Año I después de la tregua

Podría decirse que el aturdimiento del presidente era comprensible. Zapatero se fue a la cama el día 29 en un lugar muy parecido al país de las maravillas, un sitio donde mana la miel, la economía y el empleo crecen en abundancia, el I+D corretea por los prados y las profecías propias se cumplen, especialmente las que auguraban que respecto a ETA íbamos a estar mucho mejor dentro de un año. El día 30 se levantó con la negra columna de humo del brutal atentado de Barajas y sólo acertó a decir que el proceso de paz quedaba suspendido, que no roto, como si quisiera asegurarse antes de que todo era real y no una vulgar pesadilla.

La acción de ETA pilló a todos por sorpresa: al Gobierno, que confiaba haber enderezado el rumbo del proceso tras la reunión de sus emisarios en diciembre con Josu Ternera, y a Batasuna, con la que los socialistas vascos mantenían encuentros casi semanales. Por primera vez, los terroristas no advirtieron con antelación de que se disponían a romper la tregua y el alto el fuego. Zapatero tendrá que purgar dos pecados. Uno por su ingenuidad; y otro por haber proseguido su descanso en Doñana como si nada hubiera ocurrido.

Si el 11-M cambió radicalmente el curso político, este 30-D modificará sustancialmente el último año de la legislatura. Los socialistas parecen haber aprendido algo de la historia. La imperdonable tibieza del presidente al dejar la puerta abierta a nuevos contactos con ETA cuando las circunstancias fueran las apropiadas fue rápidamente corregida, primero por el secretario de Organización, José Blanco, convertido en virtual portavoz del Gobierno, y luego por el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. El proceso está “liquidado”, “roto”, “acabado”, muerto, como las esperanzas de paz de una amplia mayoría de españoles.

A diferencia de lo que ocurrió en 2004, el PSOE se dispone a gestionar la crisis de manera compartida. Rubalcaba ha emplazado a todos los grupos parlamentarios la próxima semana, incluido el PP, para afrontar juntos la nueva situación, que tiene como primera piedra de toque las elecciones municipales de mayo y la previsible concurrencia a las mismas de Batasuna o de alguna de sus ‘marcas blancas’.

No hay que ser muy perspicaz para intuir que la ley de Partidos entrará en acción y que, salvo una inesperada condena de la violencia por parte de Otegui y sus secuaces, la izquierda abertzale será expulsada de los ayuntamientos y las diputaciones del País Vasco. ‘El gordo’, tal y como se conoce a Otegui en medios de la izquierda abertzale, se ha mostrado como un vulgar correveidile de ETA, está tan ‘liquidado’ como el proceso de paz y, muy posiblemente, acabe en la cárcel.

El nuevo escenario que se divisa a través del boquete abierto por los 200 kilos de explosivos de Barajas será complicado para el PSOE y bastante difícil para el PP. La razón es bastante simple. Con un panorama económico bonancible, los populares habían convertido el Estatuto de Cataluña primero, y la negociación con ETA después, en los ejes de su alternativa de Gobierno. Del Estatuto ya nadie se acuerda, una vez constatado que si España se ha roto lo ha hecho tan en silencio que el jirón ha pasado desapercibido. El fin de la negociación con ETA y el previsible endurecimiento del discurso oficial contra la banda dejarán a Rajoy sin su otro gran argumento para la crítica.

Ha habido ya una primera constatación. Zapatero no se había rendido ante ETA, no había pactado la autodeterminación de Euskadi ni la entrega de Navarra, mentiras de patas muy cortas que habían constituido la parte central de los mensajes de la mayoría de los dirigentes del PP. Volcada la lucha contra el terrorismo en sus métodos tradicionales, tanto policiales como judiciales, el PP podrá dedicar un tiempo a sacar los colores a Zapatero, podrá apoyar un tiempo más las concentraciones de la AVT pero, al final, no podrá seguir acusando al Gobierno de éste o de futuros atentados porque se volvería en su contra. Va siendo hora de que alguien les engrase la máquina de las propuestas.

Lo previsible es que Rajoy centre su discurso en exigir a Zapatero elecciones anticipadas por entender que la legislatura está concluida y lo lógico es que sus demandas sean desatendidas. Siempre le quedará la opción de presentar una moción de censura, que sería derrotada pero que permitiría al líder del PP conservar la iniciativa política. Ya se sabe que las mociones de censura que se pierden son de dos tipos: las que salen bien, como la que presentó González contra Suárez, y la que salen mal, como la que protagonizó Hernández Mancha contra el propio González. Aun jugando a esta ruleta rusa, quince meses, que es lo que resta hasta las generales de marzo de 2008, es demasiado tiempo para marear una perdiz ya desfallecida de tanta vuelta.

A Zapatero le queda también una travesía complicada. Pasar del optimismo antropológico al realismo trágico debe de ser toda una odisea. El presidente jugó a ser adivino o presumió de una información privilegiada que, o no poseía o resultó falsa. A partir de ahora siempre habrá quien se pregunte ante sus palabras: ¿será optimismo, tendrá información o habrá sido engañado de nuevo?