¿Pueden ser pobres los blancos heterosexuales?

  • "En el terreno de nuestra política actual, sobre todo tras la irrupción de la ultraderecha institucional, parece que querer comprender al otro supone una traición o deslealtad a la izquierda"
  • "Parece que en la actual guerra de diversidades que algunos quieren imponernos, los blancos heterosexuales no pueden ser pobres"
  • "Mal vamos si nos dedicamos a estigmatizar a camioneros, encofradores o jornaleros del campo considerando que no se merecen nuestra atención al tratarse de blancos, heterosexuales y católicos"

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Durante cualquier guerra se suceden llamamientos regulares para pedir a las tropas del bando enemigo que se pase al otro. Yo lo vi personalmente en la guerra de El Salvador y en la guerrilla de Colombia. Lógicamente el más susceptible de cambiar de bando es el soldado raso, parte de una situación de poco poder y privilegios, y puede haberse sentido desengañado con sus dirigentes militares o políticos, o sencillamente replantearse sus ideas. Sucedió en la Guerra Civil española, las deserciones y cambios de bando eran frecuentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, prácticamente de la noche a la mañana, la tropa fascista italiana se vio combatiendo en el bando aliado, y sus socios nazis se convirtieron en su enemigo.

Sin duda, hay sectores sociales que, por su clase y origen, parece bastante previsible e inevitable que se encuentren en un determinado bando y no en el otro. Sobre todo porque se enfrentan intereses de clase contrapuestos, es lógico que muchos detecten claramente en qué lugar se defiende a los de su clase. Sin embargo, no siempre sucede así. Si, como dicen los movimientos populares estadounidenses, el conflicto es entre un 1% privilegiado y un 99% explotado, viendo los resultados electorales, las movilizaciones sociales, el nivel de participación política y sindical, es evidente que muchos del 99% no están convencidos ni ubicados en el bando que parecería lógico.

Volviendo a nuestro escenario bélico, como es fácil de imaginar, pergeñar una estrategia destinada a que los soldados enemigos dejen su trinchera y se pasen a la tuya pasa por conocer y entender las razones por las que se encuentran al otro lado. Qué análisis de situación, qué promesas, qué “razones” encontraron en el bando enemigo para elegirlo y convertirse así en nuestro adversario. Y, del mismo modo, qué no supimos explicarle, a qué necesidades no supimos dar respuesta. O, sencillamente, hacerle partícipe de nuestros valores e idearios y hacerle ver que se corresponden con sus intereses de clase.

Esto que acabo de exponer es de sobra conocido por todos. En cambio, en el terreno de nuestra política actual, sobre todo tras la irrupción de la ultraderecha institucional, parece que querer comprender al otro, supone una traición o deslealtad a la izquierda. Es como si solo la animalización del otro bajo la etiqueta de fascista o nazi (pudiendo ser que lo sea, o no), nos ayudase a mantener prietas las filas, firme el ideario e imbatibles en la lucha.

Tras el asalto al Parlamento estadounidense, algunos, en las redes, intentamos comprender qué pudo motivar a miles de personas a cometer ese salvaje acto golpista. Del mismo modo que semanas antes intentamos comprender qué motivó a 74.223.251 estadounidenses a votar al demente de Donald Trump. Mientras para algunos estaba muy claro que se trataba de hombres blancos heterosexuales que perdían sus privilegios, algunos creíamos que debíamos, como en la más cruenta de las guerras, intentar descifrar por qué muchos, a pesar de su clase social, empleo miserable o directamente pobreza, habían optado por votar y movilizarse por un multimillonario racista, vanidoso y enloquecido. Es evidente que entre esos más de 74 millones de votantes, y seguro también entre los salteadores del Parlamento -aunque se identificaron algunos niños bien-, habría pobres desgraciados desde el punto de vista socioeconómico. No olvidemos también que a quién se negaban a aceptar como nuevo presidente era, también, un hombre blanco heterosexual. Y que el dueño de las redes sociales que expulsó a Trump también es un hombre blanco heterosexual.

Las encuestas ya han demostrado que los seguidores de Trump tienen menos nivel de estudios que los votantes demócratas, por tanto, ya podemos apreciar un elemento educacional importante sobre el que se debería actuar, en lugar de limitarnos a insistir en su maldad. Sin duda estamos ante bolsas de ciudadanos abducidos por posiciones violentas, machistas y racistas, pero es el mecanismo que ha tenido el fascismo históricamente para seducir mediante mensajes simples a quienes no logran comprender la complejidad del mundo. Un fascismo que ahora adopta nuevas formas con las conspiranoias, que son lo mismo: respuesta irracional a problemas sociales o sanitarios que son incapaces de interpretar.

En mi intento de comprender sus cabezas, yo les describí como “desheredados blancos heterosexuales”, como en la Guerra Civil española yo podría pensar en desheredados del frente franquista entre los soldados del ejército sublevado, o desheredados campesinos combatiendo dentro del ejército de la oligarquía salvadoreña o colombiana. Paso previo para intentar llegar a ellos y convencerles de su error en la elección de bando.

Sin duda los asaltantes del Capitolio perciben que su superioridad racial y de sexo de los hombres blancos norteamericanos se tambalea, el problema es que esa superioridad era lo que les mantenía estables mentalmente en un sistema político y económico que seguía teniendo a muchos de ellos en la parte más baja de la sociedad. Por supuesto que había que terminar de una vez con su supremacía de raza y de sexo, pero también les debemos más justicia social, más educación y más capacidad de participación democrática. Como a cualquier ciudadano.

Pero parece que en la actual guerra de diversidades que algunos quieren imponernos, los blancos heterosexuales no pueden ser pobres. O simplemente, aunque sean pobres, si no están en nuestro bando ya son directamente enemigo a batir porque son supremacistas, fascistas, neonazis... Pero, recuerdo, que los partidarios de Trump son más de 74 millones, y descartamos convencerles porque damos por hecho que solo son gentuza despreciable a la que ni siquiera nos paramos a pensar por qué están en la trinchera opuesta, aunque puedan ser tan pobres como el más pobre de la izquierda. Porque por muchos adinerados que les apoyen, 74 millones dan para muchos pobres.

Porque si oponemos homosexuales contra heterosexuales, blancos contra negros, hombres contra mujeres, minorías religiosas contra católicos y protestantes; y si, en el intento de defender al primer grupo de estas divisiones, conscientes de que suelen estar en lugares más desfavorecidos de la escala social (aunque no siempre), podemos terminar convirtiendo al blanco heterosexual en sinónimo de supremacista hasta el punto de que ni aceptamos que pueda haber alguno que sea pobre de solemnidad.

Los partidarios de Trump que asaltaron el Congreso sentían que sus expectativas de mejora social se habían truncado. Estaban dando una salida iracunda y violenta a su miedo y a su indignación. Decían que ocupaban la casa del pueblo norteamericano, que era su casa, y que lo hacían porque no sentían que sus intereses estuvieran siendo representados. Según ellos estaban haciendo una revolución en nombre del pueblo norteamericano. Su seguimiento a Trump y su acción es tan estúpida como comprensible debería sernos su estado de ánimo. Como han señalado muchos analistas, el trumpismo, y todo lo que significa sus puntos en común con la ultraderecha, son síntomas no el origen del problema. Si a corto plazo debe caer, por supuesto, todo el peso de la ley contra esos golpistas violentos, también debemos estudiar los orígenes del problema más allá de su mera criminalización y desprecio.

Como ya advirtió Owen Jones hace ocho años en Chavs. La demonización de la clase obrera, mal vamos si nos dedicamos a estigmatizar a camioneros, encofradores o jornaleros del campo considerando que no se merecen nuestra atención al tratarse de blancos, heterosexuales y católicos. No faltarán partidos de la ultraderecha que sí los abracen, precisamente por eso mismo, por ser blancos, heterosexuales y católicos. Y entonces es cuando serán supremacistas, al ver que esas características, que nos deberían importar una mierda, son por las que unos los despreciaban y otros los ensalzaban.

Quizás a muchos les interesará mantenerse en el espectro de la política de la izquierda con un monodiscurso de que a la ultraderecha ni agua, al fascismo hay que combatirlo, nazis fuera de nuestros barrios. Decir eso es como decírselo también al coronavirus y al cáncer, y luego no tomas ninguna otra medida. Hasta los soldados republicanos intentaban convencer a gritos al obrero de la trinchera opuesta, y el guerrillero salvadoreño dejaba panfletos en los viviendas que sabía pertenecían a las familias de los militares de origen campesino. Y precisamente lo hacían los combatientes de menor rango, porque sabían que para vencer no debían exterminar ni despreciar al desheredado del bando enemigo, sino convencerlo.

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2 Comments
  1. walletjc says

    Hay una caza de brujas de una generación sobre otra de «intelectuales» de izquierda que utilizan el pretexto del rojipardismo para liquidar y quedarse con el púlpito mediático de la izquierda. De esto va todo pero se puede adornar mucho. Ya andaban de alas caídas tras la derrota electoral de Trump pero se han venido arriba con esto del capitolio y el objetivo es construir el post-trumpismo, que no es más que una coartada para cancelar a históricos referentes culturales de la izquierda española y sustituirlos por titiriteros del twitteriado sin demasiado bagaje intelectual…bluff á l’espertise!

  2. amador says

    ¿De verdad cree que los asaltantes del Capitolio eran «pobres»? Algún desempleado habría, pero entre ellos había dueños de negocios, gente vinculada a la propiedad inmobiliaria, expolicías, exmilitares… Los hoteles de DC estaban llenos. No me imagino «pobres» pagando cuotas hoteleras en DC. Los asaltantes del Capitolio eran en su mayoría miembros de una clase privilegiada que creen que se les está robando su derecho innato e inviolable a dominar a clases marginales e infrapagadas, la mayoría no blancas y migrantes.

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