El Consenso: 1977-2014

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Hugo Martínez Abarca *

Hugo-Martínez-AbarcaSe escenificaban disputas irreconciliables. Suárez era un tahúr del Mississippi. Año y medio después de aprobarse la Constitución de 1978 Felipe González le ponía una moción de censura. Otro medio año después los poderes del Estado (abanderados por el rey) forzaban su dimisión. En los entierros de víctimas de atentados le silbaban los fascistas inadaptados por una supuesta tibieza con la variedad de grupos terroristas del momento… Uno revisa la política de entonces y le parece raro que de lo que se hable sea de consenso y se reivindique aquella concordia como ejemplo para hoy.

El “consenso” es un relato que parte de la realidad. En el fondo, el consenso que hubo entonces fue el mismo que ahora. Y la escenificación era muy parecida. También hoy se fingen durísimos enfrentamientos acompañados de un acuerdo en las cuestiones fundamentales. Quienes escenifican un enfrentamiento feroz son capaces de entenderse hoy, como entonces, para constitucionalizar el cauce por el que transcurra la política económica, para la política exterior y para el mantenimiento del marco institucional general. No hay disidencia entre los grandes partidos del régimen.

Hoy se ponen de acuerdo en cambiar el artículo 135 de la Constitución, en aprobar la ley de estabilidad presupuestaria, ponen en marcha un diálogo social opuesto al otoño caliente que se anuncia cada año más o menos cuando empieza la navidad en El Corte Inglés, mantenerse unidos sin disimular en los sitios claves (Euskadi, Navarra) ya sea manteniendo a la cleptomanía opusina en el poder o gobernando mediante ilegalizaciones... Para lo importante hay consenso mientras se dicen de todo. Como entonces.

Acaso haya dos diferencias con aquella época.

En primer lugar, que entonces el consenso era más compartido. Qué diferencia entre esa Constitución de 1978 aprobada por casi todos y la votación del artículo 135 de la Constitución en la que el consenso fue sólo de PP y PSOE y la pobre CiU, que quiso votar a favor pero se lo impidió la inteligencia del único diputado de IU entonces, Gaspar Llamazares. Puede que tenga que ver el chantaje al que en 1977 Suárez sometió a los partidos que quisieran la legalidad: renunciar al ADN republicano. Hecha una renuncia tan identitaria, no es difícil renunciar a mucho más. Así, el PCE tragó mucho y quienes no tragaron fueron excluidos de la fiesta: los partidos republicanos que no renunciasen a serlo no fueron legalizados hasta más tarde y a las elecciones que fueron constituyentes no pudieron acudir partidos como Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña. Es decir, que el consenso se logró también a base de chantajes ilegítimos y antidemocráticos contra la oposición a la dictadura. Nada idílico por parte de los herederos de ésta. Hoy cabe disentir, cabe no apuntarse al consenso sin que te borren del mapa. Es una ventaja para la democracia y un obstáculo para el consenso.

Otra diferencia, fundamental, es que entonces tal consenso se fraguó en torno a un cambio mientras que ahora esos consensos del bipartidismo son puro inmovilismo: son el enroque para intentar evitar todo cambio sustantivo. Sin duda la estrategia de quienes venían del franquismo consistió en minimizar los cambios y, en todo caso, que pasara la pelota pero no el jugador. El caso es que cambios hubo: el régimen del 78 ni es ni pudo haber sido una mera puesta al día del franquismo, felizmente. Ahora las voces más lúcidas del régimen del 78 piden algo parecido: una segunda Transición, reformas constitucionales secundarias que permitan minimizar los cambios inevitables en pleno colapso político, económico e institucional. Nada nos da más miedo a quienes defendemos un proceso constituyente rupturista, democrático, popular y republicano que esa llamada a la segunda Transición.

Pero el consenso ahora no lo dirigen quienes más capacidad de adaptación tienen sino el búnker del 78. Y felizmente la oposición rupturista, lejos de estar siendo arrinconada por nuestras propias organizaciones, está sirviéndose de buena parte de éstas para organizar con otros la ruptura. El sábado 22 de marzo, víspera de la muerte de Suárez, quedó claro.

Consenso hay, a un modo parecido al del 78. Lo que hay es un consenso mucho menos inteligente, con menos capacidad de chantaje contra los demócratas y mucho más contestado. Pero no se trata de las élites políticas de los partidos que mandan: quienes rompen el consenso están abajo. Por fin parece que hacemos caso a aquella consigna tan peligrosa: habla, pueblo, habla.

 (*) Hugo Martínez Abarca es miembro del Consejo Político Federal de IU y autor del blog Quien mucho abarca.
3 Comments
  1. Desconfiado says

    En un diario del sur,hoy, ciertos andaluces «anti» afirman que en el asunto de Cataluña lo mejor es «ser español de pura casta y arrasar y masacrar al que no quiera estar conmigo»(sic). Es evidente que estos cavernícolas se definen a si mismos con su forma de expresarse. Su opinión, como la de tantos como ellos, refuerza la reivindicación catalana y avivan su lógico victimismo. La cerrazón de unos se compensa,por fortuna, con el buen sentido de otros muchos. La España que, por ejemplo, quería el valiente y audaz Adolfo Suarez era la de la convivencia; el diálogo entre todos para cambiar lo necesario sin que se apelen a recursos guerracivilistas; el consenso democrático y la justicia social.El mejor elogio a su figura es, pues, que aprendamos de su mensaje.
    Distingamos también que la política es una cosa y la ideología es otra. El ultranacionalismo es tan nocivo sea catalán o españolista, anticatalán o antiespañolista.¡A ver cuando, acá y acullá, nos decidimos de una vez “en esta aldea global” a ser ciudadanos universales, pacificos y solidarios!.

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