PANDEMIA COVID-19

La despedida de Antígona

  • "Lo vivido en el Estado español, y en otros muchos lugares del mundo, ha sido, y sigue siendo, una tragedia entendida en el sentido más clásico de la palabra"
  • "El acto del jueves tendrá una gran número de aspirantes a protagonistas, cuando tan solo deberían optar a ser secundarios"
  • "De la suerte del destino tiene asignada a los mortales, no hay quien pueda evadirse"

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Las disputas palaciegas, el griterío en las redes sociales y el compás televisivo que necesita estar prediciendo lo que va a ocurrir, aunque no ocurra nada, nos llevan a situarnos casi a mitad de julio, después de unos meses trágicos que han absorbido y hecho desaparecer la primavera, como estación del año y como símbolo de renovación y renacimiento. Hoy, inevitablemente, somos mucho más viejos, aunque solo hayan pasado unos cuantos meses. Porque lo vivido en el Estado español, y en otros muchos lugares del mundo, ha sido, y sigue siendo, una tragedia entendida en el sentido más clásico de la palabra. La fuerza sobrehumana se ha cebado con los mortales, y han incidido precisamente en la cualidad de mortal del ser humano, en el destino de todos.

Las decenas de miles muertos por covid-19 u otras patologías relacionadas durante estas oscuras semanas han convertido el 2020 en un año funesto para la historia. Cada muerto, una historia; y la inmensa mayoría de ellas, sin contar, truncadas. El duelo, a medio hacer. Y las despedidas que no se pudieron desarrollar quedan golpeando de por vida las almas, los recuerdos, el remordimiento. El confinamiento general decretado el pasado 14 de marzo ha cambiado nuestros hábitos de comportamiento. Ahora, con el verano ya entrado en días, volver la vista atrás produce un vértigo evidente. Y las ausencias son huecos imborrables.

El próximo jueves, 16 de julio, tendrá lugar el homenaje del Estado a las víctimas y a sanitarios y trabajadores esenciales durante este capítulo doloroso. El jefe del Estado, Felipe VI, será quien lo presida. El acto, que tendrá un especial simbolismo, no ha estado exento de polémica. Ya en junio, el partido ultrederechista Vox anunciaba que no asistiría al homenaje, dejando plantado al monarca y a todos los demás. Las disputas por cómo ha de ser la celebración, qué espacio ha de tener el espíritu laico y el religioso, qué importancia tendrá el nacionalismo español, ansioso de prodigarse siempre en este tipo de eventos, en los cuales, las banderas optan a tener más protagonismo que los muertos.

Los reyes llegan al homenaje anticipándose a lo pautado por el Gobierno. El rey, que reina pero no manda, aceptaba la invitación de la misa celebrada el pasado día 6 de julio por la Conferencia Episcopal. La presencia del jefe del Estado fue rápidamente usada por las cabeceras de derechas y ultraderechas para afear la no presencia en el acto religioso del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Con la Iglesia hemos topado, la cual quiso apresurar el calendario y moldear el protocolo, y hacer primero la despedida católica que la civil, a pesar de la condición aconfesional del Estado.

El equipo de comunicación y protocolo de la Moncloa ya lo tiene todo medido al detalle, este Gobierno se maneja a la perfección en las narrativas. Pero el acto del jueves tendrá una gran número de aspirantes a protagonistas, cuando tan solo deberían optar a ser secundarios, a no pasar de mitad del patio de butacas, ni aproximarse a la primera fila. Da miedo pensar en el desfile de modelos previo, en los vestuarios, las actitudes corporales y las declaraciones tópicas que se llevan preparando en los gabinetes desde hace tiempo. Ministros, alcaldes, presidentes de comunidad, consejeros… Todo el mundo querrá salir en la foto y, si no, sus propias cuentas en redes sociales se harán buen eco de ello.

Lo ocurrido es una tragedia, en el sentido clásico de la palabra, decíamos. La definición aristotélica de la misma coloca a la tragedia, el teatro, en el ámbito de la imitación, “de una acción esforzada y completa, de cierta amplitud”, con un lenguaje cuidado, prosigue el filósofo clásico, “separada en partes”, “actuando personajes” y, para finalizar: “Mediante temor y compasión lleva a cabo la purgación de tales afecciones”. Es a esto último a lo que nos referimos. Este momento catárquico de quien vive una tragedia es lo que le permite a los humanos seguir adelante.

La catarsis es lo que dota a la tragedia de una cualidad elevada sobre la rutina. Mediante la experiencia de la piedad y del temor, los asistentes a la misma viven una purificación emocional, sentimental, corporal… Una purificación del alma y de las pasiones. Un proceso de sanación. La tragedia vivida estos meses ha demostrado que el ser humano es vencible, diminuto, parvo, fútil e irrelevante ante ciertas dinámicas del mundo y de la naturaleza. España, por otra parte, se las creía de ser privilegiada, por pertenecer a eso de Europa y Occidente y por sus complejos interiores que le hacen sacar pecho y repetir, hasta la saciedad, eso de que “somos una democracia homologable”.

Pero la sociedad ha perdido a sus familiares y amistades, ha convivido en el miedo y la tristeza esta inexistente primavera. Necesita un momento catárquico que difícilmente podrá darse si el protagonismo de las dinámicas mediáticas y partidistas, palaciegas, no dejan un respiro a que el foco se sitúe en otro sitio. El próximo jueves, en el acto de homenaje, se corre el riesgo de que lo que debiera ser el momento álgido de la tragedia, la catarsis aristotélica, la purificación de temores y piedades, se convierta en algo grotesco y de mal gusto. Veremos si los personajes públicos saben no robar el foco.

Una de las tragedias clásicas que sirve como ejemplo cerrado es Antígona, de Sófocles. Los hermanos Eteocles y Polinices batallan por la ciudad y mueren ambos. El rey de Tebas, Creonte, premia a Eteocles dándole sepultura y castiga a Polinices, dejando el cadáver a las puertas de la ciudad para que se lo coman las aves de carroña. Antígona, hermana de ambos, no puede permitir no dar sepultura a su hermano y, desafiando la orden del rey, intentará enterrarlo. La desobediencia llevará a Antígona a su propia muerte.

Esta tragedia encierra algunos de los dilemas y conflictos humanos universales. La dicotomía entre lo masculino y autoritario y lo femenino y cuidador; el conflicto generacional, entre padres, familiares y descendientes; el conflicto contante entre la vida y la muerte; el choque entre lo divino y lo humano, los preceptos morales y las leyes políticas y sociales. Antígona se enfrenta, como héroe, a todas estas parábolas. Antígona, ante la elección de desobedecer a su tío, el rey Creonte, y mantener a su hermano sin sepultura, desafía a la norma del rey en favor de lo que le dicta la conciencia. Entierra a su familiar, algo necesario.

La tragedia, en definitiva, sitúa al espectador ante la muerte, ante la concepción de que el ser humano es limitado. Lo que ahora está en juego es dar una sepultura digna a quienes no la tuvieron en pleno siglo XXI en Europa, cuando esto parecía imposible, a pesar de que miramos impávidos cómo el Mediterráneo ha sido, y sigue siendo, fosa común durante años. Y como Aristóteles destaca, una catarsis es un proceso de purificación colectiva. Porque si en algo coinciden las religiones, y también las costumbres paganas y la ética, es en la necesidad de dar despedida a quien parte; en la utilidad del rito para asimilar el paso del tiempo y los cambios; en pasar de página, para poder continuar leyendo la novela. "De la suerte del destino tiene asignada a los mortales, no hay quien pueda evadirse". Que la tierra les sea leve. Que la despedida ayude a purificar tanta tragedia.

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