FOTOCHOP (II)

Francotástasis

  • "Yo, por si acaso, sigo girando la cabeza hacia atrás cuando escribo sobre chistes de Franco"
 

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Al poco de la muerte de Franco creo recordar que tuvimos un montón de días de fiesta cuando palmócirculó por la escuela un chiste de esos que no podías contar a cualquiera. “¿Sabes que han hecho agujeros en el ataúd de Franco?”, te preguntaba el chistero durante el recreo; “¿y para qué?”, respondías tú tras mordisquear el bocata de chorizo; “para que los gusanos puedan salir a vomitar”, concluía el interlocutor la chanza bajando el volumen y llevándose la mano a la altura de la boca. La indigesta imagen que se proyecta en mi cerebro como una viñeta de Nazariosiempre me dio más miedo que risa. De hecho, han pasado cuarenta años largos y sigo sintiendo un regusto de zozobra, de inquietud, un cosquilleo en el espinazo cuando escribo esto; como si todavía permaneciera en el patio del cole y algo me impulsara a girar la cabeza hacia atrás; como si me colgaran los mocos y llevara pantalones cortos… Como si en vez de cuarenta años hubieran transcurrido cuarenta segundos…

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Con el paso del tiempo, del tiempo real, he aprendido que hay asuntos que son imposibles de resolver. Cuando le explicas a alguien que un “genocida”, un “felón”, un “tirano”, un “sátrapa” el diccionario de la RAE no me dejará por mentirosoestá enterrado a los pies de una gran cruz en una basílica levantada por sus prisioneros, que también están enterrados allí, en Cuelgamuros, pero amontonaos y revueltos, y ese alguien al que se lo estás contando no lo pilla a la primera es mejor abandonar y no ir a cenar a su casa esta Nochevieja, por muy traumático que pueda resultar en el endiablado entramado familiar en el que chapoteas. Sí, ya sé que hace un lechazo de muerte y que tu cuñada nunca te lo perdonará, sin embargo, en algún momento hay que decir “basta”, “no puedo más”, “¡tengo que salir al balcón a fumar!”, aunque no pare de llover.

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Pero con los restos de Franco a dos telediarios de cambiar de nicho parece obligado estirar un poco la reflexión. Lo realmente grave y agotador de la historia no es que a estas alturas del documental alguien te intente explicar por qué la momia del “Caudillo” debe de permanecer donde está, que ya es para mirárselo; lo chusco, lo demoledor, es que pretenden convencerte de que, en aquel contexto, con un montón de comunistas quemando conventos por aquí y por allá, el dictador hizo lo que tocaba. “Y te diré algo más” sentencia el pariente de turno mientras el engalanado salón familiar empieza a girar a su alrededor como un psicodélico torbellino de espumillón; eso mismo es lo que habría que hacer ahora con los catalanes, con las feminazis y con los putos morenos… Y con los maricas, por supuesto” … “Te dije que no deberíamos haber venido, cariño”, comentas a tu consorte mientras buscas las llaves del coche, pero ya es demasiado tarde. 

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¿Es una paranoia mía o don Benito urdiría con estos mimbres otro bonito Episodio Nacional? ¿Son muchos? ¿Son pocos? ¿Decenas de miles? ¿Cientos de miles? ¿Millones? ¿Cuántos? En España, en Francia, en Hungría, en Polonia, en Brasil, en Estados Unidos, en El Ejido, en Finlandia, en los Emiratos Árabes, en Ciudad Juárez, en Sotogrande, en la Red, en el OK Corral y Diario y Digital y Tal y Tal. ¿Cuántos son? ¿Nos pueden joder? ¿Nos pueden joder más de lo que ya nos joden?, quiero decir. Lo que está claro es que, sean muchos o algunos menos, siempre serán demasiados.

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Yo, por si acaso, sigo girando la cabeza hacia atrás cuando escribo sobre chistes de Franco o cuando, en el Facebook, me cago en las muelas de Ortega & Smith & Co. por lo de las Trece Rosas. El otro día mientras lo hacía en la calle no cagarme en las muelas de Ortega & Smith & Co. por lo de las Trece Rosas, sino girar la cabeza hacia atrás pude leer en un kiosco el titular de un periódico que ‘rezaba’: “El Supremo sentencia con penas de hasta nueve años y medio a los jóvenes del caso Alsasua” … Y casi se me parte el cuello.

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