Unamuno: correspondencia del exilio

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Carlos García Valdés

Portada de 'Miguel de Unamuno, Cartas de destierro'. / eusal.es

Colette y Jean-Claude Rabaté acaban de publicar un libro aleccionador, siguiendo con sus investigaciones magistrales acerca de don Miguel de Unamuno (1864-1936). Si primero fue su extraordinaria biografía, de casi ochocientas páginas, sobre el relevante personaje (Taurus, 2009), ahora introducen y editan sus “Cartas del destierro” (Ediciones Universidad de Salamanca, 2012), llenas de interés y reveladoras del pensamiento del eterno Rector de la Universidad salmantina. Los profesores, respectivamente, de Tours y la Sorbona (París III), han continuado así su acertada dedicación investigadora hacia Unamuno, aportando en este concreto caso una documentación que se echaba en falta, complemento sin duda del valioso estudio anterior.

Las misivas se encontraban dispersas cuando no perdidas. 308 son las que componen el libro y lo son de diversa extensión y contenido, reflejando siempre el pensamiento puntual del gran intelectual español referido a los acontecimientos que se sucedían o a su estado de ánimo según el momento. El confinamiento en Fuerteventura y su huída posterior a París y Hendaya durante seis años, configura el cuerpo de la presente obra. De 1924 a 1930, desterrado de la cuidad del Tormes por la dictadura del general Primo de Rivera, con la que se había manifestado extremadamente crítico, permanece en todo ese tiempo fuera de sus lares, a los que promete no regresar hasta que el dictador caiga, lo que tiene lugar en la última fecha referida, reincorporándose a su cátedra de literatura que le había sido arrebatada. Su oposición frontal a Alfonso XIII y al Directorio Militar tuvo ese costo personal y profesional, después reparado. No fue el único. Personajes como Vicente Blasco Ibáñez o Eduardo Ortega y Gasset le acompañaron en el extrañamiento, reintegrados luego a la Península.

Cultísimo y sabio, poliglota desde su dominio del griego clásico, su primera especialidad docente, catedrático, escritor y autor teatral destacado, candidato al premio Nobel, alcalde, diputado a Cortes y máxima autoridad académica, la figura de Unamuno llena, por derecho propio, el primer tercio del pasado siglo y, sin discusión, el ambiente patrio y, especialmente, el de la ciudad donde ejerció y vivió. A la presentida tierra castellana de adopción dedicó una de sus obras más arrebatadores “Madrid, Castilla” (Visor, 2001)

Salamanca sigue volcada con la egregia figura del maestro bilbaíno. Todo le sigue recordando y le afecta: su aula, conservada respetuosamente en las Escuelas Mayores, antigua cátedra general de Derecho Canónico, infunde en el visitante su espíritu libre y universal, como cala en el mismo la del ilustre penalista Dorado Montero o, claro es, la de fray Luís de León. Son esas joyas que mantiene, venerándolas, una de los primeros centros de enseñanza superior de Europa. Yo enseñé dos cursos en aquella Universidad y, cuando vuelvo a ella, siempre me conmueve y me enseña. También le incumbe la estatua del obispo Tomás Cámara, enemigo declarado de las ideas unamunianas y de las progresistas de Dorado, martillo de los que consideraba heterodoxos o, en fin, la celebración, por todas, de la brillante exposición “El tiempo de Miguel de Unamuno y Salamanca”, en noviembre de 1998, con la edición del libro colectivo correspondiente del mismo título (Ediciones Universidad de Salamanca, 1998) y, desde luego, su casa-museo, impecablemente conservada, donde residió como rector, que puede visitarse con detenimiento y devoción como si fuera un templo. De la misma existe una pequeña publicación, a modo de guía, de Eduardo Azofra y Ana Chaguaceda (“La casa-museo Unamuno”. Ediciones Universidad de Salamanca, 2003), obrita francamente recomendable.

Las cartas a las que hoy me refiero abarcan diversa temática. Más de trescientas misivas son mucho para que algo se le escape al redomado opositor. “Entre el amor y el odio”, subtitulan su trabajo los docentes franceses y, ciertamente, aciertan en el resumen del contenido de los escritos, generalmente concretos y breves. Habla en los mismos de su nueva y forzada estancia, del futuro, de los gobernantes nacionales -a los que denuesta-, de su familia lejana, de sus amigos, de sus obras y de cuanto le incumbe políticamente y todo ello en un tono no necesariamente sombrío, que la ocasión podía merecer, sino recio y entero, convencido de su actuación y de su propia valía, como diría Quevedo, muy español, de la injusticia de su temporal destino. Y todo ello se detecta fácilmente en la magnífica recopilación de esta correspondencia del destierro de Miguel de Unamuno que han efectuado los profesores Rabaté, brillantes hispanistas que, efectivamente, han realizado un nuevo servicio a nuestra historia contemporánea.

La posterior trayectoria vital de Unamuno no se recoge, lógicamente, en este importante libro. Si en el anterior biográfico, ya citado, de los profesores franceses. Allí se recuerdan los últimos acontecimientos desde el comienzo de la Guerra Civil, su postura respecto a la República, el tímido apoyo a los rebeldes y, sobre todo (ob. cit. págs. 681 y sigs.), su magnífico discurso rectoral, en 12 de octubre de 1936, denunciando la trayectoria de los partidarios de Franco y su salida protegida del Paraninfo. Morirá el maestro, el 31 de diciembre de ese mismo año, en su casa de la calle Bordadores donde, desde entonces, se había recluido, de “crepacuore” (“partírsele el corazón”), como dice con todo acierto el vocablo italiano.

En todo caso, la presente investigación, verdaderamente imprescindible, se suma al permanente homenaje que merece uno de los intelectuales más señeros que ha dado España en le época contemporánea, al recuerdo, necesario y presente, de su egregia figura en nuestras letras y en nuestra Universidad.

2 Comments
  1. Indalecio says

    Pueblo de esclavos, el que envía a sus mejores al exilio….

  2. Encarna says

    Nos hace falta alguien que disparate hoy y diga la verdad. Una docena de Unamunos y nos iría mucho mejor

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