Ni los brotes verdes ni el tomate: la discusión pública en esferas cívicas diversas

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Julián Sauquillo

Si advertimos en la radio que se ofrece, a los “escuchantes” (en vez de a los oyentes), un debate sobre si expresiones como “vete a freír espárragos” o “¡¡eres una verdulera!!” aleja impertinentemente a los niños del consumo de verduras, ya no nos extraña. Hemos presenciado debates más estrambóticos que aconsejaban los “percebes” para evitar la indigestión de los infantes con cualquier otro marisco. El espacio radiofónico es formativo pero también es de entretenimiento. No sólo busca rigor sino también diversión. Además, la radio es un parloteo incesante que acompaña a profesionales caracterizados por ocupaciones dignísimas, no muy absorbentes y más o menos solitarias, las veinticuatro horas del día. La imaginación se agota pero las ondas y las cadenas permanecen. Requieren de más contenidos, de más ruido. Pasa con la radio como le ocurre a quien no para de hablar y comete un sinfín de tropiezos. Hay que aconsejarle que “en boca callada no entran moscas”. De la televisión y los tertulianos, mejor no hablamos.

Al contrario, la profesión de representante político necesita una prudencia especial. Las palabras tienen que ser muy medidas en los hemiciclos, en las ruedas de prensa, en los mítines, en las comisiones,… No sólo porque hay luz y taquígrafos que fijan el comentario en el tiempo, sino también porque producen compromisos. Los Diarios de Sesiones y las Hemerotecas no permiten que un funcionario estalinista se ocupe de rectificar las noticias impertinentes del pasado como en 1984 (1949) de George Orwell. Las declaraciones políticas también provocan un “fatalismo sintético”, un determinismo que viene dado por los propios hombres en vez de por elementos externos. Las declaraciones públicas y los programas determinan expectativas difícilmente sorteables después sin coste político. A ver qué dicen sobre la subida del IVA, que las declaraciones son como las flechas, una vez que se tensa el arco, se lanzan solas y dan o no en el blanco.

Con el uso de las metáforas políticas se quiere, muchas veces, rehuir dar cuenta de los significados verdaderos. A veces se acudió, en la política real, a metáforas y a proverbios chinos: “no importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”. ¿Qué podría significar esto hoy? En el pasado, fue un refrán muy alusivo que evitaba entrar en detalles. Cuando ayer mismo se decía que estábamos saliendo de la crisis porque ya se veían “brotes verdes”, llegué a ver espárragos gordos. Pero nunca se me explicó en qué consistían los avances económicos. De otra parte, los mismos tomates están arrugados como metáfora. No sirven para explicar procesos y decisiones económicas. Se han utilizado tanto los tomates que la canción popular les ha eximido de toda culpa. Para evitar el exceso horticultor, si yo fuera representante político, procuraría ser claro y explicarme lo más posible. Subrayaría mis aciertos y procuraría explicar mis errores dentro de un contexto de suma dificultad. Pero reconozco la imposibilidad de esta hazaña. El lenguaje político es sofístico y no filosófico. Va acompañado de adornos, envoltorios y evasivas. Es más retórico que esclarecedor. Distrae del conocimiento verdadero de las cosas. En la república de Platón, nuestros representantes serían tan expulsables como el antiguo quiso lo fueran los poetas, por no buscar la verdad y presentar afirmaciones agradables o amables. Unos  y otros acuden al embeleco en vez de practicar la sabiduría. Claro que los ciudadanos tampoco nos caracterizamos por desear encarar siempre lo más incómodo. También nos distraemos con una mosca.

Ya a comienzos del siglo XIX, Jeremy Bentham quiso clasificar los sofismas políticos. Era un demócrata que deseaba proteger al electorado de los políticos de cualquier signo. Pensó que diferenciar claramente todas las argucias y triquiñuelas lingüísticas de los políticos revelaba sus auténticas intenciones. Quería acceder a la realidad mediante un ejercicio nominalista: llamar a las cosas por su nombre. No se casaba con nadie y su conclusión era demoledora: todos esconden un programa oculto tras el programa declarado. Así que clasificó más sofismas políticos que tipos hay de helechos sobre la tierra. Su pesimismo era demoledor. Y su afición “botánica” favorable al conocimiento real de la política por los ciudadanos.

Hoy, tal clásico se hubiera encontrado a un público culto y a unas redes sociales que expanden cualquier declaración desafortunada de los políticos millones de veces más que en el XIX. Entonces, el “demagogo” no tenía connotación negativa. Era quien emitía a un público que no podía leer el periódico, pues no sabía escribir su nombre, de forma llana y abierta. Hoy los periódicos se regalan y los lee hasta el maestro armero. Hay tanta información que seleccionarla es difícil. Hemos pasado de la democracia de los demagogos, que conducen a analfabetos potenciales, a la democracia de audiencia. No deben confundirse una y otra. El político se enfrenta ahora a un público que ha aprendido economía, historia contemporánea, literatura,… y que está recibiendo mensajes continuamente. Entendemos mucho más y no somos un interlocutor menor.

Además, poseemos instituciones que difícilmente pueden ser suspendidas. Los debates parlamentarios pueden ser televisados. La tarea política se ha complicado. El electorado se ha sofisticado un poco y es menos moldeable. Al menos, esto quiero imaginar. En momentos de excepcionalidad política como los actuales, sacrificados los más débiles, urge explicar, poner nombres exactos a las cosas, conocer las repercusiones de los asuntos y hacer un esfuerzo clarificador. Ningún ejercicio de revelación es gratuito. Los brotes verdes de espárragos, los tomates, los espigalls, los grelos y cachelos pueden ser mordisqueados por ratones de todos los colores pero los electores merecemos una atención mayor. Si no, nos la damos.

3 Comments
  1. Susana says

    Hay políticos que parecen pájaros, siempre picando la fruta. Te lo digo yo que voy todos los años a la vera

  2. Borja says

    La economía es una «ciencia» infusa. No ha dado una en el clavo. Vaya desvarío… Propongo una reformulación del keynesianismo hecha por todos

  3. Manolo says

    No hay papel para catalogar las medias verdades de la vida social. ¿Pero cómo cree que los políticos pueden ser «auténticos»? Es ingénuo

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