La atención de la salud en un ‘clic’

  • Para empezar, el precio que hemos pagado por esa transformación es el de tener un sistema de salud más distante en las relaciones humanas
  • Durante estos últimos años se ha visto que lo analógico está en retirada frente al poderío de lo digital. Urge reflexionar sobre cómo pasar con éxito el proceso digitalizador

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Gaspar Llamazares Trigo, promotor de Actúa, y Miguel Souto Bayarri, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela

Hace treinta años, en la Universidad de Alabama, los físicos y radiólogos del Departamento de Radiología, liderados por Gary Barnes y Robert Fraser, diseñaron un prototipo de Radiología Digital y publicaron un artículo en el que profetizaban sobre el “hospital totalmente digital del futuro”.

Todavía no se habían digitalizado las primeras historias clínicas. Desde entonces, la técnica ha colonizado gran parte del territorio de la (tecno)-medicina. Hoy se podría decir que los dos lados miran uno hacia el otro y se sostienen en un equilibrio “estable”.

Gracias a las posibilidades que ofrece la digitalización para la gestión de los datos, los profesionales —¿y los ciudadanos?— tienen más fácil que nunca el acceso a la información en los diferentes niveles de la atención sanitaria. Lo que pasa es que nos encontramos ante cambios muy importantes sobre los que no siempre tenemos todas las respuestas. Los interrogantes que se abren no son pocos, y por eso tal vez sea bueno reflexionar sobre lo que hemos perdido y lo que hemos ganado, aún sin la intención de deshacer todo el camino andado. Para empezar, el precio que hemos pagado por esa transformación es el de tener un sistema de salud más distante en las relaciones humanas. Un sistema en el que lo más difícil de conseguir es la atención personal. Adela Cortina, en un artículo reciente en El País, tras reconocer que la transformación digital es irreversible, insiste en que el sistema nunca debe ponerse por delante de las personas. “Humanizarlo” —dice— “es una necesidad vital”.

Un objetivo prioritario sería analizar la influencia de estos cambios en la relación entre el personal sanitario y el paciente. Creemos que la historia de la digitalización médica es una de esas experiencias que nos dicen mucho. España, a diferencia de otros países, ha mostrado un desdén particular por la digitalización y, como resultado, el tránsito analógico-digital va con retraso. Todavía hay comunidades autónomas (CCAA) que no tienen tarjeta sanitaria ni historia interoperables. En esto también ha habido un punto de inflexión. Hay muchas fechas que marcan el momento del cambio, pero cuando se quemó el archivo de historias clínicas del hospital Montecelo de Pontevedra (2004) o cuando se inundó el del hospital Gregorio Marañón de Madrid (2006) tomó cuerpo la convicción de que aquello solo tenía un antídoto: digitalizar. Aunque es una cuestión más compleja, estos sucesos dieron un impulso decisivo. Hay que recordar que las historias clínicas que hoy están accesibles en un ‘clic’ en el teclado del ordenador, otrora estaban amontonadas en unas naves. Los médicos solicitaban dicha documentación (que incluía radiografías, curso clínico, etcétera), y cuando la recibían horas después, las instrucciones eran siempre las mismas: había que devolver todo con premura, porque tenía que ser revisada en otros departamentos. Hoy, las diferencias saltan a la vista, pero no tanto por lo que se hace cuanto por el modo de hacerlo: los médicos, sentados ante las pantallas, tienen el control digital de los informes clínicos de los ciudadanos que, naturalmente, pueden ser revisados por otros profesionales al mismo tiempo.

Esto nos lleva a un tema fundamental: el acceso a la información sanitaria de los ciudadanos. Y no debería haber dudas: los datos, que deben ser custodiados y gestionados por la sanidad pública, son del paciente, que ha de dar siempre su consentimiento informado para la utilización de los mismos. A diferencia de los tiempos analógicos, esta es una época de comunicaciones universales instantáneas: en la revolución digital todo sucede a gran velocidad. El clic es de efectos inmediatos y está marcando el tono de muchos protocolos de actuación en los hospitales.

Por eso es útil proponerse una descripción de la situación en que se encuentra nuestro sistema de salud, tras una década de recortes y con una inversión actual muy inferior a la de los países de nuestro entorno —España gasta en sanidad y dependencia un 21% menos que el promedio de países de la eurozona de renta similar. Quizá sea el momento de llamar la atención sobre algunos apartados que no han mejorado (más bien al contrario), si los comparamos con el pasado analógico.

Primero. Tenemos un sistema sanitario tecnofarmacológico, basado fundamentalmente en las urgencias hospitalarias (que están saturadas), carente de prevención y con unas listas de espera cada vez más largas. El aumento creciente de nuestra población mayor y, por tanto, de personas dependientes y con enfermedades crónicas, es el reto más importante que tiene que afrontar el sistema. Con vistas al futuro, España necesita reorientar su sistema de salud hacia la comunidad, mejorar la inversión en innovación y fomentar una investigación centrada en una tecnología que priorice los cuidados y la prevención a distancia, lo que podría mejorar la situación de muchos de esos pacientes en sus domicilios.

La mente. La salud mental es la pariente pobre del sistema sanitario. Una muestra es la involución en los derechos de las personas con trastorno mental y el progresivo incremento de medidas involuntarias como las contenciones y los tratamientos electro-convulsivos. Corremos el riesgo de que se deteriore todavía más la salud mental comunitaria con la vuelta de un modelo psiquiátrico manicomial. Los derechos humanos deben estar en el centro de las actuaciones.

Don Dinero. Uno de los aspectos que más controversia ha generado siempre ha sido la investigación médica financiada por la industria. La innovación en este apartado ha seguido tradicionalmente un modelo muy dependiente de las multinacionales. Además, el sistema de propiedad intelectual que deja en manos de la industria farmacéutica la fijación de los precios de los fármacos tiene un impacto muy elevado en nuestro sistema sanitario. Y no se puede olvidar que hay una inversión pública muy importante en las distintas fases de la investigación. Como consecuencia, la industria se beneficia de la inversión pública y fija los precios de los fármacos (con muchos de los tratamientos que pueden llegar a costar decenas de miles de euros por paciente al año).

Por último, este cambio radical anticipa otras transformaciones, que tienen que ver con las repercusiones de las nuevas tecnologías sobre el empleo y la formación continua. Una de las incógnitas por despejar es si los cambios en el terreno de la inteligencia artificial van a tener un protagonismo importante en el día a día, y llegarán a ser relevantes para el empleo. Hay muchos que consideran que es bueno que se pongan los datos sobre la mesa, en pérdida de puestos de trabajo, amenazados por la creciente automatización, las evidencias en que se apoyan y las consecuencias que traerán consigo.

Para terminar. Durante estos últimos años se ha visto que lo analógico está en retirada frente al poderío de lo digital. Urge reflexionar sobre cómo pasar con éxito el proceso digitalizador. En cuanto a las consecuencias prácticas de la inteligencia artificial, muchas de las novedades que se publican no han completado ni siquiera los procesos más básicos de validación, por lo que la eficacia de muchos de estos métodos es dudosa. A pesar de lo que se afirma con frecuencia, el diagnóstico por ordenador y el robot cirujano, totalmente automáticos y autónomos, todavía son ciencia ficción. Podemos estar tranquilos.

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