Mi Bosnia me la roban muchas veces…pero sigue siendo mi Bosnia

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El escritor austriaco Peter Handke, en una imagen de 2003. / Peter Stojaniick (Wikipedia)

Juro que no es una boutade sino algo rigurosamente cierto: me pasé años de mi vida viajando a los Balcanes atormentados por la guerra de Bosnia (Belgrado, Kosovo y la Vojvodina en 1993; Sarajevo en 1995 y 1996) por culpa de un periodista que se llama Hermann Tertsch. Ahora escribe en ABC, pero entonces triunfaba en El País con una serie de artículos a cual más categórico sobre aquella maldita guerra. Todos partían de la misma única premisa: la íntegra guerra era achacable al lamentable hecho axiomático de que los serbios son, casi sin excepción, unos hijos de la gran puta. Yo entonces no es que fuera una gran experta en política internacional (escribía en un diario catalán día sí, día también, sobre Jordi Pujol y sus muchachos…), pero me di cuenta de que algo fallaba. Y juro que me harté y me cogí vacaciones y me fui para allá. Juventud, divino tesoro del impulso.

Lo que vi en sucesivos viajes me conmovió. Llevo una flor de lis tatuada en mi hombro izquierdo y, aunque elegí la ubicación pensando en cierta heroína de Alejandro Dumas (para provocar y despistar), no me tatué la flor de lis ni en honor del muy noble e independentista pueblo del Québec (como creían en el diario catalán, arrobados...) ni en visionario homenaje a los Borbones porque vaticinara que había de acabar dando con mis huesos periodísticos en el diario ABC. Fue porque ese símbolo estaba entonces en el escudo de Sarajevo, y yo no quería olvidar nunca aquello. Más que aquello, lo que no quería olvidar era cómo era yo allí.

Después de ir y venir de los Balcanes sigo pensando que aquella guerra estuvo, está y estará muy mal contada, precisamente por las enormes cargas simbólicas en pugna, y por lo de cerca que nos tocan. Comparto con el recurrentemente vituperado Peter Handke la sospecha de que los serbios han sido criminalizados un poco facilonamente y en bloque, sin separar el grano de la paja, por ejemplo entre criminales indudables como Milosevic y Karadzic y la población serbia civil y normal (esa que no ha merecido jamás una brizna de compasión de nadie…), y también por ejemplo entre crímenes de guerra tangibles (mayormente de los serbios) y otros más intangibles pero igualmente peligrosos para la trágica evolución del conflicto (por parte de los croatas y hasta de algunos sectores albanokosovares). Discrepo de Handke en que esos deformantes claroscuros se arreglen negando la mayor, desequilibrando el platillo de la balanza de la evidencia por el otro lado. Vuelvo a coincidir con Handke cuando admite que en su errar balcánico no busca tanto la verdad como su “protopatria acuosa”, un centro de gravedad más creíble para alguien que tuvo la mala suerte de nacer en Austria. Vuelvo a discrepar de Handke en las razones por las que yo también he querido huir a cualquier precio del país que me tocó. Cada uno tiene su historia, sus razones, sus miedos y sus ideales. Por eso, probablemente, cada uno tiene su Bosnia.

Cubierta del libro de Adolfo García Ortega.

Me he leído recientemente “Pasajero K”, de Adolfo García Ortega, y a mí el libro me ha gustado mucho. Aunque gustar no sería la palabra. Un libro así no te da placer, te da escalofríos. Una joven periodista francoalemana pero que habla español y está embaraza de un ruso y que a mí me cayó un poco mal (probablemente por algo que tendré en común con ella...) coge un tren a La Haya, y en ese tren se encuentra con un misterioso fotógrafo en edad de ser su padre, moralmente viudo, abstractamente hijo de holandés, que se convertirá en su ángel guardián y compañero de eurofatigas hasta un desenlace sorprendente…porque no sorprende. Porque no es lo que te esperas, sino lo que más temes. Un horror amorfo, magmático y, lo peor de todo, absolutamente inútil, que para nada enriquece o enseña a no repetir lo peor de nuestra Historia. Nos asomamos al fondo de nuestro corazón de reptiles para descubrir cuánta gente sufre lo indecible porque sí. Sin que sirva de nada.

Yo había empezado el libro instalada en cierta condescendencia. Como a estas alturas sí que me considero pelín experta en lo bosníaco, le negaba a priori a "Pasajero K" toda posibilidad de aportarme nada nuevo. Me equivoqué. El libro reflota un horror, como digo, que desborda todas las elegancias, todas las lógicas narrativas, todas las expectativas. El libro te recuerda cruelmente que el horror es aquello que crece cuando tú no miras. Yo durante unos años me creí con el deber, pero sobre todo con el derecho, de tener a Bosnia en mis oraciones y obsesiones. Usé ese infierno para crecer. Una vez hube crecido lo suficiente o a mí así me lo pareció, apunté los radares a otros lugares reinventados. Pero no porque yo ya hubiera exprimido la guerra de Bosnia como un limón aquello dejó de ocurrir. El horror no se paró. Es más, sigue a pleno rendimiento.

(Es como el Holocausto, que simplemente nunca acabó, nunca ha cesado. La gente se pregunta, ¿y cómo pudieron tantos miles y millones no darse cuenta de lo que pasaba con los judíos? Y el que pregunta esto es el mismo que ahora no se da cuenta de lo que pasa con los chechenos, los africanos, los refugiados de Darfur. El horror siempre nos llega en forma de luz estelar…cuando ya es demasiado tarde)

Volviendo a "Pasajero K": sentí la necesidad de encontrarme físicamente con el autor y preguntarle por uno de los episodios más atroces del libro, concretamente el que narra…bueno, para qué. No quiero robarle a nadie su lectura. Con mi desenvainada espada de periodista pedí a Adolfo García Ortega datos precisos: pero esto que cuentas en tal capítulo, ¿sucedió de verdad? Sentía una necesidad imperiosa de saberlo porque no me perdonaba no haberlo sabido. Que el horror se hubiera disparado así cuando yo no estaba mirando.

Adolfo García Ortega me tranquilizó…y me acojonó doble o triplemente, todo a la vez. Porque por un lado confirmó los hechos (que yo ya había refrendado vía Google), y por el otro me advirtió de que los protagonistas de los mismos en la novela no eran necesariamente los mismos que en la vida real. Las culpas eran más permeables y difusas, más inquietantes, más generales. Es una novela, no es un reportaje.

Con Europa hemos topado, pensé. O sentí. Súbitamente volvía a tener menos de treinta años y el corazón impaciente y a querer todas las respuestas y explicaciones aquí y ahora. Y como cuando era una brava pero inmadura peregrina por las llanuras nevadas de Bosnia, volví a darme de bruces con una realidad mucho más amarga y más compleja. Con víctimas y con verdugos, pero sin buenos y malos. Con muchos más vencidos que vencedores. Con muchos más culpables (ninguno arrepentido, me temo...) que inocentes. Con todos los motivos del mundo para la desesperación y para el rencor.

En resumen, es normal que a estas alturas todavía nos peleemos por y sobre Bosnia (por y sobre Europa), porque nadie está libre de pecado por mucho que se desgañite tirando la primera piedra. En el fondo, ¿no es cierto que si discutimos es porque nos rebelamos contra la inevitabilidad de la maldad humana y contra la misma Historia, porque no aceptamos que esta siga su asqueroso curso y ya está?

Mientras hay ira hay esperanza. Y a veces, hasta alta literatura.

3 Comments
  1. celine says

    Lo que dsanima es constatar el alún de información que sólo aporta ruido repetitivo,lección machacona que quieren que aprendamos, Anna. Lo que espolea es, como tú dices, la ira, la indignación. La necesidad de saber la verdad. Lo que pasa es que, para acercarse a la verdad, hay que dedicar mucho tiempo y esfuerzo. Merece la pena.

  2. fat elpho says

    Un post ambiguo, como aquella guerra, supongo.

  3. Empecinatux says

    Comenzaba mi adolescencia con aquella guerra. Con ella, comenzó también mi primeras sensaciones de que con las informaciones que recibía de los medios no cuadraba el puzle. (Debió ser cuestión de la edad, con la 1ª guerra del Golfo me lo ‘tragué’ a pies juntillas). Afortunadamente, no hay nada que el tiempo no cure -sobretodo si está acompañado con el interés-. El interés me aclaró que los serbios no eran tan malutos ni los bosnios tan buenutos. La única diferencia fue que unos eran más fuertes, pero igual de irresponsables que los segundos. Tuve la misma sensación que con la Guerra Civil Española: hubo represión, muchísima, pero por encima de todo «éramos la misma mierda» bendita mierda pero al fin y al cabo éramos el material del que se compuso un tiempo de mierda. Siento el lenguaje pero ni la actuación de aquellos europeos del 36 y ss, y estos de los noventa se puede llamar de otra manera. Finalizando, Serbia ha pagado sus indudables excesos, falta de responsabildad y, sobretodo, la pérdida de la batalla de la comunicación con la injusticia que ha sufrido con Kosovo… Pero ese es otro tema…

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