Un librepensador: Santiago de los Mozos

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El escritor y editor de prestigio Agustín García Simón  acaba de publicar una obra (Retrato de un hombre libre. Conversaciones con don Santiago de los Mozos, Ed. Renacimiento) en el que con  nobleza de propósito evoca sus conversaciones durante más de una década con Santiago de los Mozos Mocha (Valladolid, 1922-2001), quien fue catedrático universitario de “Gramática General y Crítica Literaria” –entiéndase la primera y rancia denominación como ‘Lingüística General’-.

A. García Simón ha llevado a cabo además un trabajo que el lector agradecerá: cuando transcribe conversaciones con De los Mozos y en ellas se alude a un texto de cualquier autor (Ortega y Gasset, etc.), él ha buscado la literalidad de tal texto y lo anota a pie de página. Con honradez, no oculta que la obra escrita de su interlocutor es “escasa”, aunque –añadimos por nuestra cuenta- su tesis de doctorado dio lugar a un volumen  sólido; señala además “el ninguneo al que fue sometido de por vida” su interlocutor.

El presente  libro se halla escrito desde una confesada afinidad electiva entre el autor y don Santiago; por honestidad con los lectores de estas líneas, diremos que quien las escribe fue compañero inmediato de cátedra de Santiago de los Mozos durante dos años, y que durante más tiempo aunque sin coincidencia estricta, ha compartido con él los ambientes universitarios de Granada, Salamanca y Valladolid: nos expresaremos desde luego con objetividad imparcial.

El presente volumen Retrato de un hombre libre  reclama un comentario de mayor extensión, pero vamos a dar noticia de él. Don Santiago  fue discípulo de Fernando Lázaro Carreter, aunque eran personas muy diferentes; al primero Agustín García Simón  lo caracteriza como en tanto “hombre libre insobornable” y de “evidente agnosticismo”, persona de las que han elegido “el camino de la independencia y la verdad, renunciando en el empeño al cursus honorum”: de hecho, un librepensador.

Una de las cosas que de los Mozos confesó a su interlocutor era la de que en sus años de catedrático en Valladolid “jamás me he encontrado con un solo colega en librería alguna”; de hecho, Pablo Jauralde ha alertado también por escrito acerca de lo vacías que se hallan las salas de la Biblioteca Nacional de catedráticos de filología.

Creemos que esto es resultado de la quiebra entre nosotros de la verdadera Filología: ahora hay libros en papel  que no hacen sino transcribir datos o imágenes  sacados de Internet (¡!).

Queda testimonio en estas páginas de cómo don Santiago –al igual que su amigo don José Jiménez Lozano- se adhirió a la interpretación del pasado español propuesta  por Américo Castro; nosotros creemos –y así lo hablamos una vez con de los Mozos- que tal interpretación, aunque apunte a hechos parciales certeros,  desestima el muy complejo entramado de espacios y tiempos en la Península: su economía; estratificación social y luego verdadera lucha de clases; mentalidades; etc. El pasado no se reduce a poseer estirpe judaica o no.

Al aludir en sus conversaciones a Mola, Santiago de los Mozos expresa “su odio enquistado en el oscurantismo de la peor tradición católica, […] de la que no podemos sino abominar cuantos creemos que la razón debe ser el instrumento del laicismo y la tolerancia”.

Cubierta del libro de Agustín García Simón.

Don Santiago se confiesa amigo también del gran Felipe Ruiz Martín, y repite con Ortega que la soberbia es “nuestro pecado capital”, y en efecto algunos profesores  tratan a distintos  colegas  con soberbia se diría que demoníaca. Alude asimismo a su coetáneo Emilio Alarcos Llorach, del que cuenta una divertida anécdota, aunque no siempre  otros sucedidos que aparecen en las presentes páginas resultan divertidos; de hecho y en relación a lo que se recoge en  la página 226, fui yo quien lo presenció y se lo relató a don Santiago.

Habla en fin el catedrático vallisoletano de los disgustos que le trajo no votar en una oposición de cátedra (cuando las había) al candidato de un conocido filólogo  “al que no le gustaba dar clase”. Ciertamente el estar en un tribunal acarrea  deterioros si no se está con la mayoría o uno es el único que aparentemente ha encontrado un disparate en el candidato.

Ya decimos que esta obra ha de leerse y glosarse despacio, y en varios de sus pasajes resulta muy instructiva por coincidencia o por algún desacuerdo justificado racionalmente.

(*) Francisco Abad ha sido catedrático en Valladolid y Salamanca, y actualmente lo es  de Lengua Española en  la UNED.
3 Comments
  1. carlosg says

    «Uno de los maestros españoles más desconocidos y, a la vez, más fascinantes del espectro español contemporáneo». Creo que esa frase del libro ayuda mejor a saber de qué va la historia.

  2. Llorente says

    Interesante libro. Debería subtitularse ‘Desmontando a Víctor García de la Concha’.

  3. memls01 says

    Escribo dudando que alguien lea lo que escribo, ya que no se ha comentado aquí en siete años, pero por si acaso…

    En el verano de 1972, don Santiago de los Mozos dio una clase de español para extranjeros en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander. Fue uno de los mayores golpes de suerte de mi vida figurar entre sus alumnos.

    Tuve idea de que era una eminencia porque mis futuros cuñados, a quiénes conocí ese mismo verano, lo habían conocido en Salamanca.

    De sus ideas políticas y filosóficas no teníamos sus estudiantes ni idea. Pero sí nos enteramos en seguida de que tenía dotes de docencia fuera de serie. Parecía saber por milagro el nivel exacto de nuestros conocimientos, de modo que lo que os enseñaba encajaba perfectamente con lo que ya sabíamos. No había nada de «participación de estudiantes» como en las universidades norteamericanas. No, él nos habló durante dos horas todas las mañanas y no había un solo estudiante en la clase que o se entregara por completo a esas conferencias. Al final de la clase sonaba un timbre y recuerdo que siempre nos miramos asombrados, parecía mentira que ya terminaba la clase.

    Un día hizo referencia a sus dos hijos, sin nombrarlos. Hace muchas años que quisiera ponerme en contacto con ellos para decirles qué buenos recuerdos tengo de su padre, quien fue el mejor profesor que tuve en mis 18 años de estudios. Por eso escribo estas líneas, por si acaso las ve alguien que conozca a uno de ellos.

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