Caballo en cacharrería

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Gabriel Tortella *

Son muchos los artículos que se están publicando en la prensa acerca de la capacidad destructiva del presidente del gobierno, que tras siete años de mandato deja a su partido en estado comatoso y a su país (suponiendo que así lo considere) al borde de la ingobernabilidad, la disgregación y la suspensión de pagos. Yo mismo en estas páginas hace un par de meses me preguntaba cómo no nos habíamos dado cuenta antes los españoles de lo equivocadas y suicidas que eran las políticas de Rodríguez Zapatero. Es claro que hace un año aproximadamente que a los españoles se nos cayeron las escamas de los ojos como a Saulo en el camino de Damasco; como quien despierta de un sueño hipnótico, en las recientes elecciones hemos querido vengarnos de quien nos ha hecho tanto daño. Y ahora el presidente y el partido están como un boxeador sonado que ha sufrido un tremendo castigo y vaga por el ring con paso vacilante sin que ni él mismo ni el público sepan cuánto tiempo aguantará de pie.

Yo doy por sentado el tremendo destrozo que ha cometido Rodríguez Zapatero durante estos años. Lo que quisiera dilucidar es cómo lo ha hecho y por qué. Quizá estas reflexiones sirvan para evitar tan serios errores en el futuro. Sinceramente, yo creo que en la raíz de todo está el sentimiento de legitimidad ofendida que arraigó en una parte importante del partido socialista cuando Aznar logró la mayoría absoluta el año 2000; y ésta fue la facción que pronto se convirtió en mayoritaria y que encabezó el hoy todavía presidente. Este renovado partido actuó como si los populares hubieran usurpado un poder que los socialistas consideraban legítimamente suyo (porque ellos se consideraban los verdaderos demócratas y los herederos de la II República, mientras que a los populares los tachaban de ser los herederos de Franco) y por lo tanto decidieron tratarles no como a competidores, sino como a enemigos a quienes había que expulsar del poder para castigarles por la osadía de haber gobernado dos legislaturas completas, una de ellas con mayoría absoluta. El espectáculo de Rodríguez Zapatero y sus compañeros brincando de alegría y brindando con cava la noche del 15 de marzo de 2004, totalmente olvidados, en su euforia por volver a pisar moqueta, de la tragedia que el país había vivido cuatro días antes y del “queremos saber” que sus seguidores habían coreado en las calles hacía pocas horas, resultaba obsceno, aunque nadie lo advirtiera entonces. Era la alegría de quien recupera algo que considera como legítimamente suyo, caiga quien caiga.

De aquellos polvos vinieron estos lodos: el infame pacto del Tinell, el lanzarse en brazos de los nacionalistas catalanes, vascos, gallegos, canarios, baleares, cualesquiera menos el Partido Popular, aunque éste fuera casi el único otro partido que se consideraba “español”, como en teoría son los mismos socialistas, según reza su nombre completo. De ahí vino la larga y lamentable historia del Estatuto de Cataluña, la embarullada aventura del plan Ibarreche, la proliferación de otros estatutos casi tan absurdos como el catalán (en los que el Partido Popular no estuvo libre de culpa), y el inicio del camino tortuoso desde las autonomías a las taifas, en el cual bajo la égida de Zapatero se ha avanzado gran parte del trayecto. También vino el ponerse en manos de los sindicatos hegemónicos, que fueron utilizados como fuente adicional de legitimación y como correa de transmisión entre el partido, el gobierno y el pueblo.

Con toda esta actividad frenética se les olvidó pensar acerca de cuál debe ser el papel de un partido socialdemócrata en la esfera de la economía y se siguió una política de continuismo, ya que se había heredado una situación muy próspera de los odiados populares. Vinieron aquellas bravatas sonrojantes del “mi amigo Berlusconi y mi amigo Sarkozy no quieren ni oír hablar de que les vamos a superar en renta por habitante” y del “estamos en la champions league de la economía”. Y así, cuando llegó la crisis en 2007, nos pilló totalmente desprevenidos y encima tapando el gobierno la realidad para que no le echara perder las elecciones. Las consecuencias son bien conocidas: pasamos de la champions league de la economía a la champions league del paro. Pero eso no lo dijo el presidente. Lo que hizo fue sacrificar a los que menos defensa tienen, funcionarios y pensionistas, ayudar a los banqueros y echar la culpa al capitalismo. Y de ahí vino el debatirse en las arenas movedizas de hacer reformas pero no hacerlas; de decir una cosa en Bruselas y dos en Madrid: una en las Cortes y otra en Ferraz; y de anunciar cada tres meses que el final de la crisis ya estaba a la vista. Ni los apoyos buscados en la periferia ni los reyezuelos de las taifas estaba dispuestos a sacrificarse por el país, y el Gobierno carecía de la fuerza moral y política necesaria para imponer la disciplina y los sacrificios que se requerían. Y así estamos: por fin nos hemos dado cuenta de lo que nos han hecho y hemos decidido vengarnos, quizá demasiado tarde.

En cuanto al partido, fue víctima de la renovación por quien tenía la verdad agarrada de los pelos y el control en sus manos. Aquí también se excluyó, en este caso a los de la generación anterior (salvo uno), que hubieran podido serenar un poco los ánimos, y se distribuyeron cargos y ministerios no con criterios de eficacia, sino de “pedagogía”. Se trataba de epatar al personal militarizando embarazos y creando ministerios innecesarios. Y la puntilla se dio al partido cuando hace unos meses el presidente, acorralado como Macbeth cuando el bosque de Birnam avanzó contra él, aceptó renunciar a un tercer mandato para no perjudicar al partido ante las elecciones de mayo. Pero en vez de nombrar sucesor o convocar primarias, permaneció en la secretaría del partido y en la presidencia del Gobierno, con lo que el partido quedó en peor situación que antes: desmochado, pero con Rodríguez Zapatero como única cabeza visible, aunque provisional. La derrota catastrófica del 22 de mayo fue la consecuencia de años de política desastrosa y de errores monumentales en la táctica electoral.

Bueno, pues con esta ejecutoria, el presidente ni quiere irse ni quiere convocar elecciones generales. El “optimista antropológico” cree que lo va a arreglar todo (País Vasco incluido) en nueve meses. A lo mejor aún tiene tiempo de destrozar algo más grande todavía: la Unión Europea. Los medios están en su mano y es muy capaz.

(*) Gabriel Tortella. Economista e historiador. Es catedrático emérito de Historia de la Economía en la Universidad de Alcalá de Henares.
2 Comments
  1. manolo12 says

    ¿es que alguien duda que el pp no es el heredero del terrorista franco?

  2. FRANCISCO PLAZA PIERI says

    Espero que los señores Elorza o Castro -por no hacerlo prolijo citando a otros-, que han tenido una amplia temporada sus cargos de alcaldes en sus respectivas ciudades, sintieran que tienen unos «derechos adquiridos» por lo prolongado de sus tiempos como alcaldes.
    Supongo que estos señores como alcaldes y otros con el cargo que detenten serán conscientes de que más pronto o más tarde han de dar paso a otros, sean de su propio partido, o de otros.
    De cualquier modo, esa impresión que observa el autor del presente artículo en algún caso se ha dado…
    ¡Ya lo creo, pero en otro partido!

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