“Rajoy te induce al suicidio político”

Las novelas negras, recordemos las del gran Raymond Chandler, camuflan píldoras de sabiduría en el raudo diálogo que se usa como instrumento de la trama. En La muerte era mi coartada, el escritor estadounidense Ray Garton pone en boca de un personaje esta frase aplicable al secesionismo catalán: “Solo hay dos maneras de acabar con el chantaje: una es aceptar públicamente el hecho ocultado para eliminar la capacidad de presión que tiene el chantajista y la otra es matar al chantajista.” Conforme los líderes catalanes se desmarcan del procés resulta evidente que el estatus ideal del secesionismo catalán era el de parásito subvencionado que amenaza independizarse sin la menor intención de hacerlo. Puigdemont confiesa ahora mohíno que se había equivocado en su diagnóstico porque pensaba que Rajoy negociaría. Forcadell nos canta el bolero de La Lupe donde todo era un estudiado simulacro. Sabrià de ERC admite que el Govern no estaba preparado para la república catalana. Y lo de Tardà es insuperable, porque asegura tener intención de conservar su escaño en el Congreso español por los siglos de los siglos, amén. Es decir, que los líderes del putsch secesionista querrían recuperar ahora, si se les permite, su viejo puesto de chantajistas numerarios ―y numereros― del Estado español.

Todos estos errores de cálculo comparten una variable: el menosprecio de Mariano Rajoy como adversario. El sexto presidente de la democracia española es, sin duda alguna, el menos aparatoso de la media docena de ocupantes que han pasado por Moncloa en cuarenta años de democracia. En este país boquirroto y pendenciero, el perfil bajo que Rajoy conserva incluso durante la crisis catalana es un comportamiento que descoloca por completo al español medio. Pero no es esta la primera vez en que la táctica de la inacción da a Rajoy una victoria a medio o largo plazo. Mientras el mundo entero observa la crisis catalana y decenas de corresponsales extranjeros le comparan con Franco, el ‘Gallego Impasible’ ha vuelto a usar sin remilgos la maniobra del general chino Sun Tzu: “El supremo arte de la guerra es doblegar al enemigo sin luchar”. La estrategia del silencio la practicaron monarcas como Enrique VIII, experto en desdenes sanguinarios, y Luis XIV, que aislaba a los aborrecidos con un “No le conozco”. En el PP han sufrido la ley del silencio Jaime Mayor Oreja, Francisco Camps, Jaume Matas, Ana Botella, Alberto Ruiz Gallardón, Rodrigo Rato y Esperanza Aguirre, por citar algunos.

Ante la desbandada de secesionistas que parecen arremolinarse en sus cuarteles intentando huir por la puerta lateral, viene a la memoria la pintada aquella que apareció en el aeropuerto de Montevideo en los años sesenta del siglo XX: “El último que apague la luz”. La crisis económica y la violencia de la guerrilla tupamara produjeron tal fuga de uruguayos que se llegó a temer que el país quedara despoblado. Desde entonces se usa la expresión para implicar que un asunto está finiquitado y quien lo proclama huye ―como los secesionistas―, pasando el testigo a los nuevos responsables. ¿Realmente se rinden los secesionistas o están ya en campaña electoral? Uno de los entrevistados para el libro La Vicepresidenta, un joven parlamentario del Partido Popular que pidió anonimato, nos explicó que el método empleado por Rajoy para deshacerse de sus enemigos es tan sutil que podría pasar inadvertido para el espectador profano. “Rajoy te induce al suicidio político y hay gente que se acaba suicidando porque no puede más”, asegura el joven político del PP sobre el actual presidente del Gobierno. “Mariano con sus enemigos trabaja a largo plazo. Terminará viendo pasar el cadáver, pero la cosa lleva su tiempo. Y si te van a matar, mejor que sea rápido, porque lo otro es un suplicio”, apostilla.

Son ya abundantes y notorias las ocasiones en que Rajoy ha empleado esta ataraxia zen más propia de un gurú budista que de un registrador de la propiedad de La Coruña. En 2012 resistió estoicamente a las presiones internacionales que pretendían obligarle a pedir el rescate bancario, del mismo modo que dejó a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias anularse mutuamente, superando así la amenaza del ‘frentepopulismo’. Mientras la justicia sigue su curso, algunos describen a un presidente aferrado al mando de la televisión, viendo Teledeporte. Una lo imagina en el jardín de La Moncloa vestido con la túnica negra de un maestro zen, mirando en dirección al Manzanares, murmurando el mantra del “Om” mientras los secesionistas catalanes traman cómo ganar las elecciones del 21 de diciembre.