Imprescindible Orwell

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Agustín_García_SimónLa publicación reciente de una amplia selección de artículos y ensayos de George Orwell (Ensayos, Barcelona, Debate, 2013) nos devuelve al primer plano a uno de los escritores fundamentales para entender el más violento y atroz de los siglos en la historia de humanidad: el siglo XX. Se trata de una extensa compilación, eminentemente periodística, comprendida entre los años 1928 y 1949, un año antes de su muerte a los cuarenta y siete años. No obstante el correcto prólogo de Irene Lozano, se echa en falta en esta edición un necesario prefacio iluminador de lo que estos ensayos suponen como complemento para la comprensión de la trayectoria vital del autor y, sobre todo, de sus obras más importantes. En ellos están, desde luego, sus preocupaciones políticas y literarias esenciales, su busca convencida de la verdad, como ciudadano consciente, debelador de la mentira que encierra como instrumento de opresión y tiranía la ideología transformada en ortodoxia. Y por supuesto, están también los recuerdos de una vida tan intensa y esclarecedora como corta que, junto a su obsesiva actitud de independencia frente a la intelligentsia, pueden resumir los dos conceptos con que titula una de sus charlas en 1941: “Literatura y totalitarismo”.

Cuando Hannah Arendt comenzó a escribir  su monumental Los orígenes del totalitarismo (1951), aprovechando el fin de la pesadilla de la II Guerra Mundial, George Orwell ya había plasmado con mordacidad literaria su primera idea del fenómeno en una fábula satírica sobre la revolución soviética y la consolidación del totalitarismo comunista con Stalin: Rebelión en la granja (1945). Un libro que, más allá de su indudable fuerza y eficacia políticas, como prueba la resistencia que opusieron a su edición y divulgación muy distintos y antagónicos sectores ideológicos, tuvo un incuestionable mérito literario. Owell sintió verdadera satisfacción de comprobarlo al saber, por boca de muchos de sus amigos, que aquel aparente cuento de animales les había encantado a sus hijos. El asunto no es menor, dada la obsesión que le acompañó toda su vida por unir su lucha contra la mentira y  flagrante manipulación políticas con el arte de la expresión literaria: “Rebelión en la granja fue el primer libro en el que intenté, con conciencia plena de lo que estaba haciendo, fundir la intención política y el propósito artístico”, escribió en el artículo titulado “Por qué escribo” (1946).

Pero tuvo tiempo todavía para afinar y rematar la imagen y funcionamiento del nuevo signo de los tiempos, el fenómeno inédito hasta entonces en la historia que impregnaría con ofuscación patológica a la mayor parte de los intelectuales del siglo y arrastraría a las masas al delirio de la destrucción y la ruina de millones de seres humanos: el totalitarismo, el Estado totalitario, la degeneración monstruosa de los regímenes comunista y nazi-fascista que, en palabras del propio Orwell “ha abolido la libertad de pensamiento hasta unos límites inauditos en cualquier época anterior. Y es importante que comprendamos que este control de pensamiento no es sólo de signo negativo, sino también positivo: no sólo nos prohíbe expresar -e incluso tener- ciertos pensamientos; también nos dicta lo que debemos pensar, crea una ideología para nosotros, trata de gobernar nuestra vida emocional al tiempo que establece un código de conducta. Y, en la medida de lo posible, nos aísla del mundo exterior, nos encierra en un universo artificial en el que carecemos de criterios con los que comparar. El Estado totalitario trata, en todo caso, de controlar los pensamientos y emociones de sus súbditos al menos del modo tan absoluto como controla sus acciones”. Su novela última, 1984 (1949), es el desarrollo minucioso y terrible de este enunciado, cuyos ecos, con toda la degeneración grotesca que se quiera, con toda su estupidez esquemática y su banalidad del mal, siguen vigentes en muchas partes de nuestro mundo actual, y en no pocas mentes de los degradados políticos occidentales, ante los que no conviene bajar la guardia, pues, como nos enseñó Primo Levi, lo que ha ocurrido puede volver a ocurrir perfectamente: “Ha sucedido -escribió, después de sobrevivir a Auschwitz, en Los hundidos y los salvados (1986)- y, por consiguiente, puede volver a suceder: esto es la esencia de los que tenemos que decir”.

Orwell_Ensayos_Debate
Cubierta del libro publicado por Debate.

Estas dos novelas, que le dieron fama universal, son consecuencia del convencimiento de Orwell acerca del poder de la literatura como medio para expresar y denunciar con contundencia la apariencia engañosa, el artificio con que la política camufla la realidad; pero no menos importante, son el producto de su paso por nuestra última guerra civil. La experiencia de la guerra de España  en los meses de 1937, donde sufrió un balazo en el cuello con entrada y salida, y estuvo a punto de ser asesinado por los comunistas por el simple hecho de ser simpatizante del POUM, el partido “trotskysta” de Adreu Nin, fue decisiva en su descubrimiento del totalitarismo político y en su necesidad enardecida de buscar y contar la verdad, como periodista, como escritor, como intelectual, en la acepción primera y honorable de esta última palabra: aquel que con su ejemplo y obra de índole intelectiva es capaz de elevarse como conciencia crítica de su tiempo. Su Homenaje a Cataluña, seguramente su obra más conseguida (sigue siendo una buena edición la de Tusquets (2003): Orwell en España. Homenaje a Cataluña y otros escritos sobre la guerra civil española), es la mejor guía para comprender la profunda transformación del Orwell antifascista convencional, del expolicía al servicio del imperio británico en Birmania con prurito de redención y ansias de solidaridad universal, que llega a Barcelona en la navidad de 1936 para combatir al fascismo con ilusión ardorosa; y el Orwell que sale al año siguiente por Port-Bou con la seguridad apesadumbrada de que, como el dios Jano, el monstruo tiene dos caras, y que a la revolución se le oponen tanto el fascismo como el estalinismo, a los que debe combatir igualmente. Diez años después escribiría: “La guerra de España y otros sucesos de 1936-1937 cambiaron la escala de valores y me permitieron ver las cosas con  mayor claridad. Cada renglón que he escrito en serio desde 1936 lo he creado, directa o indirectamente, en contra del totalitarismo y a favor del socialismo democrático, tal como yo lo entiendo”.

Este hombre siempre incómodo, controvertido y amigo de la verdad volteriana (“lo que se enuncia tal como es”) sigue siendo imprescindible en el bagaje de cualquier espíritu libre, de cualquiera que piense como principio que la libertad no es negociable, y que, como quería nuestro Cervantes, por conservarla merece la pena poner en juego la vida. De aquellos, en fin, que hacen suyo el verso de Milton que tanto gustaba citar el propio Orwell: “Por las leyes conocidas de la antigua libertad”.

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