Se inicia el debate

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Antonio García Santesmases *

En el debate que ha comenzado dentro del PSOE  sobresalen dos  elementos que conviene analizar con algún detenimiento. Uno se refiere a los procedimientos que se han aprobado para elegir el nuevo secretario o secretaria general del partido. El otro está vinculado a los elementos emocionales que se han puesto en marcha para ganar apoyos en una contienda, que se presume será muy  dura, por el liderazgo de la organización

En los congresos tradicionales del  Partido Socialista se daba una gran relevancia al análisis de la gestión de la Comisión ejecutiva  saliente y a la elaboración de la nueva línea política que debía marcar los años siguientes. Estas dos tareas eran previas a la presentación de candidaturas a la dirección del partido, candidaturas que siempre eran colectivas.

En  este modelo clásico  de partido se daba una gran relevancia a la elaboración colectiva y  se consideraba que la pluralidad de sensibilidades ideológicas, de plataformas de pensamiento y  de corrientes de opinión, eran un elemento decisivo en la vida del partido. Esa pluralidad era la que marcaba la vida de la organización  a partir de la conexión con  personalidades que  encarnaban  las distintas posiciones. El modelo acabado de este tipo de partido era el Partido Socialista Francés. En España las cosas fueron por otros derroteros a partir de mayo del 79.

Los delegados de aquel congreso querían a la vez aunar una línea ideológica de raíces marxistas con el liderazgo de Felipe González. El entonces secretario general se negó a secundar aquellas tesis ideológicas y los militantes del partido se vieron abocados a elegir. Optaron por olvidar a Marx y ensalzar a Felipe González. A partir de ese momento la combinación entre el liderazgo carismático de González y el dominio del aparato burocrático por parte de Alfonso Guerra permitió  articular una dirección política  que duraría muchos años. Fue una dirección marcada  por  dos etapas bien distintas: los años ochenta fueron años de acuerdo completo entre estas dos figuras del socialismo; desde  enero del 91(con la dimisión de Alfonso Guerra como vicepresidente) hasta junio del 97 las trifulcas fueron continuas y al final los dos abandonaron  conjuntamente la dirección del partido, en un clima sombrío donde nunca se llegaron a conocer con claridad  los motivos de la divergencia.

Fue en junio de 1997 cuando, sorpresivamente, Felipe González decidió no presentarse a la reelección como secretario general del PSOE imponiendo a Joaquín Almunia como su  sucesor. La falta de legitimidad de esta elección es la que provocó la convocatoria de unas elecciones primarias que ganó Borrell.  El recuerdo amargo de la difícil convivencia entre el aparato del partido y el triunfador en las primarias provocó que el PSOE huyera, a partir de entonces, como gato escaldado de cualquier asomo de bicefalia. Era imprescindible asegurar la coincidencia en el liderazgo; la misma persona debía ser  el líder del partido y el líder electoral.

Esta experiencia es la que está detrás de la elección de Zapatero. Zapatero no es elegido en primarias. Es elegido en un congreso como secretario general, dando todo el mundo por supuesto, que sería a la vez el candidato del partido a la presidencia del Gobierno.

Ante la convocatoria del congreso actual sorprende, por ello, que se insista repetidamente que sólo se está eligiendo al secretario general, que tiempo habrá para resolver la cuestión del candidato. Esta posición, sostenida por los que apoyan la candidatura de Rubalcaba, hace pensar que, aún triunfando en la actual pugna, podemos estar ante un liderazgo de transición. Quizás por la magnitud de la derrota electoral, quizás por la edad del candidato (en un país donde hasta Rajoy y todos nuestros presidentes del Gobierno llegaron muy jóvenes a la Moncloa) o quizás por ganar tiempo y no dar ninguna baza a su adversaria en la contienda actual, el hecho es que se acepta que unas primarias a la francesa serán las que elijan el candidato o candidata a la presidencia del Gobierno. Cómo compaginar este principio con las funciones tradicionales del partido (elaborar la línea ideológica, señalar las decisiones en la política cotidiana, seleccionar a los miembros de las candidaturas) es asunto que no está de ninguna manera resuelto. Las primarias llaman a la participación directa de los afiliados y ello ayuda a profundizar la democracia pero, a su vez, otorgan un enorme poder al vencedor en la contienda pudiendo dar lugar a comportamientos cesaristas poco controlables por una organización democrática. Por un lado fomentan la democracia desde abajo pero, por otro, refuerzan la deriva presidencialista que tantas consecuencias negativas tiene para la actual  democracia parlamentaria.

La segunda cuestión de interés está conectada con los elementos emocionales que de pronto parecen haberse destapado. Elementos que han surgido desde el momento en que ha hecho su aparición la candidatura de Carme Chacón. Son elementos vinculados a su edad, a su condición de mujer y al hecho de pertenecer al Partido Socialista de Cataluña. Si alguno considera que la cuestión nacional está resuelta en España y los elementos identitarios no juegan ningún papel, le invito a pensar en lo dicho y lo  escrito en los últimos días por candidatos y comentaristas.

El candidato Rubalcaba acude a Sevilla e invita a  los militantes a reeditar el pacto entre Andalucia y Euskadi que tantos y buenos frutos dio, a su juicio, en el pasado. Por mor de aquel pacto, en el famoso Congreso de Suresnes (allá por el año 1974 del siglo pasado) los jóvenes socialistas andaluces (González y Guerra) se hicieron con el control del PSOE pactando con los vascos (Redondo y Múgica) con el apoyo de cuadros del exilio (Carmen García Bloise, Paulino Barrabés) y marginando  a los socialistas madrileños (Bustelo, Castellano)

Todos los mencionados tuvieron grandes discrepancias en los años posteriores pero coincidieron en una; coincidieron en el hecho de que el PSC era otra cosa, era otro partido, alguien con el que había que convivir, con el que había que relacionarse, con el que no había más remedio que pactar, pero que no debería interferir en el liderazgo del PSOE; los socialistas catalanes  eran otro partido. De ahí el enorme interés y la enorme importancia de la presentación de la candidatura de Chacón.

¿Se trata de resucitar, como dice Rubalcaba, el Pacto del Betis o es el momento de iniciar una nueva singladura atreviéndose a presentar una candidata mujer y catalana?

Ante la presentación en Almeria de la candidatura de Carme Chacón, inmediatamente se han lanzado a denostarla los que consideran que se trata de un montaje para camuflar y ocultar su catalanidad.

Unos dicen que camufla su auténtico ser y que, por ello,  por más acentos plurales que reclame, es una nacionalista irredenta que se viste de andaluza para ganar la secretaría general del PSOE pero que a nadie puede engañar. Los hay que manifiestan compungidos que es muy de sentir, que no debería ser así, pero que las cosas son como son, y un catalán o una catalana no llegarán nunca a  ser líderes en partidos de ámbito nacional.

Ante tales reacciones uno no puede sino preguntar qué nación es la que queremos construir, qué significa eso de “un proyecto donde todos los socialistas digan lo mismo en todos los territorios de España”. ¿Van a decir lo mismo en el País Vasco donde gobiernan gracias al pacto con el Partido Popular que en Valencia o en Madrid donde llevan años y años en la oposición? ¿Es la misma la situación la de Galicia que lo vivido en Andalucía? Los socialistas, pienso yo, que podrán y deberán defender la igualdad de derechos de todos los españoles pero a partir de ese denominador común  es evidente que la diversidad cultural y lingüística exige que no se diga lo mismo en todos los sitios. Hay que vertebrar la nación pero una nación muy compleja con distintos sentimientos de pertenencia, y con identidades muy plurales.

La reacción, entre compungida y brutal, contra Chacón ha marcado el inicio del debate. La reacción mediática, sin embargo, no ha sido todo. El entusiasmo que ha suscitado su plataforma muestra que  el arrojo y la valentía en política tienen su premio. Chacón ha dado un paso adelante y al darlo ha permitido que afloren emociones positivas  que estaban latentes, ha permitido que la curiosidad por el debate iniciado se haya incrementado, y ha permitido que haya competencia hasta el final. Por todo ello merece el reconocimiento de muchos para los que el liderazgo de alguien que recoge la doble identidad catalana y española sería algo muy positivo para buscar un camino propio en el enmarañado mapa emocional en el que nos movemos.

Un camino distinto al del nacionalismo español conservador y al del  nacionalismo catalán, al de esos nacionalismos que tanto esfuerzo desarrollan por asegurarse el monopolio de la realidad y de los sentimientos y que  con tanta facilidad, sin embargo, pactan las políticas económicas. El camino que su candidatura anuncia abre una posibilidad al  federalismo, a ese federalismo que algunos consideramos imprescindible para superar la polarización de los  nacionalismos. ¿Lo entenderán así los delegados al congreso del PSOE?

(*) Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la UNED.

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