Noticias sobre Philippe Petit, el más grande equilibrista

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Julián Sauquillo

Fotograma de 'Man on wire' en el que se ve al funambulista Philippe Petit cruzando las Torres Gemelas. / manonwire.com

El oficio de profesor siempre contó con desmerecimientos. Al sobrio y algo seco antropólogo francés Levi-Strauss, cuando dio clase en Estados Unidos, el gerente de su Universidad le propuso cambiarse su nombre y adoptar el de Levi. La razón era que, al  llamarse como los célebres vaqueros americanos, su presentación en clase era funny para el común de los alumnos. Todos se reían de él. Pero tan circunspecto profesor cuenta que tuvo también, por el contrario, sorpresas agradables con sus apellidos en el mismo país. Una vez tuvo que identificarse al pagar en unos grandes almacenes y el dependiente le espetó la pregunta sobre si era miembro de la familia fabricante de pantalones o, muy al contrario, el todavía no muy conocido antropólogo francés. Esta anécdota muestra que las personas más cultas no siempre se encuentran en la Universidad y pueden brillar en el lugar más inesperado.

No sé donde se encuentra exactamente la gente más culta hoy pues es sumamente escasa. Pero estoy seguro de que Philippe Petit, el asesor de Rodríguez Zapatero, autor de un notable libro sobre republicanismo, entre otros éxitos académicos, va a tener que competir mucho –y acaso saber perder– con la celebridad bien ganada de Philippe Petit, el mejor equilibrista del mundo. Ya me imagino quien preguntará si este Petit es el teórico de la política o el equilibrista, porque la hazaña volatinera impresiona y eclipsa a cualquiera otra. Diez años después del catastrófico atentado y hundimiento de las Torres Gemelas, el archivo de sus sucesos registra un desafío insólito. Un hombre francés con aspecto de dandi, que ya había recorrido sobre cable las alturas de Notre Dame (1971) y la bahía de Sidney (1973), esperaba, con ansía, que se acabara la construcción de las Torres en 1973 para atravesar el vacío que separaba la Torre Sur de la Torre Norte en 1974. El documental Man on wire (2007), de James Marsch, relata la increíble hazaña de un hombre que recorrió el cable tendido entre las torres gemelas del World Trade Center durante cuarenta y cinco minutos: ocho cruces de sesenta y un metro sobre cuatrocientos cincuenta metros. Las distancias pasman a cualquiera.

Lo más fascinante del caso es su valentía. Todos realizamos nuestras actividades con  muletillas, chuletas o prolijas instrucciones de uso. Los oficios hace tiempo que se dejaron de conjugar como “oficiar”, como participar en un conversación personal con algún dios que orientaba la vida de cada cual y le indicaba que fuera perfecto en su quehacer a mayor gloria y felicidad de la sociedad en la que convivía con sus contemporáneos. Hoy cunde el incremento competitivo del propio patrimonio con el menor esfuerzo. Ser perfeccionista es de obsesivos o de personas a quienes les cuesta el rendimiento por demasiado  obtusos. Hay que ser espabilado. Que un autodidacta, educado en el rigor, como Petit, se planteara culminar con una pandilla de pirados un espectáculo perfecto, en el que se lograba la gloria o se moría estrellado en la actividad de alto riesgo que uno desea, es considerado ahora un absoluto dispendio de energía. Al gran Petit, le pedían que explicara al bajar por qué lo había hecho. Pero preguntarle era como pedirle a Mallarmé que desentrañara el significado de sus poemas. Toda aventura que desafía lo humano es colectiva. Petit y sus estrambóticos cómplices desplegaron increíble ingenio para sortear los controles policiales que les impedían el paso del lastre de un equipo hasta las azoteas y cruzar un cable pesado a tiro de arco entre las torres. Al final decidieron que era más propicio camuflarse de servicio de mantenimiento y no de ejecutivos para este menester de infiltrados.

Por medio, se quedaron algunos colaboradores que no aguantaron la presión de equivocarse, de colaborar en un posible homicidio o en un suicido a ojos judiciales. El amigo Philippe parecía cada vez más un héroe griego desafiando al sacrificio divino. Y el héroe difícilmente no se queda solo. Había algo de “fatalismo sintético” –el que uno mismo se busca obcecado y no viene de la disposición involuntaria de las cosas, en expresión de Rafael Sánchez Ferlosio- en una operación donde algunos locos le acompañaron y se desazonaron en tres viajes París-Nueva York-París para decantar la viabilidad de la aventura. Ya no había vuelta atrás. Sabían que el poema que se planteaban acometer era irrepetible. La tensión afrontada no era otra vez soportable. Y Petit encaró el reto de enfrentarse, tras fracasos y dudas en la acometida final, al aire sideral, al balanceo del cable propio de torres de mortuorio cimbreo, por amor al riesgo, a lo imposible e inhumano. Si todo salía bien, Petit podría burlarse de la policía que nunca tendría el valor de ponerle las esposas en mitad del cable. A la propia patrulla, allí arriba, les pareció observar la mayor maravilla que habían presenciado en su vida.

Petit y sus amigos se plantearon asaltar las magníficas Torres como quien asalta un banco. Primero serio, luego sonriendo como un niño malo que se sale con la suya, arrodillado, sentado, tumbado en el cable, torció el deseo de todos los que le cortaban el paso. Y, así las cosas, tan libre, sólo encontró interlocutores entre los pájaros. Si la  teoría política se desenvuelve en el mundo de lo posible y real- derrapa a ras de tierra-, el funambulismo nos recuerda que nada es imposible y la suerte de la historia en el aire, planeando, nunca está echada. En estos años venideros, vamos a tener que soñar mucho.

3 Comments
  1. FRANCISCO PLAZA PIERI says

    ¡Para ‘equilibristas’, los pobres banqueros!
    ¡Ellos, los pobres, sí que tienen capacidad de sufrimiento!
    Deberíamos copiarles en eso del buen uso de los bienes materiales.
    Lo peor de todo en nosotros es nuestra falta de atención…
    -Ellos (algunos), que apenas ganan unos pocos millones anualmente. Esto es saber…, los invierten… en ‘paraísos’…
    -Nosotros,

  2. FRANCISCO PLAZA PIERI says

    ¡Para ‘equilibristas’, los pobres banqueros!
    ¡Ellos, los pobres, sí que tienen capacidad de sufrimiento!
    Deberíamos copiarles en eso del buen uso de los bienes materiales.
    Lo peor de todo en nosotros es nuestra falta de atención…
    -Ellos (algunos), que apenas ganan unos pocos millones anualmente. Esto es saber…, los invierten… en ‘paraísos’…
    -Nosotros, que ganamos bastante más, los gastamos en naderías… No tenemos remedio…
    ¡Así les va…!
    ¡Así nos va…!

  3. Eugenio Castillo López says

    Yo que a muy pocos metros de altura ya tengo vertigo, de donde sacan estas personas equilibrista esa seguridad y ese poderio de poder hacer hacer lo que hacen con todo el peligro que encierra lo que los mimos llegan arreisesgar. Me gustaria conocer si es que se puede conocer como son estas personas que tienen estas personas para poder estar a esas alturas sin que puedan tener miedo, porque si tubieran miedo seria el motivo que seria su caída segura es lo que ppuiienso yo.

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