El libro retrocede

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En los últimos años, abril y su día del libro parecen inaugurar un tiempo en que la sociedad institucional y mediática concede graciosamente un espacio al libro, en general, como fetiche al que conviene exaltar, para que siga derramando sobre sus invocadores los bienes y valores de una cultura que  marginan con ignorante desprecio, o liquidan conscientemente por inanición. En realidad, lo que parece más cierto es que estos días del libro y sus ferias consecuentes se confirman como parque temático en que los escritores en candelero, o más propiamente fatuos y famosos, ejercen de sumos sacerdotes entre una feligresía embelesada, que jamás llegará a comprender que los buenos libros y la lectura auténtica enseñan, sobre todo, a discernir a sus lectores por sí mismos y a distinguir que son esos mismos lectores, no los autores, los que, al final, determinarán el destino definitivo de libros y escritores. Incluso en una sociedad progresivamente virtualizada, donde el valor supremo supone la consecución de unos instantes de fulgor mediático, antes del usar y tirar inevitables, se producirá inexorablemente una despiadada selección en la que el amargo olvido respetará sólo a unos pocos. Por efecto de la lectura, prevalecerán junto a otros rescatados de las brumas del tiempo y la marginación interesada de lo que, con aguda anticipación, denominó Pedro Salinas, en El Defensor, “la ligereza pensante que suele ser señora de esta sociedad moderna”. Porque si, como querían los clásicos, los libros tienen su propio destino, éste depende en todo caso de la comprensión e inteligencia de los mejores lectores.

No es nada nuevo. Hace dos mil años, Horacio ya había observado y enunciado el efímero paso de tantas escrituras dolosamente encumbradas y el redescubrimiento de las mejores palabras, una vez atrapadas por el gran invento del libro: “Muchas palabras que han caído en desuso renacerán, y desaparecerán otras que ahora ocupan un puesto de honor”. Pero qué hay detrás del brillo y las vanidades inconfesables de las cada vez más numerosas legiones de escritores, ansiosos y a la caza de los escasos, contados lectores; cuál es la verdadera situación del sector del libro como industria cultural que permite el eco de su despliegue. Si atendemos a las últimas estadísticas, la seria preocupación se impone, aunque el pesimismo puede aumentar si bajamos al terreno de lo concreto en toda la cadena que hace posible el todavía prestigioso producto “libro” en soporte de papel, al lado o frente al incipiente libro electrónico; sobre todo si hacemos un recorrido por el desmantelamiento de las artes gráficas y sus imprentas, del cierre numeroso de pequeñas, medianas y grandes librerías, o la desaparición y concentración drástica de las distribuidoras, por ejemplo. El dato más llamativo de las últimas estadísticas que ofrece el Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros de 2012, realizado por la Federación de Gremios de Editores de España, es el que asegura que los lectores aumentan, pero caen las ventas de libros; de modo que fijan hasta en un 63% el porcentaje de lectores que leen libros en España, desplazando al alza el viejo y tantos años inamovible dato, y el convencimiento profesional, de  que aquí la mitad o más de la mitad de la población total no leía jamás un libro, proporción bastante verosímil para la idiosincrasia del país. Aunque lo verdaderamente novedoso, sorprendente y esperanzador, según la fuente citada, es que cerca del 85% de los niños de entre 10 y 13 años lee libros en su tiempo libre.

No está claro si este aumento de la lectura está relacionado directamente con la crisis y el paro, que dejarían un tiempo libre que aquella podría contribuir a llenar y entretener, o más bien estaría relacionado con la necesidad y busca de información y preparación (sobre todo de medios electrónicos y digitales) con vistas a salidas laborales, etc. El caso evidente es que mientras la lectura sube, la venta de libros baja. Y lo hace ostensiblemente, casi dramáticamente. Hasta un 20% de caída continuada en las ventas a lo largo de los últimos cuatro años, porcentaje que en medios profesionales del libro, a título privado, estiman que es muy superior, y en algunos casos se habla de hasta un 40%. Sea como fuere, el libro en sus distintos soportes retrocede, claramente en el libro de papel; de una manera estancada y confusa en el libro electrónico o digital. Con una particularidad que llama la atención: mientras el libro en soporte de papel retrocede sin paliativos, el libro digital no emerge, ni mucho menos,  con la potencia de un soporte que se supone imparable en la sociedad del presente y, sobre todo, la del inmediato futuro. Los editores no terminan de verlo como un negocio establecido o consolidado y desconfían de la interferencia negativa que el digital está produciendo en el mantenimiento del libro de papel. Quizá para comprender esta actitud basten tan solo unos breves datos: el aumento de lectores en soporte digital no es proporcional al incremento de descargas “legales”. Al contrario, éstas han descendido hasta un 32%, mientras un 64% “baja” los libros gratuitamente, o un 38% asegura que se los prestan amigos o familiares. Y entre los que sí pagan, sólo lo hacen por 4,5 libros de cada diez que leen. O sea, un marco de piratería campante que amenaza seriamente los derechos de autor más elementales y urge un razonable consenso de regulación.

Este panorama no deja de recordarme, como clave de interpretación, la dicotomía que estableció, siempre tan tempranamente, Pedro Salinas, entre “leedores” y “lectores”. Los primeros como mero producto de la alfabetización, la lectura entretenida, los que hojean u ojean esto o aquello como quien mata el tiempo…; el lector para Salinas era otra cosa: “…el que lee por leer, por el puro gusto de leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas, lo mismo que se quedaría con la amada (…). Ningún ánimo, en él, de sacar de lo que está leyendo ganancia material, ascensos, dineros, noticias concretas que le aúpen en la social escala, nada que esté más allá del libro mismo y de su mundo”. Es este lector y su mundo, y su pura y fascinante cultura, los que se pierden y caen con el retroceso del libro. Una potente muralla que se agrieta frente a la rampante estupidez, zafiedad y grosera impunidad con que también degenera nuestra cultura.

(*) Agustín García Simón. Escritor y editor. Su última obra publicada es Retrato de un hombre libre (Renacimiento, 2012).
3 Comments
  1. Runaway says

    Hace como cosa de tres años que no compro libros en papel. Más o menos ese es el periodo que no visito la biblioteca pública ni saco de ella ningún libro para leer. Tenía lecturas atrasadas de los que habia comprado y cuando los leí, me hice un un ereader. Me pillé uno hace dos años de una empresa española bq, el AVANT con casi mil ebooks de clásicos de dominio público incluidos. Así que tiré de clásicos y de una docena que me bajé de internet.

    Este lector, digamos de segunda generación, ha sido superado por los últimos modelos salidos recientemente, mucho más rápidos, con mejor nitidez, con más prestaciones, luz incorporada para lecturas nocturnas, etc…Como la pantalla del mío se han salido unas línea verticales que molesta la lectura, ultimamente a menudo se quedaba bloqueado y la garantía ya pasó, me decidí por adquirír uno de los nuevos modelos, ya que los precios han bajado y el otro me costaba más repararlo que comprar otro nuevo.

    Me decidí por el bq Cervantes Touch Light, que es el mismo que el FNAC Touch Plus. buenos, bonitos, con buenos diseños y complementos elegantes, con muchas prestaciones, wifi y baratos, tienen un servicio potsventa muy bueno, además de un servicio técnico, un foro de, un canal de tv de tutoriales y ayuda. Y su propia editorial de ebooks, LUARNA y NUBICO, y la propia tienda online FNAC para el suyo.

    Los Kindles, aunque me gustan los últimos modelos no tienes libertad. Todo los complementos, ebooks los tienes que comprar en su tienda de Amazon, y no permiten leer ciertos archivos como el epub. Es como un monopolio.

    Me gustaron los lectores de Sony, pero son los más caros, creo que por la marca. Por indénticas funciones y prestaciones tienes ereades más baratos de otras márcas. Además, igual que los Kindles, no te permiten ciertas funciones. Cambian de modelo pero sólo el exterior, las prestaciones casi mantiene las mismas que sus modelos anteriores.

  2. Runaway says

    La opción de comprar un ereader para leer libros es una cuestión de espacio y movilidad: mi casa es pequeña y no sé donde meter ya más libros y si por ejemplo, cuando hice Camino de Santiago hubiera tenido un lector, me hubiera ahorrado peso de tres libros en la mochila, ya de por sí sobrecargada.

    Pero oigo a mucha gente decir muchas tonterías respecto a ésto: que si el libro de papel es mejor, que si la vista, que si el tacto, que si el pasar las páginas con el dedo, , que si el olor, como si un libro de papel se pudiera comer un uno digital no.

    Ovidan que lo importante es el CONTENIDO, no el continente. Una cosa es el fetiche que se tiene con el libro en papel, que nos puede gustar más y podemos tenerle cariño al objeto, pero el formato digital tiene muchisimas ventajas que el libro de papel no tiene, y éste, por mucho que adelante la tecnología nunca va a desaparecer, aunque cada vez de adquieran menos.

    Otra cosa es cuestión de gustos pero parece que todo avance resulta negativo porque no cuadra con la estructura mental que tenemos preconcebida.

    Y como en cuestión de gustos cada cual tiene los suyos, yo también tengo los míos: para leer ebooks mejor un eREADERS que TABLETAS. Primero porque la tecnología de la tinta electrónica de los ereades no cansa la vista como las tablets, y segundo la imposibilidad de éstas para leer en los lugares de mucha luz. Es imposible leer conuna tableta en la playa.

    Además, y ésto es muy importante, a mí cuando me pongo a leer un libro me gusta aislarme para estar concentrado en lo que leo. Es muy molesto que te estén interrumpiendo con mensajitos del wasapp, facebook u otras redes sociales, correos y navegación por la web. Creo que el que se compra una tableta para leer no es un verdadero lector, serían «leedores» como diría Salinas. Como dice el escritor Javier Marías, «estamos viviendo una especie de enorgullecimiento de la ignorancia, de la bruticie». Sólo hay que dar un repaso a lo que más se comenta, y la forma en que lo hacen la mayoría en las redes sociales.

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