Hit me

Las crónicas de los corresponsales en Estados Unidos me erizan los pelillos del cogote día sí, día también. El escenario que presentan los compañeros del otro lado del charco se me hace fatigoso por conocido: el candidato demócrata arranca con una diferencia de la hostia en las encuestas y cada semana que pasa el margen se achica y al final la cosa acaba de mala manera. Y además resulta que ese pertinaz acercamiento republicano no se debe a nada medio decente que haya hecho o dicho el bufón del tupé durante la campaña, sino a otros factores que nunca acabo de saber cuáles son pero que, según insisten los analistas, influyen un montón en el resultado final: los ciberataques rusos, la Fox, la abstención silenciosa y menesterosa, un candidato demócrata más triste que el biopic de Ángel Gabilondo, las cloacas de la Red, la miseria, la mentira, el poder de los Evangelistas, de la Asociación Nacional del Rifle, de los grupos supremacistas; el descrédito de la política, el hastío de las clases populares respecto a un sistema de lobis, de castas, incapaz de solucionar problemas endémicos como el racismo o la galopante desigualdad. ¡Ah! Y la mala suerte. Aunque esto no lo dicen los analistas, nunca hay que desdeñar el papel de la suerte, sobre todo de la mala, en el desenlace de este tipo de disputas. Y más si un maldito republicano anda de por medio.

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Todos sabemos, o deberíamos saber, que Trump es incapaz de hacer alguna cosa medio decente. Es imposible. En cuanto abre la boca cualquier atisbo de que pudiera hacerlo se desvanece “como un pedo en el viento” —tal que afirmaría el alcaide de la prisión de Shawshank cuando Tim Robbins se pira por el sumidero—. Por eso, lo realmente dramático no es que Trump resulte reelegido presidente de los Estados Unidos aun siendo incapaz de hacer alguna cosa medio decente, lo descorazonador es que sesenta millones largos de norteamericanos, o más, estén dispuestos a votarle de nuevo.

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Yo, tal y como va el partido al comienzo de la novena entrada y teniendo en cuenta los precedentes, no apostaría ni el rabo de la boina por Joe Biden. Y si gana ya puede hacerlo holgadamente, porque el rubiales ha dejado claro que en caso de empate o derrota por la mínima no le sacan de la Casa Blanca ni los hombres de Harrelson. Lo cierto es que la calidad democrática anda bajo mínimos en el planeta; y esta vez no estoy hablando de literatura.

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Cuando Marcelino Camacho alertaba incansable sobre el contubernio mafioso que tienen montado las élites patronales y financieras, algunos se reían y le miraban condescendientes desde la atalaya de su arrogante desfachatez. Estoy pensando en Felipe González con un Cohiba de los gordos entre los dedos, gordos también, marcando paquete en la cubierta de un yate chulo en mitad de la Mar Océana. Bueno, pues diez años después de que Marcelino se fuera nos encontramos ideológicamente famélicos, socialmente perplejos y lo que es peor, organizativamente en pantuflas.

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Aquí en Madrid, por si lo dicho hasta ahora no fuera suficientemente desalentador, padecemos, además, el contubernio Ayuso-Rodríguez (Miguel Ángel), que es un contubernio bastante considerable para lo que suelen ser los contubernios autonómicos. Esta señora hace lo que le parece, o lo que le dice el otro, y tiene a todo el mundo pendiente de sus desvaríos. Y a pesar de todo, los augurios le son propicios. Díaz Ayuso, no me canso de repetirlo, ganaría las elecciones autonómicas si se celebraran hoy. Por lo menos eso es lo que determina la encuesta de NC Report publicada por La Razón el pasado 13 de septiembre, la última conocida. A pesar de la que está cayendo, el Partido Popular sería la primera fuerza política en la Comunidad de Madrid con 39 diputados, nueve más que en los últimos comicios… Como diría Homer Simpson a su devoto vecinillo: “Pero qué loco estás, Flanders”.

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Alguien debería explicar a la presidenta madrileña que todo en la vida se agota, hasta el crédito para hacer el ridículo. Y deberían explicarle también que con la salud pública no se juega y que si hablamos de puentes los mejores, sin duda, son los de Madison. Pero a ver quién es el guapo que le tose con semejantes expectativas demoscópicas sobre la mesa. Si estás esperando que lo haga Casado —un señor que, por cierto, siempre se casa con los mismos— o Gabilondo —nuestro marinerito en tierra—, ya puedes hacerlo sentado.

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“Hit me, Isabel”. “Hit Me With Your Rhythmg Stick”, imagino cantando al gran Ian Dury —con un turulo incrustado en la nariz— desde alguno de los retretes de la Real Casa de Correos. Al final, este va a ser un asunto más de maso que de mesa. Como cuando los ministros reciben una cachetada en las nalgas tras desfilar sumisos por los libertinos saraos que monta Jota Pedro en los arrabales morales de la city.

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P. D. “Usted. Sí, usted; el becario, el de la fiambrera. Haga el favor de vomitar fuera, por Dios”.