Federalistas frente a independentistas

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Victoria Camps *

Nos guste o no, la organización del estado en comunidades autónomas es casi un estado federal. No existe un modelo canónico de estado federal, o de confederación de estados. Alemania es un estado federal. Estados Unidos es una confederación de estados. En ambos casos, una sola nación aglutina a un conjunto de estados y los mantiene unidos. Estamos hablando de estados que nacieron como estados federados y que se han mantenido como tales. Convertir España en una federación en toda regla (si eso significa algo) sería otra cosa. Pienso, sin embargo, que aún siendo imposible copiar ninguno de los modelos existentes, porque la historia de cada uno de ellos es única, tiene sentido mantener el concepto de federación para designar la unión de distintos territorios sin menoscabo de las diferencias que algunos de ellos quieren preservar. Insisto, el estado de las autonomías está muy cerca de un estado federal.

Ahora bien, el nombre no crea el órgano. El concepto de federación no figura en la Constitución porque, cuando ésta se redactó, debió parecer excesivamente disgregador. La suposición es absurda porque federar significa unir y no separar. Ahora que las autonomías con un sentido nacional fuerte, y en especial una de ellas, se mueven en un sentido rompedor, nos agarramos al federalismo como el salvavidas que aún está a nuestro alcance no sólo para salvar la unidad de España, sino para darle la salida más razonable y justa al malestar de Cataluña.

El “problema peninsular”, como alguien lo ha llamado, no nos engañemos, es un problema real. A grandes rasgos, existen dos razones fundamentales que explican que se haya llegado al clamor multitudinario por la independencia de Cataluña. La primera razón es romántica y sentimental: todos los nacionalismos aspiran a tener un estado propio, las naciones sin estado siempre son naciones insatisfechas y no cesan hasta conseguir su objetivo. La segunda razón es económica: los catalanes piensan –pensamos- que el sistema fiscal autonómico es excesivamente gravoso para Cataluña. Es decir, es injusto. Sorprende que seamos incapaces de traducir esa injusticia a unas cifras consensuadas por las partes, que pongan de relieve que algunas comunidades –no sólo Cataluña– aportan demasiado a eso que llamamos “solidaridad” territorial (y que debería llamarse “justicia”). Hasta ahora, sin embargo, estudios de todo tipo y procedentes de mentes expertas y preclaras no consiguen ponerse de acuerdo sobre cuál es la forma más fidedigna de presentar las balanzas fiscales. Sea como sea, la convicción de que Cataluña aporta demasiado al estado ha calado fuerte en el sentir de los catalanes. La crisis económica no ha hecho sino exacerbar ese sentimiento.

El romanticismo y el dinero son razones que se superponen y suelen ir juntas, aunque la razón crematística en estos momentos es preponderante. La cartera le ha ganado la partida a la bandera. En el trasfondo de toda la cuestión está el privilegio fiscal de que gozan el País Vasco y Navarra, un privilegio absolutamente injustificable desde el valor de la igualdad a que se deben los estados de derecho y las democracias. Pero nadie se ha atrevido nunca, por razones que no hace falta explicitar, que ese privilegio deba discutirse. En el último Estatuto que aprobó el parlamento de Cataluña, el que fue ampliamente enmendado por el Tribunal Constitucional, aparecía la voluntad de tener una agencia tributaria propia. La misma idea llevó a Artur Mas a proponer un “pacto fiscal”, rechazado de entrada por el Gobierno español. Ambos fracasos, especialmente el primero, han alimentado el fervor independentista hasta el punto de que nos hemos saltado la etapa intermedia: ya no se trata de negociar pactos fiscales ni federaciones, sino de ir directamente a la independencia.

¿Es posible recuperar el proyecto federalista? Desde mi punto de vista, sería una ocasión de oro para repensar el estado de las autonomías de arriba abajo, enmendar lo que no funciona y proponer un nuevo encaje de los territorios nacionalistas en el conjunto de España. Habría que reformar un montón de cosas, empezando por la Constitución. Pero quizá sería la forma, no digo de acabar definitivamente con el “problema peninsular”, pero sí de inventar un nuevo modelo de relación entre territorios que se sienten incómodos en la situación actual. Los estados nación son un invento ilustrado que se impone en el siglo XIX y que empieza a estar totalmente periclitado. Con la globalización y la construcción europea, las políticas nacionales o estatales carecen de poder para tomar las decisiones más importantes. Las fronteras desaparecen, las monedas se unifican. ¿Qué sentido tiene reivindicar para Cataluña, para Escocia o el Quebec, un estado nación semejante a España, el Reino Unido o Canadá?

Estoy convencida de que no es ese el plan de CiU, la coalición que nos ha metido en este lío y lo va a liderar. A muchos nos gustaría conocer en que tipo de Estado está pensando Artur Mas cuando reclama un “estado propio”. ¿Un estado como Baviera, como Texas? En ambos casos son estados dentro de una nación que los enmarca. ¿Es esa la propuesta de Convergencia? Si fuera así, la propuesta caería dentro de un modelo federal quizá distinto de los existentes, a nuestra medida, pero que no conllevaría escisiones ni rupturas.

El federalismo no sólo es una forma de organización territorial menos anacrónica que la reproducción de un estado nación más pequeño pero similar a los existentes, sino que es la opción más justa. No se entiende que más de un partido denominado de izquierdas esté defendiendo en estos momentos la independencia de Cataluña porque económicamente nos conviene y es un “bon negoci”. En pocas palabras, si estamos solos, no habrá que repartir, todo será para nosotros. ¿Es posible ignorar de una forma tan burda que la esencia de la socialdemocracia está en la redistribución de la riqueza a través de un sistema fiscal que obliga a tributar más a los que más tienen? ¿Qué razones se pueden esgrimir para aducir que si esto vale a nivel individual no vale a nivel territorial?

Puede parecernos más o menos delirante, aventurero y populista el fervor independentista. Pero existir, existe y es masivo. No es prudente ignorarlo. A los responsables políticos les corresponde calibrar la gravedad de los problemas y hacer frente a situaciones inesperadas. De momento, nadie lo está haciendo. Nadie está dando razones para apoyar sus respectivas propuestas y, cuando las razones faltan, el debate está fuera de lugar.

(*) Victoria Camps es catedrática de Filosofía moral y política de la Universidad Autónoma de Barcelona y presidenta del Comité de Bioética de España. En 2012 ha obtenido el Premio Nacional de Ensayo por El gobierno de las emociones (Herder, 2011), su última obra publicada.
5 Comments
  1. fatelpho says

    Lo que no entiendo es que usted dé por sentado que el sistema de financiación es injusto para Cataluña. Yo puedo decir que es justo y ser tan cierto cómo lo que usted dice. Y dado que no hay manera de ponerse de acuerdo, el ente está al mismo tiempo en dos estados por lo que no puede ser un argumento para defender su tesis. Solo nos queda el romanticismo, ese invento alemán contra la Ilustración. Si lo unimos a la poca perspicacia histórica de la burocracia española, tenemos los lodos actuales. Resultado: tenemos un montón de personas que piensan que algo es cierto y, como todos sabemos, que ha acabado por ser algo real. De nuevo, volvemos a la verdad: porque la situación actual es real pero no verdadera. Y como usted no quiere denunciar la falta de verdad, reparte la razón entre todos y tenemos otro artículo decepcionante.

  2. ramon says

    Una valiente apuesta por el federalismo de izquierdas en los tiempos que corren y una clarificadora y desapasionada exposición sobre las posturas de las partes en conflicto. Deberían tomar ejemplo estos pájaros de mal agüero que se creen en posesión de la verdad.

  3. Dante says

    Desde el respeto y la admiración que siento por usted, niego que exista un régimen fiscal injusto para Cataluña. Según los datos oficiales Cataluña tiene un 2,6% más de inversión del Estado que la media del resto de Comunidades. El independentismo ha crecido a medida que ha ido aumentando transferencias y competencias. Parece difícil pensar que con una financiación más «justa» vaya a dejar de crecer el descontento. En el fondo lo que parece es que el movimiento independentista lo que quiere no es la independencia del resto de España sino tener privilegios y tener un trato diferenciado.

  4. Tomás Valladolid Bueno says

    Sra. Camps, ¿cómo dice que nadie se ha atrevido nunca a discutir el privigelio fiscal que gozan en El País Vasco y Navarra? No le voy a decir el partido, solo la persona. Se trata de alguien que es catedrático como usted y de lo mismo que usted: el Sr. Aurelio Arteta. Gracias y un cordial saludo.

  5. tomasvalladolid59 says

    Sra. Camps, ¿por qué dice que nadie se atrevido nunca a discutir el privilegio fiscal que gozan en El País Vasco y Navarra? Eso no es así. Hay alguien que es catedrático como usted, de la misma especialidad que usted, y lo ha discutido no sólo como intelectual, sino además como candidato de UPD por Navarra. Gracias y Felicidades por el Premio Nacional.

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