GLOBALIZACIÓN / En Occidente ha abierto un abismo generacional sin precedentes en la historia

La guerra de las generaciones

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Juan Luis Cebrián, en una imagen de archivo
Juan Luis Cebrián, en una imagen de archivo. / Efe

Cuando estaba preparando la entrevista de Juan Luis Cebrián para el libro La Vicepresidenta, me topé con la traducción al inglés de uno de los libros de Cebrián sobre periodismo, El pianista en el burdel, publicado en 2009 en España y en 2010 en Nueva York. En esta versión inglesa, el veterano periodista británico Harold Evans explica en su prólogo que durante la Transición quien guió al desorientado pueblo español ―cual “Libertad” de Delacroix, imaginamos― fue la prensa, única institución capaz de instruir democráticamente a millones de personas que nunca habían vivido en una democracia. “Y cuando digo la prensa me refiero a El País”, apostilla el periodista británico. En la entrevista que hice a Cebrián en la sede de Prisa, me corroboró esa idea de que el periódico que él dirigía “educó a España” tras la muerte de Franco.

Efectivamente, el Grupo Prisa ha educado a España con el tesón de un misionero impartiendo doctrina. Desde la Transición produjo una cascada de mercancía cultural pletórica de modernidad y democracia. La industria manufacturera del Grupo Prisa confeccionó decenas de personajes culturales intercambiables entre sí, que a su vez producían centenares de obras intercambiables entre sí, autopremiadas y recomendadas entre sí. En la España posfranquista Prisa era como la Fábrica de Chocolate Wonka, de Roald Dahl. No había autor, periodista, editor o catedrático que no quisiera ser un Oompa-Loompa de la fábrica de Polanco y Cebrián. Todo el que probaba el adictivo “producto Prisa” se convertía en un fanático de sus golosinas culturales.

Entre las incoherencias que el Grupo Prisa resolvió con soltura destacaba su veneración perruna por la cultura estadounidense, glosada con fervor en el periódico, desde la literatura y el cine hasta la música pop y la televisión, pasando por la contracultura urbana. El intelectual prisoide estándar denostaba el capitalismo yanqui como el peor de los horrores occidentales mientras engullía las novelas de Paul Auster, Philip Roth y Joyce Carol Oates, las películas de Spielberg, Scorsese y Woody Allen, los conciertos de Madonna, Michael Jackson y Prince, el periodismo de Bob Woodward, Carl Bernstein y Ben Bradlee. Los periodistas de El País cruzaban el charco para cubrir babosamente la Gala de los Óscars, pero en España seguían bramando que el cine español debería estar subvencionado. Nadie relacionaba la libertad individual de los cineastas estadounidenses ―y su concepto del cine como industria― con la gran calidad de sus películas. Entre tanto, los hijos de los baby-boomers del Grupo Prisa empezaron a estudiar en Estados Unidos y el tándem Muñoz Molina/Lindo se dedicó a contarnos Nueva York por capítulos. Mientras los intrépidos muchachos de Cebrián criticaban la globalización, el “neoliberalismo salvaje” y la “voracidad de los mercados”, Bill Gates y Steve Jobs cableaban nuestro planeta con el ordenador personal y el teléfono inteligente. Una de las palabras más usadas y menos comprendidas hoy es “globalización”, que define la interacción en tiempo real de todos los países del mundo, como consecuencia de la revolución informática.

Si algo simboliza el abismo generacional surgido de la globalización es la pastoril monserga de que en el siglo XXI “ya no se leen libros como en los viejos tiempos”. En la Era de la Información las llamadas generaciones audiovisuales ―nacidas a partir de 1970― parecen haber rechazado la prosa, optando en sus plataformas de Internet por la imagen o el microtexto (la canción pop, el tuit, el eslogan, la cita). Es frecuente que usen expresiones como “friki de los libros” para definir a quien lee en formato papel y tiene más de cien libros en su casa. En el bando contrario, las añejas élites europeas han demostrado su desprecio por los actuales formatos culturales con el muy tardío Premio Nobel de Literatura al cantautor estadounidense Bob Dylan. En nuestro país se multiplican los homenajes a la figura del intelectual clásico, como el ciclo de la BNE en 2016 sobre bibliotecas privadas (Forges, Federico Mayor Zaragoza, Luis García Montero, Isabel Coixet, Alfonso Guerra, José Antonio Marina y Juan Luis Arsuaga, entre otros), actividades que apenas parecen tener repercusión en los estratos jóvenes.

Mientras las generaciones veteranas de Occidente maldicen a una juventud que parece autodidacta ―ordenadores personales, redes sociales, cine y series de televisión―, un abismo cada vez mayor separa a ambos grupos de edad, tan distintos como puedan serlo dos civilizaciones lejanas en el tiempo y en el espacio. Las generaciones audiovisuales se organizan en grupos virtuales abiertos frente a los grupos socioeconómicos cerrados de las generaciones precedentes. Con intereses tan variopintos como inconexos, los mileniales carecen de modelos referenciales clásicos y tienden a despreciar la información obtenida por cauces homologados (telediarios, familia, centros educativos). Las generaciones veteranas se desgañitan insultando a los “niñatos inútiles”, pero a estos parece divertirles la furia de los “abueletes que no se enteran”. Mientras Prisa apenas logra vender entre las franjas jóvenes su antaño solicitada cultura, los hijos de los periodistas pioneros de El País tienen dudas metafísicas ¿Por qué leer a Manuel Rivas, Juan José Millás y Rosa Montero pudiendo leer a Jonathan Franzen, Dave Eggers y Toni Morrison? ¿Por qué ver películas de David Trueba, Fernando León o Isabel Coixet pudiendo ver las de Quentin Tarantino, Paul Thomas Anderson o Kathryn Bigelow? ¿Por qué aficionarse a las series Cuéntame o La que se avecina pudiendo ver Breaking Bad o Narcos? En Occidente, la globalización ha desencadenado un abismo generacional sin precedentes en la historia. En España, las generaciones audiovisuales desprecian la producción cultural hegemónica durante 40 años y se decantan por la colosal oferta cultural disponible en Internet, legal (Netflix, HBO, Amazon) o clandestina (FMovies, SolarMoviez, etcétera). Políticamente, el abismo generacional entre partidos tradicionales y partidos emergentes parece estar sustituyendo al viejo guerracivilismo español. Un avance de primera magnitud.

1 Comment
  1. José García Murcia says

    Interesante reflexión política y social sobre el fondo del abismo generacional cada vez más notable.

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