El pueblo, unido

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Hugo Martínez Abarca *

Hugo-Martínez-AbarcaHay dos consecuencias inmediatas de las elecciones municipales y autonómicas. En primer lugar, que la crisis de régimen está claramente abierta. Nuestro país sabe, por su historia, lo que significa en términos de régimen el cambio en las grandes ciudades y precisamente en éstas es donde el cambio sobrepasa con mucho las previsiones más optimistas. En segundo lugar, que la fórmula que mejor articula el cambio (y de paso es más lesiva para los partidos del régimen) es la unidad popular entendida como suma de actores rupturistas no contaminados por el compadreo con los protagonistas del saqueo.

Las fórmulas han sido diversas, pero el resultado, contundente. Las candidaturas de unidad popular han sido las que de verdad articularán desde hoy un nuevo poder alternativo a los partidos del régimen. Son fórmulas muy diversas y fruto de mucho trabajo por superar dificultades, pero han sabido conectar con las ansias de cambio y de superación del patriotismo de partido a través de un patriotismo de pueblo. Es difícil cerrar los ojos a la evidencia política y las elecciones del 24M abren dos responsabilidades históricas: la de saber gestionar los resultados en nuestras ciudades y comunidades, pero también la de saber leerlos para que las elecciones generales puedan ser las elecciones que cambien el país. La centralidad ha resultado tener menos que ver con huir de ciertos discursos que con discursos de cambio nítido, y con poner en marcha mecanismos para que la gente se adueñe de las candidaturas del cambio y se sienta reconocida, no necesariamente en el conjunto de una candidatura, sino de una parte que no entrara en contradicciones fundamentales con el proyecto colectivo de cambio.

La unidad popular ha sido articulada por infinidad de personas que no estaban organizadas en partidos políticos, pero también por las personas que sí estaban organizadas en partidos políticos y que apuestan por la ruptura democrática como salida de la crisis política y económica. Eso es traumático, porque la línea que separa a ese rupturismo, como el régimen y sus reformas, no siempre es ajena a los partidos políticos. El ejemplo más evidente de ello es Madrid, donde se ha leído la crisis de IUCM como un debate identitario, o incluso ético, cuando en realidad era político: las posiciones más incomprensibles de su núcleo dirigente y la fractura orgánica son consecuencias de las respuestas antagónicas a la crisis de régimen. Esa línea de fractura ha generado alineamientos federales que evidencian que el debate no es orgánico, ni madrileño, sino político y estratégico. Y lo que ha pasado en Madrid, junto con la virulencia de los apoyos no madrileños, muestra que esa línea de fractura es imposible de obviar en la búsqueda de la unidad popular. Escribía hace un tiempo que 2015 era el año en el que el enfrentamiento entre lo que podíamos definir como carrillismo y anguitismo se tenían que enfrentar, que la convivencia es imposible en un momento de crisis de régimen. Desde luego, es quimérico pensar que es posible la unidad popular para la ruptura democrática simulando que el alma carrillista cabe en un proyecto de transformación que quiera superar el régimen del 78. Madrid no es una isla, sino un espejo en el que se debe mirar quien quiera empujar valiente y generosamente hacia el cambio real de nuestro país: un reto que hace irrelevante la lucha por el cambio en ninguna organización-instrumento por justo y deseable que fuera tal cambio.

En Podemos, la lectura es sin duda mucho más optimista, pero también exige pausa, reflexión, frialdad y gran flexibilidad para responder a la realidad material concreta que dibujan los resultados electorales. Podemos sale mucho más fuerte de las elecciones que cuando empezó la campaña. Está claro que quienes apostaban por Ciudadanos como reemplazo de Podemos han fracasado. Ciudadanos saca un resultado muy notable, pero lejos de las expectativas que hablaban de cuádruple empate y superación de Podemos. Sin embargo, Podemos sí está articulando una posibilidad de cambio, siempre y cuando entendamos que la unidad popular ha tenido en Podemos a un actor principal. Vemos entonces que el cambio que representa Podemos sí está en disposición de disputar el poder y de sustituir al bipartidismo por un conflicto político real.

Hace seis años, cuando Izquierda Unida lanzaba la propuesta de refundación de la izquierda, Pablo Iglesias venía, desde fuera, a decirnos que efectivamente había que trascender a IU, pero también les decía a quienes, como él, estaban fuera de Izquierda Unida, que era ridículo no mirar de frente a la realidad y darse cuenta de que la unidad para transformar el país la tenía que articular la única organización con fuerza para el reto que era, en ese momento, IU. Vale la pena ver hoy aquella intervención de Pablo Iglesias, tan aplaudida por un auditorio fundamentalmente de gente de Izquierda Unida.

Es evidente que la realidad política hoy ha cambiado. Sin entrar en por qué IU dejó de ser la organización capaz de articular el cambio, es evidente que ese papel hoy lo juega Podemos. Eso no es una valoración de las bondades de este Podemos ni las maldades de esta IU, como aquella reflexión de Pablo Iglesias no valoraba en sentido inverso: es una mera constatación de nuestra realidad política concreta hoy. Un análisis de este tipo nos llevó a la gente de Convocatoria por Madrid a acordar con Podemos nuestra participación en sus listas como forma de contribuir con todas nuestras energías al cambio en la Comunidad de Madrid: el acuerdo no respondía al ideal que hubiéramos deseado en abstracto, pero sí a lo que, con todas las dudas y riesgos, concluimos colectivamente que, dentro de las posibilidades reales, era la mejor para lograr el cambio en Madrid, donde el régimen había puesto todas sus energías (empezando por el reemplazo de las principales cabezas electorales en la Comunidad) para impedir su recuperación democrática. No se puede aplaudir que se pida a otros que hagan lo que uno no está dispuesto a entender en su situación.

Quedan unos meses apasionantes hasta las elecciones generales. Sólo hay una posibilidad de que los desaprovechemos: que los corsés (identitarios, organizativos, congresuales…) se impongan a la realidad que nuestro pueblo nos ha puesto delante de los ojos. Toca unidad popular. No va a ser fácil porque exige decisiones no previstas para todos. Toca recoger lo que nos ha dicho nuestro pueblo y poner los mimbres para que sea el pueblo quien tome las riendas del país y para ello de la candidatura para las generales, un pueblo que ha demostrado que huye de todo corsé. Tenemos los mimbres, hay una generación de dirigentes audaces, inteligentes, cultivados y que se han atrevido a tomar decisiones muy difíciles. Sería imperdonable que nos consolemos con cambios parciales. La última vez que las grandes ciudades dieron la señal del cambio, hubo cambio. El mensaje esta vez es clarísimo. Leámoslo.

(*) Hugo Martínez Abarca. Miembro de Convocatoria por Madrid y candidato electo en las elecciones autonómicas por Podemos. Es autor del blog Quien mucho abarca.

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