Las matanzas de Gaza y la farsa del proceso de paz de Oslo

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Jesús Cuadrado *

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Mapa con los territorios palestinos ocupados. / Wikipedia

El holocausto judío no puede servir más de coartada para justificar el bombardeo de escuelas de la ONU repletas de familias indefensas en Gaza. Las casi dos mil víctimas palestinas, cientos de ellas niños, y las más de ciento cincuenta israelíes, no podrán ser explicadas, honradamente, recurriendo de nuevo al viejo argumento de identificar cualquier crítica al Estado de Israel con antisemitismo. ¡Basta ya!

Quienes pilotan el Estado de Israel han convertido en normalidad la práctica de crímenes de guerra, obvios, que, de forma planificada, se están convirtiendo en el equivalente moral de un genocidio, y sin reacción internacional ¿Cómo lo logran? Lo explicaba bien el historiador judío Tony Judt: "Como Estado, Israel –bajo mi punto de vista, irresponsablemente- explota los temores de sus propios ciudadanos. Al mismo tiempo, explota los temores, recuerdos y responsabilidades de otros Estados. Pero, al hacerlo, se arriesga a liquidar ese mismo capital moral que le permitió ejercer dicha explotación en primera instancia". Pero, siglos de terrible persecución de los judíos, sangrientos pogroms en todo el mundo, expulsiones masivas, o el genocidio del holocausto durante la Segunda Guerra Mundial, con seis millones de víctimas, no pueden servirles a los Sharon y Netanyahu para imponer un apartheid del siglo XXI en Oriente Próximo.

Una falacia tan evidente no podría funcionar durante tanto tiempo, y tantas matanzas, sin la existencia de un poder tan bien organizado como el 'lobby israelí'. Dos prestigiosos catedráticos de Política Internacional en las universidades de Harvard y Chicago, Stephen Walt y John Mearsheimer, en un excelente estudio, El lobby israelí, analizan cómo este grupo de presión condiciona absolutamente la política exterior de EEUU en Oriente Medio. Lo consiguen con el arma más poderosa, la imagen impresionante, demoledora, de Auschwitz al servicio del anacronismo de un Estado con dominio exclusivo judío y basado en un proceso de limpieza étnica a gran escala.

Crean una opinión pública, a partir del simplismo "quién critica al Estado de Israel es un antisemita", con el soporte de medios de comunicación, cine, universidades, influyentes think tanks y, sobre todo, la actividad política, en la que son invencibles, con republicanos y con demócratas. Que se lo pregunten a Javier Bardem o al mismísimo Jimmy Carter, por escribir el libro Palestina: Paz, no apartheid. ¿Cómo es posible que la mayoría de la opinión pública estadounidense apruebe los bombardeos de las escuelas, que 'compre' el simplismo moral de justificarlo por las acciones de Hamás, sin duda criminales, como muestran las encuestas? Una hazaña más del lobby judío y su catalogo de vacunas contra los crímenes de guerra televisados: que Israel es un pequeño Estado rodeado de terroristas, que es la única democracia de la zona, que se trata del pueblo que más ha sufrido a lo largo de la historia, que los palestinos rechazan las ofertas de paz, que la Biblia deja claro que la creación de Israel es la voluntad de Dios o, en definitiva, que es el único país que comparte los valores de EEUU. Y funciona.

Han conseguido que el público estadounidense identifique los intereses de un Estado judío en Oriente Próximo con los de EEUU. Así, se acepta con normalidad una ayuda de más de tres mil millones de dólares, visibles, al año, cuantiosas donaciones privadas para la construcción de los ilegales asentamientos de colonos, asistencia militar imprescindible para financiar proyectos de armas como los aviones Lavi, los tanques Merkava o los misiles Arrow, o los programas clandestinos para lograr sus más de doscientas armas nucleares. Pero, también, lo que muchos sostienen hoy es que este respaldo ya no se puede explicar ni sobre una base estratégica ni sobre una base moral que, de hecho, los objetivos de un Estado basado en la limpieza étnica se ha convertido en el mayor riesgo para la política exterior norteamericana, que son contrarios al interés nacional de EEUU, además de hacer inviable a la larga el propio Estado israelí.

Lo que se pretende es un Estado apartheid en pleno siglo XXI. Edward Said, el gran intelectual palestino, narra en sus memorias, Fuera de lugar, cómo, cuando sabía su muerte próxima, fue a visitar por última vez la casa en la que nació, en Jerusalén occidental, de donde, como él cuenta, "en primavera de 1948 todo mi clan fue desplazado a la fuerza y ha permanecido en el exilio desde entonces". Los nuevos dueños judíos de su hogar familiar no le dejaron entrar, por razones emocionales inexplicables, dice él con generosidad. Mi amigo Ali Atallah, médico anestesista zamorano, es un palestino nacido en Abudifh, población distante apenas tres kilómetros de Jerusalén, donde iba diariamente a estudiar hasta terminar su secundaria. Hoy, su familia, si quiere visitar su querida Jerusalén, debe viajar a Jordania, volver a Palestina y, si superan los humillantes controles israelíes, pueden visitar la ciudad. Sí, la tierra del hogar familiar de mi amigo Ali convertido en un apartheid, como denunciaban Jimmy Carter y Tony Judt.

Lo que se planificó en Oslo fue un Estado Palestino inviable. Se comprende con sólo mirar los mapas de la zona, sus innumerables puntos rojos, asentamientos de colonos israelíes que no paran de crecer. Sorprende que, ante tantas evidencias, nos quieran convencer de lo contrario. Lo que se diseñó en Oslo es un gran Estado de predominio incontestable judío, acompañado de unos islotes palestinos, con sus muros, carreteras, caminos, asentamientos en los mejores terrenos con todos los acuíferos, alambres de espino, áreas separadas, estructuras del ejército israelí por todas partes, controles policiales humillantes, zonas A, B y C, destinadas a una vigilancia carcelaria israelí de eso que llaman el futuro Estado Palestino. Insistir en esa oferta surrealista, como se repetirá ahora en las conversaciones de Egipto, es un insulto a la inteligencia, puro cinismo, por más que participen Estados árabes más pendientes de ayudas económicas y militares que del sufrimiento de los palestinos.

Nadie puede decir con seriedad que, en los territorios de Gaza y Cisjordania, plagados de asentamientos de colonos israelíes armados, achicados con grandes zonas de seguridad controladas por Israel, se pueda construir un Estado; ni como broma. La alternativa de los dos Estados sólo sería posible si, descartada la limpieza étnica masiva que hoy se propone descaradamente, se desmantelan los asentamientos y los palestinos cuentan con los territorios ocupados desde 1967, sin limitaciones, con sus recursos y el control de su propia seguridad. Creo, como Tony Judt y Said, que esa opción ya no es posible. Desde que se inicia el proceso de Oslo en 1993, se ha pasado de ciento veinte mil colonos israelíes en los territorios ocupados a más de trescientos cincuenta mil en 2012, a los que hay que añadir casi doscientos mil en Jerusalén Este. Aún con voluntad política, que no la hay, ¿quién les arranca de allí?

El palestino Edgard Said, el judío Tony Judt, como antes, y fue perseguida por ello, la filósofa judía Hannah Arendt, entre otros muchos, han propuesto un Estado único binacional. Puede parecer a muchos "improbable e indeseable", como anticipaba Judt, pero cómo se puede iniciar un proceso de paz sin abrir un camino de reconciliación, sea en Oriente Próximo, en la ex Yugoslavia o en Sudáfrica. También a Mandela, en sus últimos días en la cárcel, los afrikaners le ofrecieron un doble Estado, como narra en sus memorias. Por supuesto, no aceptó.

Mejor, en cualquier caso, un horizonte de paz real que volver a oír palabras cínicas, tras los crímenes de guerra, como las de 'Bibi' Netanyahu, ya en 1998: "El acuerdo permanente seguirá a las negociaciones sobre la dimensión territorial y sobre la dimensión funcional. La dimensión funcional incluirá las limitaciones…". O como el contenido fraudulento de las negociaciones que con sinceridad describe en sus memorias Madeleine Albright, secretaria de Estado con Clinton. Cháchara que se repetirá ahora, mientras sigue el juego de los cohetes de Hamás y los asesinatos programados e incursiones periódicas de Israel. A la espera de que EEUU comprenda que el lobby israelí es veneno para sus intereses nacionales. O el milagro de ver despertar a Europa.

(*) Jesús Cuadrado es militante y exdiputado del PSOE.

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