La policía vuelve a cargar en una nueva jornada de protesta junto al Congreso

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Aníbal Malvar *

Imagen de la intervención policial durante la tercera jornada de protesta del 25S junto al Congreso. / J.J. Guillén (Efe)

Hubo menos policía y más diversión. De hecho, la policía, en lugar de colocarse frente a los manifestantes, como el 25S, diseñó una doble alambrada entre la plaza de Neptuno y la del Congreso, y los manifestantes hubieran tenido que saltar dos alambradas y un enrejado de vallas entrecruzadas para acceder al lugar donde habita la presunta representación del pueblo soberano.

Belfast o el viejo Berlín parecían una mariconada comparados con el muro que ayer protegía al Congreso del pueblo, o al pueblo del Congreso, y decenas de policías, del otro lado, bostezaban o se reían mientras el pueblo cantaba:

Con los maderos
haremos lapiceros

¿Una metáfora que vindica la educación -lapiceros- frente a la represión -maderos-? No se sabe. El pueblo tiene unos extraños modos de expresarse que los periodistas últimamente no hemos sabido entender. Y por eso el pueblo no lee periódicos. Nadie que yo sepa, en la plaza, quiere lapiceros para que escribamos los periodistas. Hay que hacérselo mirar.

Televisión
manipulación.
Televisión
manipulación

Se grita ante cualquier cámara, ante cualquier micrófono, ante una vulgar libreta.

De rosas y gaviotas
hasta las pelotas.
De rosas y gaviotas
hasta las pelotas.

– ¿Me dejas pasar?

– Ay, sí. Perdona.

En ese momento alguien lanza una lata vacía de cerveza sobre la alambrada belfastiana. Hay un amago de miedo. Silbidos. El cordón policial se adelanta un paso. Apunto en mi cuaderno. Una chica me observa.

– ¿Eres periodista?

– Sí.

– ¿Y por qué nunca decís la verdad?

– Porque no la sabemos, joder. ¿Me dejas pasar?

Un asistente a la concentración convocada por la Coordinadora 25S levanta las manos junto a un policia nacional, ayer, durante la concentración en Neptuno. /J. J. Guillen (Efe)

Todo es tan amable, tan de buen rollo entre esta apelotonada multitud que se manifiesta alrededor de Neptuno, que a uno hasta se le ocurre una consigna: Mucha educación / en la revolución. Pero se la calla. Imparcialidad periodística. Llego a la valla. Un tío rubio y alto intenta contagiar consignas con un megáfono. Algunas tienen éxito.

¡No me pegues
soy compañero!
¡No me pegues
soy compañero!

Otras no.

Un chico de unos diecinueve, veinte o veintiún años se me acerca. Lleva un gorro negro y camiseta a rayas. Filibustero. Acento andaluz.

–¿Periodista? -me pregunta.

– Sí.

– ¿Me das un cigarro?

– Claro.

– Ven conmigo.

– ¿Qué pasa?

– Ven conmigo -me coge de la manga-. Eres periodista, ¿no? Ven a ver esto.

Arrastrado de la manga, me desliza treinta metros entre la multitud. Es increíble cómo se mueve este tío por los resquicios menos sospechables. Llegamos otra vez a primera línea de verja, pero muy a la derecha de la plaza de Neptuno. Por donde quizá sea más débil el cordón policial. Un macarrilla alto y rubio grita bastante desquiciado. Y le pega un patadón plano a la valla.

– Venga, joder. Venga. Es la casa del pueblo -vuelve a patear la valla.

– ¿Saltamos? -pregunta un colega suyo con cara de cachondo y dos piercings en la nariz.

Se abre un círculo a su alrededor. Y la gente empieza a cantar. Primero una tía. Después mi guía andaluz. Enseguida, todos. Rodeando a los cuatro tíos que empujan la verja.

¡Que se vayan los secretas eoé!
¡Que se vayan los secretas eoé!
¡Que se vayan los secretas,
se vayan los secretas,
que se vayan los secretas eoé!

Los cuatro agitadores que empujaban la verja desaparecen rodeados de dedos acusadores y de canciones.

¡Adiós, compañero, adiós!
¡Adiós, compañero, adiós!
¡Adiós, compañero, adiós!
Adiós, adiós, adiós.

Unos cincuenta metros más abajo, en una cafetería del Prado, Alberto vuelve a ser un héroe. Alberto es encargado y el pasado martes se convirtió en un héroe. Impidió la entrada en el bar a la policía. Que intentaba llevarse a no se sabe quién por no se sabe qué. Hoy, no le llamemos ayer, ha pasado algo parecido. De repente, cinco lecheras han rodeado la entrada de la cafetería. Y varios policías han agarrado a dos jóvenes quizá porque sí, o quizá porque no. Alberto se ha interpuesto.

– ¿Por qué se los llevan? ¡Esos chicos no han hecho nada!

– Apártese, señor.

Identifican a los chicos.

– ¿Por qué los identifican?

– Que se aparte.

– Si esos chicos han hecho algo, yo también lo he hecho.

La gente se empieza a apelotonar alrededor de las lecheras y de la cafetería.

– Identifíquese, por favor -dice el policía.

– Identifíquese usted -contesta Alberto.

Número de placa 96883. Alberto muestra su carné de identidad. Las lecheras se marchan. Una mujer se abraza a Alberto y llora. La gente hace fotos. La mujer se vuelve hacia las cámaras.

– Muchos hombres como este hacen falta -grita-. Mucho orgullo -le vuelve a abrazar.

– Como te presentes a las próximas elecciones, yo te voy a votar -grita un chico.

Todo el mundo va haciéndose fotos con Alberto. Todo el mundo le da las gracias a Alberto. Alberto recibe besos y abrazos y se emociona. Sobre todo cuando la gente empieza a gritar.

Tú sí
Tú sí
Tú sí nos representas
Tu sí
Tu sí
Tú sí nos representas.

En el estruendo, a mi lado, un joven intelectual le dice a una joven intelectuala.

-Estamos en el apocalipsis. Esto es el principio o el final de algo. No sé de qué. Pero estamos en el apocalipsis.

La noche cae sobre Neptuno. Cuando queda muy poca gente, la policía carga. Casi nadie los ve. Se registraron dos detenidos y doce heridos leves.

(*) Aníbal Malvar es periodista y escritor.

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