Quinientos años de Maquiavelo

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Agustín_García_SimónEn un país como España ya no sorprende casi nada por aberrante que sea. En materia política, porque quizá sea, de las naciones de Occidente, una de las que han asumido con más entusiasmo y estragos lo políticamente correcto, es decir, una forma de pensamiento totalitario, impuesto sin necesidad de correajes y pistolas. En lo cultural, porque la impostura y el barniz oropelado han invadido con extraordinaria eficacia los centros y medios de poder, capaces de crear opinión, segregando la tradición cultural y la autenticidad creativas, sin renunciar a dirigir conciencias, o controlarlas sin más, so capa de una tan supuesta como falsa superioridad moral. El marco de este planteamiento acota una sociedad descompuesta por la corrupción, la desvertebración cívica y la ruina de un Estado acomplejado e inerme ante los particularismos tribales de los nacionalismos y la degeneración partitocrática. Un reflejo vivo y poderoso del fracaso rotundo de la constitución y consolidación de un Estado contemporáneo de ciudadanos, propio de las repúblicas democráticas que en Europa y América nacieron y se desarrollaron en torno y después de 1789.

Aunque sólo fuera por analogía en el tiempo, parece lógico que una figura cimera del pensamiento universal como Maquiavelo (1469-1527) tuviera una necesaria revisión, seguramente fecunda para el momento encanallado que vivimos en España, para este tiempo de infamia. Al fin y al cabo, más allá de su talento extraordinario y su condición de pionero y fundador de la ciencia política moderna, Maquiavelo no hizo otra cosa que mostrar con valentía y riesgo las lacras de la sociedad de su tiempo. Al despojarse de toda hipocresía, adujo con rigor lacerante la mentira y podredumbre de la Italia del Quinientos e hizo de la observación empírica la base de la teoría política que todavía nos alumbra. Hace ahora quinientos años exactamente que Maquiavelo escribía su obra más famosa, El Príncipe, pero aquí andan tan sobrados que apenas algunos raros y despistados le han dedicado su más que merecido recuerdo en algunos sueltos.

En efecto, en carta de 10 de diciembre de 1513, Nicolás Maquiavelo escribió a Francisco Vettori, Embajador florentino cerca del papa León X: “Y como dice Dante que no hay ciencia sin el retener lo que se ha entendido, he anotado todo aquello de que por la conversación con ellos (los libros) he hecho capital, y he compuesto un opúsculo De principatibus, donde profundizo todo lo que puedo en las meditaciones sobre este tema, disputando qué es principado, de cuáles especies son, cómo se adquieren, cómo se mantienen, por qué se pierden. Y si alguna vez os agradó alguno de mis garabatos, éste no debería desagradaros; y para un príncipe, y especialmente un príncipe nuevo, debería resultarle aceptable, por eso lo encamino hacia la magnificencia de Juliano (de Medici)”. Dedicatoria que Maquiavelo no pudo llevar a cabo por la muerte de Juliano en 1516, sucedido por Lorenzo, a quien finalmente se lo dedicó. El Príncipe, sin embargo no se publicó hasta 1531, de manera póstuma, como los Discursos sobre la primera década de Tito Libio (1532), verdadero sustrato teórico del primero, y complemento fundamental de su lectura, por lo demás apasionante.

Pero el contexto de estos dos grandes libros, y aun del tercero, que cierra la gran trinidad maquiavélica, Arte de la guerra (1521), merece siquiera un breve comentario. Maquiavelo redactó El Príncipe de un tirón entre agosto y diciembre de 1513, abandonando la redacción de los Discursos ya bien entrada. Lo hizo en el exilio forzoso, no muy lejos de Florencia, a que le condujo la vuelta de los Medici tras la caída de la República en 1512. Despojado de todos sus cargos y secretariados, mediante los que había intervenido de primera mano en la diplomacia y en la organización y dirección de la milicia defensora de la República, más allá de los poco fiables mercenarios, se vio obligado a un ocio reflexivo que teorizó brillantemente su experiencia y sus preocupaciones de ciudadano. El Príncipe fue como una necesidad impulsiva ante el panorama catastrófico de una Italia disputada y despojada por la guerra entre Francia y España, y el estrujamiento y división del país propiciado por la Iglesia. Con su Príncipe, Maquiavelo quiso contribuir, acelerándola, a la constitución del Estado moderno; un Estado sobre todo nuevo que, sin embargo, se mirara en el espejo de los mejores momentos de la República romana y recuperara la virtud y fortaleza de la política antigua, en una renovada unidad política italiana.

Maquiavelo necesitaba razonar el Estado como una cuestión vital. Se lo expresó por carta al citado Vettori como una declaración de principios: “…porque la fortuna ha hecho que, no sabiendo razonar ni del arte de la seda ni del arte de la lana, ni de ganancias ni de pérdidas, deba razonar sobre el Estado, y me resulta necesario o hacer propósito de callarme o razonar sobre ello”. Al hacerlo, al tratar de racionalizar la teoría política, partiendo de los fundamentos históricos, se encontró con que la virtud, la capacidad humana constante y fortalecida en un empeño determinado, puede impedir muchos de los daños que la fortuna, ciega y caprichosa, infiere a los hombres; pero también que la naturaleza y voluntad humanas son imprevisibles por la maldad, la ambición, la envidia, el odio…, aspectos fundamentales sobre los que el Príncipe, el Estado, la República, cualquier poder seriamente instituido, deben prever hasta la más extrema de las situaciones. A partir de ahí, el político debe preservar el bien, pero no tiene que dudar a la hora de reprimir el mal, si quiere conservar el poder y el Estado.

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Edición de 1550 de 'El Príncipe', de Nicolás Maquiavelo. / Wikipedia

Maquiavelo, grande entre los grandes; odiado y vilipendiado secularmente por las gentes de orden y las gentes de desorden, entre los primeros muy especialmente por la Iglesia, a la que puso en su justo sitio abogando por primera vez por su separación del Estado. Yo me quedo con su autorretrato moral, también expreso en carta a Vettori: “Y de mi lealtad no debería haber duda, porque yo, que siempre he mantenido mi palabra, no voy a aprender ahora a romperla, y quien ha sido fiel y bueno por cuarenta y tres años, como yo tengo, no debe poder cambiar de naturaleza, y de la lealtad y bondad mías da testimonio mi pobreza”. Se dice que poco antes de morir, Maquiavelo tuvo un sueño: iba caminando y se encontró con una turba de pobres y menesterosos que le dijeron que eran bienaventurados, y que ya estaban felices en el cielo. Un poco más adelante, se encontró con otro grupo, mucho más distendido, departiendo y conversando amigablemente, entre los que le pareció conocer a Platón y a Tácito, que le dijeron que estaban en el infierno, porque ya se sabe que la sabiduría humana va contra Dios. Maquiavelo, comentando el sueño con sus amigos, les dijo que prefería estar con estos últimos. ¡Cómo me gustaría, a mí también, ir al infierno con todos estos!

(*) Agustín García Simón. Escritor y editor.
4 Comments
  1. perniculás says

    Pues al infierno!

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