Qué sería institucionalizar la libertad de expresión (a propósito del cierre de cuartopoder)

  • "Cuartopoder me ha acompañado a lo largo de lo que ha sido la experiencia política más ilusionante y más dolorosa de toda mi vida. Es lo que se puede esperar de un verdadero amigo, que esté contigo a las duras y a las maduras"
  • "Los que han nacido y crecido ya entre las redes sociales de Internet no se hacen una idea de lo que fue la dictadura mediática de otros tiempos"
  • "Hace falta que los periodistas y sus medios de comunicación no puedan ser chantajeados por el mercado ni intervenidos gubernamentalmente"

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Cuartopoder me ha acompañado a lo largo de lo que ha sido la experiencia política más ilusionante y más dolorosa de toda mi vida. Es lo que se puede esperar de un verdadero amigo, que esté contigo a las duras y a las maduras. Toda mi relación con Podemos ha quedado reflejada en cuartopoder, también, por supuesto, el artículo que marcó mi ruptura con la organización, justo antes de Vistalegre II. Lo que ocurrió a partir de ahí fue, a mi entender, una tragedia política: llegué incluso a calificarla de crimen contra la Humanidad, “teniendo en cuenta la importancia inmensa de este proyecto político, no sólo para España, sino para toda Europa y el mundo mismo” (algo que ya había dicho también José Luis Villacañas). Y también fue una grave decepción personal, de la que cuartopoder se hizo eco con cariño y generosidad.

En muchas otras ocasiones he utilizado cuartopoder para expresar mis opiniones políticas, como antes había utilizado de forma habitual Rebelion.org. Ahora, recordando otros tiempos, puedo medir el contraste de cómo han cambiado las cosas.

A las personas de mi generación nos afecta especialmente el cierre de un medio de comunicación como cuartopoder porque a lo largo de muchas décadas eso fue precisamente lo que más echamos de menos: un medio en el que publicar nuestros artículos. Los que han nacido y crecido ya entre las redes sociales de Internet no se hacen una idea de lo que fue la dictadura mediática de otros tiempos. Y no me refiero al franquismo, donde había, desde luego censura. Pero la censura franquista era una práctica voluntarista, chapucera, artesanal y muy poco eficaz. Lo que vino después fue mucho más dañino, sobre todo, porque pasó desapercibido y pudo disfrazarse de apertura y de libertad de expresión. Fue la censura de la democracia, infinitamente más eficaz que la de los curas y los falangistas. Se trataba, sencillamente, del monopolio mediático que detentaron unos pocos (muy pocos) imperios privados, haciéndose pasar por la voz de la ciudadanía. En principio, se trataba desde luego, de una impostura. Pero a medio y largo plazo se invirtieron los términos, porque la ciudadanía acabó reconociendo en ellos su propia voz. No era de extrañar: la voz de los oligopolios mediáticos como PRISA llegaron a marcar los límites mismos del sentido común y penetraron muy hondo en la conciencia de la ciudadanía, de tal modo que lo que no salía en El País, SENCILLAMENTE, NO EXISTÍA. Era un verdadero totalitarismo ideológico, siempre con la coartada de que había competencia. Era la competencia de otros dos o tres oligopolios mediáticos, más o menos con los mismos intereses económicos y, en el fondo, con el mismo pensamiento único (por mucho que pudieran discrepar violentamente en algunos temas puntuales que oscilaban siempre al compás del bipartidismo). El País era democrático porque tenía enfrente a El Mundo, de modo que la población tenía que conformarse con el arco democrático que separaba a Cebrián de Pedro Jota. Fuera de ahí, era imposible competir. Algunas revistas intentaban financiarse heroicamente pero sin lograr llegar jamás a influir decisivamente en el espacio público. Si no tenías un millón de euros, tu voz era inaudible. La censura era implacable y mucho más eficaz que la franquista. Sencillamente, el que no comulgara con la línea ideológica del grupo empresarial del periódico, era de inmediato despedido, o lo que era mucho más sutil y mucho más eficaz: no era jamás contratado. La censura era el paro, el paro de millares de periodistas que jamás iban a encontrar trabajo, porque los cuatro oligopolios mediáticos que tenían secuestrada la libertad de expresión nunca cometerían el desliz de ofrecerles un puesto de trabajo. Y encima a eso se llamaba libertad de prensa, al poder de mentir de cuatro poderosos millonarios.

La sensación de asfixia mediática que tuvimos bajo la democracia, no fue, por ello, ni mucho menos menor que la que tuvimos bajo el franquismo. Si acaso lo fue más, porque, bajo la democracia, no sólo te meaban encima, sino que además, te decían que llovía. La censura nunca fue tan eficaz como cuando se disfrazó de libertad de prensa. Esta ignominia es difícil de olvidar. Fue así como unos cuantos centenares de intelectuales se apropiaron de la libertad de opinión y se autoproclamaron algo así como la intelligentsia de la democracia española, una élite intelectual de oportunistas y lameculos progres o de derechas que encarnaron (eso sí que fue la palabra hecha carne) la censura de la democracia con simplemente limitarse a existir, con solo ocupar por entero el lugar de la palabra. Les bastaba con saber que no había espacio para llevarles la contraria. Probablemente, el único que pudo plantarles cara con medios editoriales importantes fue Ramón Akal.

Cuarenta años después, ahí están todavía, más de acuerdo que nunca, aunque ya viejos y decrépitos, gritando "vivas al rey”. Un destino propio de un comienzo. Al final, todos han seguido el ejemplo de Ramoncín, el que fue, además del “rey del pollo frito”, uno de los espíritus intelectuales más incontestables del socialismo de Felipe González.

Pondré un ejemplo ilustrativo. Una de las primeras cosas que hizo el Gobierno del PSOE al llegar al poder, fue (qué pena) cerrar una editorial estatal: la Editora Nacional, que había publicado clásicos de todos los tiempos y, por ejemplo, una colección increíble de Heterodoxos y Marginados, unos libros que por definición nunca podrían encontrar mercado, pero que fueron publicados con un inmenso tacto y un cuidadoso cariño editorial. Esto fue una mutilación brutal del derecho de los lectores, una repugnante rendición de la ciudad ante la lógica del mercado. El ministro Javier Solana (creo recordar) había encargado un informe sobre el tema a Miguel Riera (director de El Viejo Topo), cosa que él hizo a favor de conservar la Editora Nacional, pese a su origen franquista y a que pudiera tener algunas pérdidas económicas (cuatro perras de las de antes, nada que ver con las pérdidas de Bankia en su momento). Pero su informe llegó tarde. El ministro ya había recibido otro informe explicando que una editorial estatal no podía hacer competencia a las editoriales privadas. Lo firmaba Fernando Savater.

La intelligentsia de la Transición se apropió del espacio público y privatizó la libertad de expresión. Fue un grupo nepotista, endogámico y mafioso que impuso la ley del silencio a la ciudadanía española. Y dio resultado: fue una dictadura educativa que culminó el esfuerzo de la represión franquista, “educando a la ciudadanía” y convirtiendo la democracia ya no en una manera de consultar las razones de las personas, sino en una manera de hacerles “entrar en razón”. En la “razón” de lo que dijeran los oligopolios mediáticos financiados por los oligopolios económicos.

Este panorama, sin duda, cambio con la llegada de Internet y las redes sociales. La correlación de fuerzas sigue siendo muy desigual, sin duda, pero ahora hemos podido respirar. Los grandes oligopolios han perdido mucho poder y algunas páginas (e incluso algunos youtuber) han logrado competir con ellos. Cuartopoder ha sido un buen ejemplo de ello, aunque también nos recuerda ahora que la necesidad de financiación sigue siendo la espada de Damocles de la libertad de expresión. Eso sin contar con los nuevos peligros, aterradores, que acechan tras esta nueva situación mediática. Pero cambiar, la cosa ha cambiado y mucho.

Sin embargo, algunos seguimos pensando que el asunto de la libertad de expresión aún no ha conocido su revolución francesa. Es decir, seguimos pensando que la libertad de expresión sigue atascada en una etapa premoderna y semifeudal, secuestrada por unos cuantos feudos poderosos, por mucho que ahora las guerrillas de Internet puedan crear cierto revuelo. Las cuenta pendiente sigue ahí: es preciso institucionalizar la libertad de expresión, obligarla a entrar en la civilización republicana. He planteado la cuestión en varios sitios, entre ellos algún artículo que, precisamente, publicó cuartopoder (pese a que su entonces director, Francisco Frechoso, se mostró muy en desacuerdo con mi planteamiento). Lo resumí hace ya muchos años en una provocativa consigna: “estatalizar la prensa”. Conviene recordar que estatalizar la prensa es lo contrario que “gubernamentalizarla”. Lo estatal sólo es gubernamental ahí donde no hay división de poderes. Si, por ejemplo, la televisión española está gubernamentalizada, eso no es porque sea estatal, sino porque ahí no está funcionando la división de poderes. Se entenderá mejor el problema con una comparación. Basta con comprender que la enseñanza estatal es estatal precisamente para que no pueda ser ni gubernamentalizada ni chantajeada por grupos o empresas privadas. He defendido a menudo, también en cuartopoder, que el sistema estatal de instrucción pública es el mejor antídoto que ha inventado la Humanidad contra el adoctrinamiento ideológico. La receta es muy simple: los profesores funcionarios gozan de libertad de cátedra porque no pueden ser amenazados con el despido por las empresas, ni chantajeados por el ideario gubernamental. Eso convierte a la escuela pública (aunque, sin duda, actualmente, con muchos retrocesos de los que habría que hablar largo y tendido) en un espacio de libertad, en el que la pluralidad ideológica está blindada institucionalmente. A esto es a lo que hay que llamar “libertad de enseñanza” y no al poder que tienen las sectas religiosas o económicas de imponer su catecismo religioso o laico de forma ideológicamente totalitaria, que es lo que ocurre en la enseñanza privada.

Pues bien, no es difícil imaginar que la libertad de expresión podría ser blindada en el mismo sentido que la libertad de enseñanza. Mientras no ocurra esto, se seguirá confundiendo la libertad de prensa con el poder de mentir más alto que tienen las grandes corporaciones económicas. La prensa no será verdaderamente plural hasta que no sea al menos tan plural como lo es la enseñanza estatal. Pero para eso hace falta que los periodistas y sus medios de comunicación no puedan ser chantajeados por el mercado ni intervenidos gubernamentalmente. Para eso precisamente, nunca se insistirá lo suficiente, se inventó el funcionariado y el sistema de oposiciones como acceso a la función pública.

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