De invitada en el debate

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Imagen de la sala de prensa del Palacio de Congresos Campo de las Naciones durante el debate. / Alberto Martín (Efe).

Desde las diferentes salas que la Academia de la Televisión preparó para que los invitados al debate entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba siguieran, a través de una pantalla, lo que los candidatos se decían en un auditorio enorme y completamente vacío, la noche empezó con la sensación de que los monólogos de uno y otro, sobradamente repetidos en la larguísima e insufrible  precampaña electoral, iban a aburrir a las ovejas. Pero, lejos de escucharse balidos, se oyeron murmullos, risas y hasta dos aplausos, uno de ellos espontáneo, cuando ambos contendientes, en un alarde de previsión, que sabían que el rival iba a sacar a relucir unos datos y trataron de contrarrestarlos con un gráfico. Fue Rajoy el primero en sacar su gráfica, a la que Rubalcaba contestó sacando una de mayor volumen; momento en el que arrancó el aplauso y las carcajadas de los presentes. El segundo aplauso, secundado por tan solo la mitad del aforo en el que servidora estuvo “empotrada”, premió el final del debate. La sensación que transmitían al final los invitados que ocuparon el Salón Bogotá (en el Palacio de Congresos hay tantas salas como capitales de América Latina) era que el que parecía un debate previsiblemente aburrido había entretenido y mantenido el interés del respetable.

Interesó el debate y la actitud de los contendientes. Se comentó ampliamente el problema de “los papeles” de Mariano Rajoy, que recurrió a la lectura de los mismos más de 500 veces, mientras que Rubalcaba no llegó ni a 50 consultas. Se habló asimismo de la falta de telegenia de Rajoy, así como del dominio de la escena de Rubalcaba, a quien, no obstante, eran muchos los que lo veían más nervioso de lo habitual.

Tras la primera pausa, concluido el bloque sobre economía, en el que Rubalcaba trató de convencer a la audiencia de que Mariano Rajoy tiene un programa oculto y unas intenciones que, de conocerse, hasta sus propios votantes saldrían huyendo, una primera constatación generalizada: Rubalcaba es mejor orador. La segunda: pero menudo lastre lleva encima, con los 5 millones de parados …Y también un error muy comentado: en todas las ocasiones en las que el candidato socialista acusó a Rajoy de pretender poner en marcha políticas de recortes  que no confiesa, dio al líder del PP como virtual vencedor de la contienda del 20-N. Cada vez que decía “usted va a recortar la prestación por desempleo” daba por descontada la victoria del PP. ¿Error estratégico? ¿Táctica premeditada para grabar a fuego en esos “indecisos” que tanto preocupan y ocupan al PSOE que el PP va a recortar el Estado del Bienestar y los derechos de los trabajadores? Esa era la discusión, entre canapé y canapé, mientras la reseca tortilla española era empujada gaznate abajo por cualquiera de las bebidas no alcohólicas que se sirvieron.

Abandonar la sala e intercambiar opiniones breves con los asistentes al debate reunidos en otras salas contiguas era una excusa perfecta para arrimarse a los pocos platos de jamón ibérico que asomaron brevemente en la noche, o para  atacar las medias lunas de jamón y queso, a falta del ibérico. En el tiempo de espera tras el primer asalto hubo quien trató de organizar un debate paralelo a cuenta de la justificación o no de los 20.000 € presupuestados por un servicio de catering suficiente, aunque poco variado. Pero llegaron la segunda y la tercera parte. De los murmullos iniciales, cuando Rajoy confundió a Rubalcaba con Zapatero, se pasó a una risilla maliciosa, cuando cometió el mismo error por segunda vez. La ironía de Rubalcaba o la retranca gallega de Rajoy iban siendo respondidas, primero por risas tímidas y, hacia el final, con abiertas carcajadas. Los asistentes pasaron un buen rato. Lo que vieron superó sus expectativas que, según comentaban a la entrada del debate, no eran muy ambiciosas, dicho sea de paso.

Algunos periodistas ocuparon los puestos de los candidatos tras el debate. / Esther Jaén

Periodistas, directores de medios de comunicación, tertulianos o directores de gabinetes de comunicación poblaban el espacio destinado a los invitados y, desde allí, comentaban la jugada. Algunos, incluso, se atrevieron a rehacerla,  tras el debate, cuando, después de que Rajoy y Rubalcaba abandonasen el Palacio de Congresos,  se encaramaron al escenario, se fotografiaron emulando a los candidatos y hubo quien quiso, sentado en el mismo asiento que ocupó Rubalcaba, explicar a sus acompañantes cuál debía haber sido el papel de Rajoy: “Es usted un mentiroso, señor Rubalcaba… miente como siempre!” , repetía una y otra vez el periodista metido a imitador, mientras agitaba enfáticamente sus manos y sus acompañantes le jaleaban entre risas. Para él, el clarísimo vencedor del debate había sido Rajoy. Pero anoche, en el Palacio de Congresos de la Feria de Madrid, hubo opiniones para todos los gustos cuando, en el mismo instante en que el moderador, Manuel Campo Vidal, despidió la conexión, se puso en circulación la pregunta recurrente “¿Quién ha ganado el debate?”.

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