Las perspectivas económicas globales para 2016 no son muy halagüeñas, pese al optimismo irracional e inconsciente que emana de las fuentes oficiales y que suele calar en un segmento de la población que se lanza a consumir, pensando que lo peor ha pasado.
Es cierto que cada vez son más los economistas e inversores que comienzan a reconocer que el año 2016 puede significar un retroceso económico significativo, motivado una vez más por el desplome de los mercados financieros internacionales, fruto de la enésima burbuja alrededor de ellos. En el mundo se han acumulado unos 1,5 cuatrillones de dólares en instrumentos derivados volátiles que pueden explotar como si de una bomba financiera se tratara, lo que da idea de la magnitud del problema. Esto es un 20% más que en 2008, un flujo enorme que, si tiene lugar un caos financiero, será imposible controlar.
Esta situación será particularmente problemática en áreas tan relevantes como EEUU o América Latina, pero también en China. Por todo ello, España sufrirá de forma notable un enfriamiento súbito que pillará a la población, y a los que nos gobiernen, completamente desarmados. Comenzando por EEUU, la economía estadounidense ha entrado en su séptimo año de expansión desde la crisis de 2008 y 2009, por lo que la probabilidad de entrar en una recesión en 2016 se cuantifica en un 65%, según algunos economistas del Citi. Las señales son principalmente dos. Por un lado, un rápido aplanamiento en la curva del rendimiento de los bonos del Tesoro podría suponer una advertencia clave. En este sentido, la inversión en la curva de los rendimientos en los bonos a 10 años frente a aquellos de menos duración podría llegar antes de lo previsto.
Debemos tener en cuenta que, desde mediados de los 70, la curva entre el rendimiento de los bonos a 10 años y los bonos a 2 años del Tesoro se ha invertido justo antes de que la economía sufriera una recesión. Este fenómeno se ha registrado en las últimas cinco recesiones económicas sufridas por Estados Unidos, de ahí que se considere que el aplanamiento de la curva en los rendimientos del bono a 10 años podría acabar invirtiéndose y ser el aperitivo para una posible contracción de la actividad económica.
Por otro lado, la brusca caída de los precios de las materias primas también anticipa una reducción de la actividad, por más que para España el descenso del precio del crudo sea una buena noticia para consumidores y productores. La crisis sería más fuerte en los países emergentes, porque viven de exportar materias primas. Además, la fortaleza del dólar complicaría las cosas: Los mercados emergentes están muy endeudados en dólares, por lo que tienen más difícil pagar su deuda, algo que afectará especialmente a países como Venezuela, Brasil o Ecuador, pero también Méjico y Canadá.
Con todos estos problemas internacionales, ¿qué fuerzas impulsarían que España pueda caer, de nuevo, en una recesión en 2016? Principalmente preocupan dos elementos. Por un lado, el montante de la deuda pública, que ha alcanzado ya la escalofriante rúbrica de 1,053 billones de euros , un 4% más que el año anterior. Sa composición también implica riesgo, pues más de dos tercios de la deuda está invertida en valores a medio y largo plazo. Adicionalmente la deuda externa ya ha superado el billón de euros, indicando que las Administraciones Públicas, pero también los consumidores han vuelto, aunque tímidamente en el caso del consumidor, a la senda del crecimiento por deuda. Esta acumulación de pasivos es incompatible con un escenario de recuperación sin inflación, lo que está produciendo un efecto cada vez más pernicioso para algunos sectores. Junto a esto, el incumplimiento del dato de déficit público, que terminará en el 5,3%, volverá a pesar a la hora de reducir el gasto público, una vez superadas las elecciones generales.
Otro elemento a destacar es el llamado QE, o expansión monetaria del BCE, que está ayudando a que mantengamos una prima de riesgo tan baja, a pesar de los evidentes riesgos que incorpora la economía española. Pero este programa de compra masiva de bonos se acaba en septiembre de 2016, salvo que se pueda renovar, algo que no se sabe si Alemania o Francia estarán dispuestos a consentir. En ese momento, España estará en la misma situación de 2011-2012, pero con un 15% más de deuda. Por eso, no conviene presumir de que crecemos más que Alemania o Francia, porque parte de ese crecimiento diferencial lo está sufragando el programa de compra de bonos del BCE.
A estos problemas hay que añadir el tremendo agujero que se ha generado en la Seguridad Social, con un déficit crónico de 16.000 mill€/año. La reforma laboral y la fuerte caída de salarios y horas trabajadas ha esquilmado el Fondo de Reserva y amenaza seriamente la salud financiera de la caja única, que únicamente se solventará, al margen de mejorando en calidad y cantidad el empleo, modificando las fuentes de financiación vía impuestos y contribuciones especiales, algo que ya hace Francia.
Siendo estos los factores apremiantes, existen otros de carácter estructural que no han desaparecido y forzarán a la baja el crecimiento, tan pronto el viento de cola afloje o desparezca. Por un lado, el crecimiento potencial español sigue decreciendo, dada la escasa propensión a la innovación y el magro aumento de la productividad y la población. Los factores demográficos siguen presionando a la baja, ya que la natalidad no se recupera y la actividad y la ocupación, tampoco. Las políticas miopes sobre conciliación o atención a la dependencia y la expulsión de capital humano formado son logros de la última legislatura del PP que claramente fagocitarán la tendencia al falso despegue económico con el que terminamos el año.
Con todo ello, se puede vaticinar que, en 2016, la economía española no crecerá por encima de la horquilla 1%-1,5%, lo que equivale a una recesión o estancamiento, según el concepto que escojamos. La inflación mantendrá la tónica de atonía, o incluso retomará la senda decreciente, lo que perjudicará a los agentes muy endeudados. Sin impulso en la inversión productiva, algo que ya se deja notar a nivel internacional, dejar todo el trabajo al consumo interno y a las exportaciones, en un contexto de caída del comercio mundial, es algo peligroso y a la vez aventurado, por lo que el escenario previsto por el gobierno en sus Presupuestos apresurados e irreales que aprobó a finales de 2015 deberá ser sustancialmente modificado para enmendar su propia herencia.
El desempleo podría volver a repuntar, salvo que la pérdida de activos se acelere, algo que no es descartable. Por ello, mis previsiones apuntan a una estabilización de la tasa de paro en torno al 22%-23%. Por tanto, no se cumplirán las expectativas de creación de empleo en 2016, ni por supuesto en la legislatura que vaticinó Rajoy. Tal vez por ello, su Ministro de Economía haya decidido no seguir, dado el fracaso que les espera, una vez más.
Sin apenas creación de empleo, sin inversión y sin señales de inflación, cualquier turbulencia financiera va a coger, una vez más, con el pie cambiado al sector financiero, que había comenzado una nueva etapa de orgía crediticia sin haber escarmentado con la política de riesgos anterior. Ello supondrá una nueva oleada de inyección financiera en algunos bancos ya recatados que podrían tener problemas, sin perder de vista los estragos que sobre los grandes bancos españoles va a tener la crisis profunda de América Latina.
En suma, estamos ante una nueva vuelta de tuerca de la crisis profunda del sistema que estalló en 2007. La crisis de deuda no se ha solventado, no se han cambiado los cimientos de la economía española, no hay capacidad de crecimiento sin la respiración asistida del BCE y sin endeudarnos, por lo que los factores exógenos nos van a volver a explotar sin haber cambiado nada de nuestro esquema productivo. La enorme burbuja internacional, la pésima política monetaria de los principales bancos centrales y el descalabro de los precios de las materias primas, junto a la caída del comercio mundial, vaticinan una tormenta perfecta que impactará de lleno sobre las débiles empresas españolas, especialmente las Pymes, y sobre los consumidores, que lejos de haber digerido la deuda se encuentran con un volumen adicional y con un nivel salarial cada vez más bajo. La desigualad, la pérdida de derechos sociales y laborales y el empequeñecimiento del Estado del Bienestar son daños colaterales que los españoles tendremos que seguir sufriendo en 2016, eso sí, gobierne el PP o el PSOE más Podemos.