DISTURBIOS EN LAVAPIÉS / Tras la muerte de Mbaye

Mame Mbaye, uno de los nuestros

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Cartel de un manifestante en la concentración de este viernes./
Cartel de un manifestante en la concentración del pasado viernes en Lavapiés./ María F. Sánchez

Los diarios se hacen eco de la noticia: “Un varón de 34 años y nacionalidad senegalesa ha fallecido a media tarde de hoy por parada cardiorrespiratoria a la altura del número 10 de la calle Oso, en el madrileño barrio de Lavapiés”. Mame Mbaye Ndiaye falleció el jueves 15 de marzo. Mame, un mantero, uno de los “nadie” que pueblan nuestras calles del centro de Madrid, que extienden sus productos sobre una colorida manta en las plazas, aceras o el suburbano. Uno más de los “sin papeles” que nos aborda mientras conversamos y reímos en las terrazas de los numerosos bares de nuestra ciudad. Uno de esos simpáticos chicos, muchas veces forzadamente sonrientes, que a veces resultan molestos para nuestra conciencia euroblanca en nuestro plácido asueto de las copas entre amigos.

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“El hombre se desplomó después de una carrera que comenzó en la Plaza Mayor, donde se encontraba vendiendo perfumes con otros compañeros cuando fueron abordados por policías municipales. El vendedor fue uno de los que echó a correr y fue perseguido por los agentes”. Era negro, su piel le delataba, le estigmatizaba. Era pobre, su clase social le convertía en un peligro. Nuestro sistema “democrático” ha transformado su lucha por la vida en un delito. Ese mismo sistema que nos recortan las pensiones, los servicios sociales, los salarios y que condena al paro y la precariedad a millones de trabajadores, sin distingo de nacionalidad, credo o color de piel.

No fue suficiente su penosa huida de Senegal, probablemente sufriendo todo tipo de abusos, humillaciones y maltratos, jugándose la vida para cruzar las fronteras, navegando en patera para alcanzar “El Dorado”. No, no lo era. Como tampoco era suficiente levantarse cada día con la incertidumbre, la angustia asfixiante de no saber qué le depararía el día, ese rito común de poder desayunar, comer y cenar dignamente o dormir, quizás hacinado en un pequeño apartamento. Solo quizás, mera hipótesis. Su vida era un éxodo constante: del hambre, de la miseria, de las mafias de las fronteras, de la policía. En su última huida, primero desde la Puerta del Sol, después desde la Plaza Mayor, el “fugitivo” se desplomó, se le partió el corazón. Mame llevaba en su cuerpo la condena. Tristemente no es la primera vez que se denuncian graves afecciones entre los manteros, silencio administrativo como respuesta.

Tras 14 años en España seguía siendo un “ilegal”. Uno de esos negros pobres a los que se les estigmatiza, se les hostiga, se les persigue, se les detiene, se les encierra en los CIES, se les deporta. Un indocumentado, un maltratado, un integrante del ejército de los “sin papeles”, de los “nadies”. Un delincuente para nuestro ejemplar sistema democrático y para esa policía que, según distintas fuentes de información y siempre “al servicio de la ley”, fue la que provocó su última huida. Una marcha con final trágico fruto de la aplicación de una ordenanza municipal contra la venta ambulante. Una norma aplicada sin alternativa económica alguna para el colectivo mantero. Un absurdo, una locura de un sistema económico que primero criminaliza, pero también mata.

Mame Mbaye, uno de los nuestros, un trabajador de la “manta”, un miembro del Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid, un luchador por la vida, un vecino de Lavapiés, ha muerto. Exhausto, su corazón se paró. Su muerte convirtió el jueves por la noche Lavapiés en una auténtica hoguera. Ese barrio mestizo, crisol de culturas y etnias no aguanta más. La indignación de la población migrante que habita el barrio, y junto a ella una gran parte del vecindario nativo, estalló. Lavapiés se echó a la calle, increpó y se enfrentó a la policía; hastiada de denunciar el continuo acoso de una policía que los persigue día y noche, y que no les deja al menos sobrevivir tranquilamente, sin miedo, sin sentirse presas de caza.

La represión policial fue inmediata. Las imágenes de los disturbios en los suburbios de París nos golpean la cabeza, no hay realidades paralelas, no somos ajenos a escenarios similares. No es la primera vez, ni será la última, que veremos reprimir, apalear o balear con goma a nuestros ejemplares cuerpos de seguridad del Estado. No hay más que acudir a la hemeroteca; ora sindicalistas, ora activistas sociales, ayer independentistas catalanes, hoy ciudadanos de a pie, mañana quizás nosotras mismas. Ayer un episodio más, aún más cruel. Una cámara de móvil graba cómo un antidisturbio de la policía nacional aporrea violentamente un par de veces a un ciudadano que está junto a una farola. Un ciudadano parado, inmóvil, asustado. Cae desplomado y es posteriormente arrastrado unos metros. Aún hoy no sabemos nada de su estado de salud, no hay información oficial.

El horror nos invade. Cuando vemos ese ejercicio de violencia gratuita sobre gente anónima, indefensa, es inevitable que emerja el asco que nos produce nuestro pretendido sistema de libertades, nuestro supuesto estado de derecho y los servidores de la ley. ¿Cómo es posible este abuso de poder ilimitado y gratuito, tanta falta de humanidad?, ¿dónde está la cultura democrática de los cuerpos de seguridad del Estado?, ¿es posible que se ejerza semejante violencia con total impunidad?

No, esa actuación violenta de la policía nacional no puede ni debe quedar impune. Hay autores directos que no pueden quedar exentos de responsabilidad, el abuso y la arbitrariedad no puede reinar en las fuerzas de seguridad. Aunque ya intuimos la respuesta: la maquinaria del estado se pondrá en marcha para justificar la acción policial, argumentarán el acoso a los policías, la legítima defensa. Quizás abrirán una investigación interna, que meses después no llegará a conclusión alguna. Ya lo hemos visto y oído otras veces, pero no nos vamos a detener. Desde IU pedimos una investigación y estamos valorando la presentación de una querella contra la policía nacional por su injustificable actuación.

De igual forma, el Ayuntamiento debe abrir una inmediata investigación interna que aclare la secuencia de hechos en la muerte de Mame Mbaye y las responsabilidades en los mismos. Es absolutamente imprescindible, el gobierno municipal se juega su credibilidad, el respeto de la ciudadanía, y la paz social en un barrio como Lavapiés, estandarte para Ahora Madrid. La aplicación de las ordenanzas municipales no puede ser el parapeto de la impunidad en las actuaciones de los distintos estamentos municipales.

El Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid convocó el viernes en la Plaza Nelson Mandela de Lavapiés una primera concentración en memoria de Mame Mbaye y en protesta contra "el racismo institucional asesino". Miles de personas acudieron a la convocatoria. Todo nuestro apoyo; no será la última. Uno de los nuestros nos ha dejado, otros fueron apaleados. Nuestras libertades, una vez más, pisoteadas y golpeadas. La olla a presión estalló y no sabemos aún sus futuras consecuencias.

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