas cosas porque haya sido él quien ha estado cotizando por los parados, sino porque le da la gana y porque se cree con derecho a decirlo. Este señor, que no coge el Metro ni para ir a Las Ventas por San Isidro, alimenta mi desvarío cuando dice eso y lo vuelve a alimentar cuando, horas después, ante el tremendo vocerío que provocan sus tardointencionadas palabras, dice que le hemos entendido mal, que no quería decir eso, que a quién se le ocurre. Este señor es uno de los que más mandan en la CEOE y dice estas cosas porque las piensa y porque cree que ha llegado el momento de decirlas.

Y no es de extrañar que lo crea. Recuerdo que a las puertas del último verano, en plena negociación del diálogo social entre patronal y sindicatos -y al borde del acuerdo-, el presidente de CEIM, Arturo Fernández, se sacó de la manga, por arte de birlibirloque, un contrato único con indemnización de 20 días por año trabajado en caso de despido improcedente. El gobiernosindicalismo y los medios que van quedando en este lado del precipicio hablaron entonces de provocación, de voladura del diálogo social, de involucionismo y no sé de qué cosas más, pero resulta que, a día de hoy, es en esas asquerosas aguas en las que nos encontramos naufragando.

Lo último que se le ha ocurrido al Gobierno del señor Rajoy es poner encima de la mesa del parado un plato de lentejas: o las tomas o las dejas. Esto también tuvo globo sonda y fue lanzado desde Cabo Esperanza  cuando la presidenta madrileña sugirió que se podría evitar el cierre de una biblioteca pública por falta de personal si ese personal fuera sustituido por voluntarios. Parado, voluntariado. Es maravilloso, todo termina en ado, como si estuviéramos hablando del Apoyo al Deporte Olímpico. La idea -tengo que reconocer que esto no me lo han querido confirmar mis fuentes en el COI- es crear una gran ONG de parados para que los desempleados que vayan quedando vivos dejen de dar por el culo con sus 600 euros mensuales y se pongan a colaborar con la sociedad civil repartiendo libros en las bibliotecas de las prisiones, que no sé por qué deberían seguir pagando funcionarios si hay parados dispuestos a repartir los malditos libros gratis solo con que alguien les garantice que si son buenos chicos y lo hacen todo sin rechistar seguirán recibiendo sus dos paquetes de Camel sin filtro a la semana tras el reparto de los manuscritos.

A la ministra de Empleo esta música no le suena mal y ha dicho que no descarta incorporar alguno de estos históricos avances en el bienestar de los parados españoles en la tramitación parlamentaria de la reforma laboral... Lo terminarán haciendo.