Un discurso imprescindible

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El rey Felipe VI pronuncia el tradicional mensaje de Navidad. / Ángel Díaz (Efe)

El mensaje de Navidad del Rey ha marcado su mínimo histórico, con una media de 5.822.000 espectadores y del 57,6% de share. Una injusticia como otra cualquiera. Si usted vio tibieza y mediocridad en el discurso navideño de Felipe VI, si le pareció un monólogo acartonado alejado de las calles y de las leyes (de la Memoria Histórica), es que no ha entendido nada. Para comprender mejor su grandeza recomiendo le imagine desayunando. A primera hora de la mañana, rascándose las ingles y bostezando como un estibador, con las reales legañas aún colgando y el café con tostadas enfriándose en la mesa. A un lado tiene a Letizia, al otro, la prensa.

La reina, que un día fue de carne y hueso como nosotros, se ha creído a pies juntillas todo el cuento monárquico de las sangres, la superioridad y los "hijos de". Y ha asumido encantada, con absoluta naturalidad, su cambio de condición: estirada y altiva, nacida para reinar, Letizia rezuma soberbia. Está junto a Felipe no para recordarle que es humano, sino para que no olvide que es el marido de una reina. ¿Que qué me parece tu discurso de este año? Brillante, como no puede ser de otra manera en alguien que permanece a mi vera.

Felipe no entiende la frase, pide otro café, gira la cabeza hacia la derecha de la mesa y se encuentra con los periódicos. Los grandes medios, el papel, se deshacen en halagos a un discurso que "profundiza en una España de brazos abiertos donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas". ¿Heridas cerradas? ¿Viejos rencores? No, no es una broma. Es una desafortunada alusión a las víctimas de la dictadura franquista, en la que el hijo del elegido por Franco propone despreciar las recomendaciones de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos.

¿Un escándalo democrático? Para nada. La prensa tradicional evita la crítica. La prensa conservadora, de ABC a El País, acepta la mediocridad de un rey de paja, sin talento alguno, que, siguiendo la senda de su padre o del mismísimo Mariano Rajoy, es consciente de que en este país de grises y sombras para sobrevivir basta con resistir. El discurso navideño resulta, por tanto, imprescindible para todos los españoles: está ahí para recordarnos lo innecesaria, torpe y patética que resulta la monarquía, y lo dóciles y sumisos que aún somos los ciudadanos que la soportamos.

2 Comments
  1. Mecacholo says

    Este post es un buen regalo de Reyes.

  2. Y más says

    Se dice «a pie juntillas» y no «a pies», como ha escrito usted. Un error común, por otra parte.

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