¿Por qué lo llaman «reforma» cuando quieren decir «liquidación» del Estado de Bienestar?

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Francisco Serra

Fátima Báñez en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros del pasado día 13, donde anunció la aprobación del proyecto de ley de reforma de las pensiones. / lamoncloa.gob.es
Fátima Báñez en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros del pasado día 13, donde anunció la aprobación del proyecto de ley de reforma de las pensiones. / lamoncloa.gob.es

Hace unos días, un profesor de Derecho Constitucional estaba sentado en una terraza, leyendo un periódico, cuando sorprendió una conversación en la mesa de al lado. Dos chicas, en la veintena, comentaban  las ventajas de irse al extranjero, por una temporada, en plan au pair. En los años setenta, la primera vez que el profesor estuvo en Londres, conoció a varias muchachas que habían pasado algún tiempo cuidando niños en casas de familias inglesas para aprender bien la lengua. Una de ellas incluso llegó a casarse, tras permanecer un tiempo en la capital del Reino Unido con un irlandés, y vivió con él una intensísima historia de amor, de la que nacieron dos hijos; ni siquiera la muerte de él, al poco de cumplir la cincuentena,  había llegado a terminar con una pasión tan poderosa, pues, al parecer, muchas noches, cuando la viuda estaba acostada, en la oscuridad, su marido acudía a consolarla desde el otro mundo.

“Yo sé leer bastante bien en otros idiomas, pero a la hora de hablar no paso de un “inglés de Botella” y un “francés de risa”, le comentaba la una a la otra, entre carcajadas.

Algo turbado, por descubrirse a sí mismo prestando atención a un diálogo entre personas desconocidas, el profesor decidió enfrascarse en la lectura del diario y descubrió que, en esta ocasión, llevaba en su parte central un cuadernillo a todo color dedicado a los “cirujanos de vehículos”. Después de leer por encima algunos de los artículos, comprendió que se trataba de un suplemento sobre los “desguaces” y que debían ser las empresas de ese sector las que lo habían pagado para hacer publicidad de su negocio (también en crisis, por supuesto).

Estamos presos, pensó el profesor, de un empleo del lenguaje que pretende, por medio de eufemismos, disimular la verdadera naturaleza de las cosas. La deformación de las palabras, a la que nos han acostumbrado nuestros políticos, se ha trasladado a todos los ámbitos y ya no nos extraña la utilización de términos que enturbian más que aclaran el sentido de la realidad.

En el mismo ejemplar aparecían varios comentarios sobre la “mejora” de las pensiones, que en teoría iban a ser “modificadas” por el gobierno para poder mantener la viabilidad del sistema por  tiempo indefinido. No se trata del único caso en que la llamada “agenda reformista” del Partido Popular, tan alabada por los organismos económicos internacionales y la canciller alemana, no significa más que “liquidación” creciente del Estado de Bienestar.

El profesor aún recordaba que un par de años antes él mismo había escrito un artículo sobre la “reforma de la Constitución” y al buscar en Google si había tenido repercusión descubrió que solo aparecía recogido por la web de una empresa dedicada a demoliciones. Una vez terminado el boom del ladrillo, en España “reforma” se ha convertido en sinónimo de “demolición” y nuestros “cirujanos sociales” lo que están emprendiendo, de hecho, es un rápido “desguace” de las instituciones y servicios públicos que tanto nos había costado poner en pie.

Tal vez por esa perversión en el empleo de las palabras, el gobierno se resiste a cualquier “reforma” de la Constitución que pueda propiciar una solución al “problema catalán”, cuando, sin decirlo, con su manera de actuar está llevando a cabo una verdadera “liquidación” del sistema de protección social establecido en la norma suprema.

Por la vía, pensada para supuestos anómalos, casi excepcionales, del Decreto-Ley, buscando evitar debates en el Parlamento que pueden ser molestos (incluso contando con una mayoría absoluta abrumadora) y aprovechándose del retraso acumulado por el Tribunal Constitucional en la resolución de los recursos presentados, el gobierno del Partido Popular está contraviniendo y alterando de manera sustancial, mediante “cambios no formales” (“mutaciones”, en la terminología jurídico-política) el verdadero significado de la Constitución que, en su artículo primero, proclamaba, de un modo que hoy parece casi irónico, a España como “Estado social y democrático de Derecho”.

Cuando el profesor fue a recoger a su hija, a la salida del colegio estaban repartiendo gratis cromos y álbumes de una colección con simpáticos personajes que habitaban en un cubo de basura. “Ah, ¡qué bien!”, gritó de alegría la niña, “son los basurillas”. El padre, que solo había conseguido en toda su vida concluir la serie de Vida y color, después de varios años cambiando y recambiando las pequeñas láminas con sus compañeros de clase, comprendió en un instante que el mundo se ha modificado mucho en apenas unos años: donde antes había colecciones dedicadas a conocer la variedad de la naturaleza, hoy solo había personajes monstruosos (los de las cartas Invizimal del año anterior) y criaturas, bien simpáticas de apariencia, todo hay que decirlo, que se revuelcan en la porquería.

Donde antes había Constitución y derechos sociales, hoy solo hay beneficencia y trabajo precario (y cuando el texto de la norma ha permanecido casi idéntico, como en el caso de España, se hace más patente esta transformación: se le han añadido algunas palabras, pero se han suprimido, a cambio, sin explicitarlo de modo “formal”, muchísimas prestaciones). Aún sorprende, a pesar de todo, el sentido del humor de los jóvenes, que se ven obligados a sobrevivir, desperdiciados, en este mundo desechable.

3 Comments
  1. Concha says

    Muchas gracias profesor por tan lúcido artículo Ojalá sirva para que, sin perder el sentido del humor, nuestros jóvenes se comprometan con su presente y luchen ahora por su futuro.

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